ALDO

Ignacio Porto
4 min readFeb 8, 2025

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Ilustración Pablo D'Alio

Cuando abrió la puerta, Aldo lo miraba con ojos vidriosos, siempre los tenía así. Todo encorvado, le temblaba la mano morada, y cuando hablaba, le caía una baba por la comisura de la que no parecía darse cuenta.

Al escuchar el timbre, Esteban interrumpió la cena con su esposa. Hacía años que eran vecinos en ese departamento de Ramos Mejía con Aldo, un jubilado viudo, y Esteban, un recién casado, compartían el ascensor a veces, y siempre el señor le preguntaba por la esposa del otro sin recordar el nombre.

Esta vez era distinto, generalmente era Esteban quien iba a tocarle la puerta del departamento por el olor a gas, el anciano siempre se olvidaba alguna hornalla abierta, o por alguna otra razón parecida. Pero ésta era la primera que Aldo lo buscaba a él.

Hacía unas semanas que la condición del viudo había empeorado; lo encontró perdido en el pallier sin saber dónde estaba el ascensor, o hablándole a su sombra en la pared; la peor fue cuando lo vió sacando la basura sin pantalones.

Esteban le había preguntado por el contacto de algún familiar, pero Aldo le dijo que su hija vivía lejos. Que el único amigo que podía llamar era el funebrero y que si pasaba algo le hacía descuento. Una broma que al joven no le hizo gracia. Cuando llamó al administrador del edificio, éste al ver que no era un problema de él, se hizo el urgido por algo y prometió llamarlo a la brevedad, algo que nunca pasó.

-Te quería decir que me voy. –dijo el jubilado.

-¿Cómo, Aldo? ¿A dónde se va?

-Me voy pibe, a Pilar. Bueno no te quiero molestar más, chau.

El joven lo siguió adentro del departamento, un aire caldoso lo recibió de mal modo. Todas las luces prendidas, varios caloventores funcionando, y el horno abierto y encendido.

-¿Cómo que se va, Aldo? Es muy tarde. –Esteban temía que quisiera irse en ese momento.

-No, querido me voy, pero mañana a primera hora. Hoy vino temprano mi hija y me llevó a ver un geriátrico, por donde vive ella, pasando Pilar. Y decidimos que lo mejor es que yo me vaya para allá lo antes posible.

Se quedó atónito, primero porque nunca en todos los años que vivía en el edificio había visto a la hija, ni siquiera Aldo la había mencionado. Sabía que existía porque había una foto de una mujer joven en un portarretratos, pero no mucho más.

-Y usted, ¿está de acuerdo?

-Sí, mejor así, no quiero ser una carga para Blanca, y el lugar es limpio y tiene una fuente con agua y estoy más cerca de ella y de mis nietos.

-Seguro que lo va a ir a visitar más seguido. Ya va a ver Aldo, como éste cambio es para mejor. –Esteban sabía muy bien qué eran en realidad y cómo funcionaban, pero no tuvo el desamor de decirle su verdadero parecer.

-Es lo mejor, además ella viaja mañana a Europa, así que como quiere quedarse tranquila me voy a primera hora.

-¿A qué hora lo pasa a buscar? Así le doy una mano con lo que necesite.

-Me voy solo, Blanquita ya me pidió un remis de confianza, que viene a las 8. Supongo que me acompañará la chica que limpia acá. Si no, me voy solo igual.

-Pero Aldo ¿no va a venir su hija a buscarlo?

-Lo que pasa, pobrecita, que está corriendo porque tiene el viaje y no sabe si llega a tiempo con todo. Así que con el remisero, que ya sabe dónde llevarme, me arreglo.

-¿No me da el número del geriátrico? Así algún día lo llamo.

-Lo tiene mi hija, después cuando venga acá a ver cómo quedó todo, le digo que te lo pase.

Esteban le devolvió la llave de emergencia que tenía. Aldo insistió en que la guardara por cualquier cosa, pero se la entregó igual. Se dieron un abrazo entre tierno e incómodo; Aldo no estaba acostumbrado a esas demostraciones de afecto ente hombres. Encorvado y diminuto en comparación, parecía más un chico que un abuelo.

Como todas las mañanas, el joven se fue muy temprano a trabajar, mucho antes de la salida del sol. Trabajó todo el día y pensaba hablar con José, el encargado, sobre Aldo para ver si él tenía alguna información más.

Esa tarde, mientras volvía del trabajo, miró el palier del edificio. Sentado con la misma cara de aburrido estaba José, y como todas las tardes desde siempre, parado al lado hablándole sin parar y sin notar de la indiferencia del encargado, estaba Aldo.

Mientras se acercaba no supo qué era peor para su vecino, si pasar sus días tirado en un geriátrico, o que nadie lo hubiese pasado a buscar para llevárselo.

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Written by Ignacio Porto

Cuentacuentos. Guionista. Amante de las historietas.

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