COMERCIO
El humo azul viciaba de misterio el lugar. En una esquina de sombras, un ángel sin voz era cortejado por un hado aciago.
Una vez por década se reunían; no necesitaban confirmar su asistencia. Así había sido desde siempre, así siempre sería. El bar era una excusa, un pretexto, un vórtice convergente de los caminos.
Esta vez el primero en llegar fue Yusuf. Pidió un café negro, en él creyó ver su rostro; pero sin cansancio, sin las marcas del desierto o los soles calientes, ni las noches heladas y las caravanas vacías.
Suleimán lo saludó con una sonrisa y un silencio mientras se sentaba. Para él jugo de dátil. No hablaron. Faltaba uno. Sin tres la figura no estaba cerrada. Esperaron hasta que el triángulo se formó.
Petrus, lejos de la rigidez de su nombre les tendió la mano con casi amistad. “Agua de árbol, por favor”, dijo.
Como incontables veces se volvieron a reunir. Sin importar los intérpretes, sino los papeles que había que representar. Cada pueblo, cada nación tenía uno de ellos. “Traficantes de palabras” les decían.
Ellos preferían el término “mercaderes”. En sus travesías por los mundos, por los planos; recogían lo que iban encontrando: palabras en el desierto, en el abismo, en el infierno. Pero siempre palabras, sonidos, conceptos.
Una vez reunidos, las intercambiaban entre ellos. Se llevaban esas palabras nuevas a sus hogares, y las repartían en historias, aumentando su conocimiento, y esperando mejorar la comprensión total de todo.
Una tarea ciclópea, unas pocas palabras para acercarlos. Unos sonidos nuevos para amigar los pueblos.
Yusuf empezó la reunión.
-En los mares de tierra encontré que aquello que nosotros tenemos como “mercaderes” le dicen librepaso, nuestro salvoconducto. Una nueva palabra para algo viejo. Un regalo que libremente les doy.
-Y libremente aceptado. -Contestaron los otros dos ceremonialmente.
Palabras nuevas para ideas viejas. Tenían valor, sí. Como notas musicales en una melodía que ya estaba sonando.
Pero las ideas nuevas, esas eran las importantes; más que las gemas, o los besos. Éstas expandían la comprensión del mundo. Era con éstas que pretendían mirar a las estrellas y comprender su disposición en el cielo, o el vuelo de los pájaros, o los caminos del viento.
De los pliegues de la ropa, con cuidado reverencial, Yusuf sacó algo y lo puso a la vista de todos.
-“Piedad”-dijo con orgullo por su hallazgo- habla de perdonar y olvidar a aquél que nos causó daño y ahora está en inferior condición. Habla también de ayudar a sanar el dolor ajeno. Habla de estas cosas, habla de todo esto. -Yusuf quería ser poeta, por eso se expresaba así, por eso recorría los caminos buscándolo todo.
Suleimán inspeccionó la palabra con escepticismo, ya había comprado otras veces oro de los tontos. Debía ser cuidadoso; él era el responsable del erario linguístico de su pueblo.
Parecía cierta, los bordes eran casi romos, pero cuando la tomó le dolió la mano. Tener piedad no era tarea fácil. No.
A medida que el tiempo pasaba, y Suleimán la seguía sosteniendo, el dolor iba menguando. Sintió un alivio, no por la partida del dolor, sino uno más profundo, vinculado con otros eventos de su pasado.
Suleimán quería llevarle piedad a su pueblo, para negociar se quitó el guante de la otra mano.
Parecía quemada.
-En mis viajes por las colinas celestes, encontré un frío que quema; un hielo, un fuego azul. Cuando quise tomarlo en mi mano, era tan gélido que fue esto lo que sucedió. Éste, el frío que quema, para el cual no tengo nombre; es el regalo que libremente les doy.
-Y libremente aceptado. -dijeron con preguntas en los ojos.
Petrus comenzó a impacientarse.
De un relicario del cuello, Suleimán puso frente a los demás su gran descubrimiento.
-“Anhelo” -dijo mientras todos miraban la palabra- es extrañar aquello que no se conoce. En ocasiones nace como algo triste, como una ausencia que no se puede precisar, en esos casos el alma se enferma. Puede curarse sí, pero lleva tiempo. — hizo una pausa- También he visto con mis propios ojos como este sentimiento impulsa a las personas a salir en la búsqueda. El anhelo, bien utilizado, es como la vela de un barco que impulsa a los hombres a realizar tareas sorprendentes.
Yusuf y Suleimán miraron a Petrus esperando sus palabras. Había que elegir con sabiduría, y ningún intercambio se hacía sin ver lo que todos tenían para ofrecer.
Petrus esta vez no tenía palabras para comerciar. A la vista de lo que llevaron sus pares, comprendió la extensión de su fracaso.
Con convicción un tanto desesperada, intentó negociar con lo que tenía.
-Tengo un fruto del árbol de bronce, que hace invencible a quien lo coma. Tengo la promesa inquebrantable de un dragón de acudir, sólo una vez, a mi llamado. Tengo una lámpara a la que le quedan dos deseos.
Pero nada de eso era suficiente, ningún objeto, por más maravilloso, podía compararse con la magia transformadora de las palabras.
Los otros dos se alejaron de la mesa para realizar el trueque. Suleimán de los vergeles llevaría piedad a su pueblo. Yusuf de los sabios desiertos, llevaría el anhelo.
Petrus no tenía palabras para intercambiar, tendría que esperar mucho tiempo hasta la próxima reunión.
Se llevaba una palabra repetida, y una cosa sin nombre.
Eligió la búsqueda de lo innombrable. Traería a su pueblo el frío que quemaba, esperaba en el duro camino de lo imposible poder encontrar la piedad.