CAPRICHOSA

Ignacio Porto
3 min readJul 31, 2020

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Ilustración Diego Paredes

Era la cárcel perfecta, porque quien la habitaba podía partir cuando así quisiera. La heredera al trono vivía entre sedas y juegos, comiendo delicias traídas sólo para su boca. Durmiendo a deshoras y cumpliendo todos sus deseos. ¿Quién en su sano juicio querría una vida diferente? Todo gracias al Visir que la complacía en cada capricho, mientras tomaba la pesada carga de gobernar el reino. Algo que a la mujercita le generaba aburrimiento.

Diluída había quedado la sangre de los reyes hechiceros, aquello maestros invocadores que conocían las órbitas celestes y gobernaban al pueblo. Ella, una niña ciega de nacimiento, sin carácter ni conducta, él un Visir sabio para conducir al reino.

El Visir alimentaba el desenfreno de la niña como quien se toma el tiempo para hacer un gran fuego. Nada estaba fuera del alcance para dárselo, ninguna cosa ni persona. Con maestría le inflaba el ego mientras la mantenía aislada del mundo exterior. Ésto dió el resultado que él planeó: la heredera era una persona holgazana, soberbia e ignorante.

Sin embargo, lejos de ser un villano para la gente, el Visir gobernaba con prudencia. Los impuestos eran lo suficientemente altos para que fueran un esfuerzo; pero los caminos y acueductos bien valían pagarlos. Era justo con las sentencias, zanjando cualquier problema con equidad. Era un cretino, sí, pero sabía gobernar.

La muchachita, mientras tanto, pedía músicos y cuentacuentos para matar el tiempo, hablaba de amigos imaginarios y lugares mágicos e imposibles; el Visir concedía los pedidos. Quienes iban a ella tenían prohibido dirigirle la palabra, bajo pena capital. Nadie podía sacar a la princesa ciega de su ensueño. Cada vez más seguido pintaba cuadros que no veía y dejaba arrumbados en la pared, pero nadie osaba preguntar nada.

Un día rumores llegaron del este, relatos de una muerte gigante que avanzaba sin dejar nada detrás. A medida que los meses pasaban, aquellos rumores se convirtieron en noticias traídas por los nómades con temor. El Visir comenzó a preparar al reino para el mal que, sabía, venía de lejos. Esa cosa gigante y terrible que iba a consumirlo todo.

Por meses el Visir alistó a su ejército; construyó grandes máquinas que, según calcularon sus ingenieros, podían dar muerte al monstruo en un solo disparo. Trajo hechiceros que prepararon pociones y veneno para detenerlo. Mientras los meses pasaban y las noticias de los reinos vecinos corrían como fuego en pasto seco.

El monstruo había sido visto en los lindes del reino, más allá de las colinas azules. La bestia había llegado, y todo sería puesto a prueba. Con alas hechas de viento y fuego se movía, directo, hacía allí.

Medio día después el caos tomó la ciudad por asalto. Una figura entre dorada y negra, envuelta en llamas y nubes volaba a lo lejos, pero acercándose. Se prepararon ballestas, catapultas y se desplegaron las tropas. La hora había llegado, ahora se pondría a prueba sus planes y preparación.

En medio del caos la heredera lo llamó y él, sin saber porqué, acudió. Ella le dijo que quería mostrarle lo que había pintado. Lo que llenó de pavor al Visir no fué ni que el monstruo atacara su castillo, ni que la ciega pintara con tal realismo y presición. Fue más bien lo que dijo, mientras el calor subía por el suelo y la pintura retrataba a la perfección lo que atacaba la ciudad.

“¿Te gusta? No hacen falta ojos para ver, ni voz para hacer el llamado.”- dijo la niña y rió.

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Ignacio Porto
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Written by Ignacio Porto

Cuentacuentos. Guionista. Amante de las historietas.

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