DONDE EL BOSQUE ESTÁ
Por mucho tiempo ya Arai estaba buscando la Isla Afortunada, un mágico lugar que flotaba en el cielo. Había partido, hacía años, de su pequeño pueblo. Recorrió caminos, cruzó mares, rodeó montañas, conoció gente sabia y cruel, y buenas personas que parecían no serlo, supo lo que valía la amistad de las sirenas, se enamoró de un rey que le correspondió el amor, y hasta vió una esfinge y sobrevivió.
Si bien los caminos nunca se terminaban para Arai, el tiempo para los seres vivos sí. La viajera se preguntaba cuánto más quería seguir demorando su deseo por conocer el mundo. Había aprendido a leer para interpretar los mapas, pero ninguno decía con certeza dónde estaba la isla. Probó con marineros, con otros viajantes como ella, pero si bien algunos le daban respuestas, éstas eran todas incongruentes con lo que ya sabía.
Entendió que podía seguir caminando toda la vida sin encontrar lo que buscaba. Decidió cambiar. Marchó a una ciudad, Almoner era la más grande de la zona y por la cantidad de gente que allí habitaba debería encontrar algún mago.
Era un viaje de dos días con sus noches. Decidió ir allí por las vías menores, lejos del camino real. Se había acostumbrado demasiado a la soledad y trataba de evitar las grandes concentraciones de gente desde hacía años. Que Arai decidiera voluntariamente entrar en la ciudad y recorrerla hasta dar con un mago o un maestro cartógrafo era un signo de su necesidad.
A la mañana del segundo día se topó con un asentamiento, quienes vivían en él lo llamarían pueblo, probablemente con el nombre de alguna figura religiosa vinculada al esfuerzo y trabajo; igual que el suyo, aquél del que había partido hacía tanto tiempo.
Se acercó un poco por nostalgia, a fin de cuentas Arai sabía que ese tipo de lugares se parecían mucho, y porque necesitaba que le indicaran si sabían de la morada de algun mago en Almoner.
El pueblo era tan pequeño que la taberna y la despensa eran el mismo lugar. Entró, a esa hora del día no había nadie más que el posadero.
-Buenos días, ¿en qué puedo ayudarle?-preguntó el hombre, que era bajo pero robusto, con unos bigotes tupidos y pincelados.
-Buenos días. Necesito hilo y aguja y un té, por favor.-dijo Arai. El tabernero le llevó dos tipos de hilo, uno celeste y fino, casi invisible, “para prendas delicadas”, el otro era rojo y era más un cordel que un hilo; la viajera eligió éste último. Había abandonado la elegancia por la funcionalidad hacía tiempo.
-Aquí tiene el té. -dijo el hombre y se lo dió en una cazuela de barro cocido sin asa. Arai lo agarró con las dos manos, sintiendo la tibieza calentarle los dedos.
-Muchas gracias. -dijo y dió unos sorbos- Tengo unas preguntas y necesito que algún experto me ayude con ellas. -Arai sabía como azuzar a la gente de campo valorándolos. Por lo general quienes estaban de paso por esos lugares sólo se dedicaban a cubrir sus necesidades, sin mirar ni una vez a quienes vivían allí.
-No sé si un experto, pero sé una cosa o dos. -los bigotes se movieron orgullosos.
-Me dirijo a Almoner. Estoy buscando un maestro cartógrafo o un mago de la ciudad dorada para que me ayuden a buscar un lugar que no encuentro. ¿Sabe si allí vive alguno?
-Mapas puede comprar en la librería “El Ruiseñor Plateado”, queda en el lado oeste respecto de la fuente principal. Pero no oí hablar de ningún maestro cartógrafo. -dijo el tabernero.
Eso le complicaba las cosas a Arai, los maestros cartógrafos tienen en su mente todos los lugares del mundo. Se dice que su habilidad es tal que si alguien le da una silueta de un lugar sin ninguna otra referencia, el cartógrafo le dibujará los ríos y sierras en menos de dos minutos. Si alguien podía saber dónde encontrar la Isla Afortunada era uno de ellos.
-¿Y en la Universidad?
-No hay, quizá en la biblioteca.
Que la ciudad no tuviera universidad daba la medida de que no era una de las Grandes Ciudades. Biblioteca tenían muchas, pero las universidades eran otra cosa. Arai ya sabía qué podía encontrar en una biblioteca, y no era suficiente.
-¿Y no sabe de algún mago que viva allí?- preguntó con aprensión la viajera.
-Recuerdo a uno, sí, su nombre era…-el hombre miraba hacia el techo como buscando la respuesta entre las vigas- no lo recuerdo. Estuvo allí hace unos tres años. Se fue cuando hizo viento de hielo y salvó el verano. No creo que haya hoy en Almoner ningún mago. El revuelo que causan en un lugar cuando están es tanto que me hubiera enterado.
¿Dónde iría ahora Arai? La capital más cercana estaba a unos veinte días con buen tiempo y sin contratiempos. Ella sabía que encontrar un mago era igual de fácil que encontrar un unicornio. Ni siquiera un maestro cartógrafo era tan raro. Quizá en algún puerto importante, pensó, pero eran al menos dos meses de marcha. O pagar para viajar en un carro, un lujo que no se podía dar.
-Disculpe que le pregunte, pero ¿porqué necesita de dos personas tan espciales y tan distintas?-el hombre la miraba con algo parecido a la preocupación. Arai se dió cuenta que debía dar una imagen lamentable. Trató de recomponerse.
-Estoy buscando un lugar que no he visto en ningún mapa, ni al que pude llegar aún luego de recorrer el mundo por años. Se llama la Isla Afortunada.-dijo Arai.
-Nunca oí hablar de él.
-Quizá la conozca por alguno de los otros nombres, la isla benévola, Erintel. -el hombre no reconocía ninguno de los nombres- Es una isla que flota en el cielo.-dijo Arai sabiendo que siempre que lo decía, sus interlocutores saltaban, bien de emoción o incredulidad. Nada de eso pasó.
-Nunca oí de nada parecido.-dijo el hombre sin darle importancia. Para el posadero debía ser igual de cierta esa isla voladora, como la capital del Imperio Irdir, tan lejanos que son cuentos, o menos que cuentos- Pero quizá haya alguien que pueda ayudarla.-dijo el hombre.
-¿En serio? ¿Quién? -Arai no quería entregarse a la esperanza.
-A un día y medio de viaje yendo por el camino sur, tomado la salida de la izquierda. Luego de unos kilómetros el camino vira, y queda un sendero recto que se pierde entre la maleza. Si sigue por él, la encontrará. Allí, quizá, la puedan ayudarla.
-¿Y quien sería esta persona?
-Es una mujer sabia, no sé su nombre, pero le dicen Tukha. El resto del pueblo desconfía de ella, pero las dos veces que entró aquí compró cosas sensatas, y pago con buenas monedas.
Arai sabía qué significaba “mujer sabia” en un pueblo como aquél: bruja. Pero la ignorancia era mucha, y se tendía a poner ese nombre a personas distintas al común o con alguna deformación, no siempre era alguien que bailara en los equinoccios cantándole a la luna y las estrellas.
Tomó el té con tranquilidad, decidió perderse en una conversación amistosa y superficial con el hombre, sobre cuáles habían sido los hitos principales del año: el nacimiento de mellizos, el desborde de un río, una riña por una joven el día de Reconocimiento. Esas cosas, que eran parecidas a las que pasaban en su pueblo, le daban una sensación a Arai como quien usa un zapato viejo pero que calza a la perfección. Eran, sin serlo, el recuerdo de algo familiar.
Cuando hubo terminado pago y enfiló por el camino que le dijo el hombre. Se desviaría bastante, pero prefería probar suerte antes que tener que ir directo al puerto o a la capital, que tan lejos quedaban y tan mal le sentían.
Nadie usaba el camino, pasó todo el día sola. Para no aburrirse tanto pateaba los pedruzcos que tenía cerca y trataba de identificar el canto de las aves. Al llegar la noche se alejó un poco y durmió protegida entre unos arbustos. La mañana siguiente el camino viró dejando un sendero más precario que seguía derecho. Llegando al mediodía vió algo que parecía ser una gran piedra con musgo. Arai no le hubiera prestado más atención, salvo que ella sabía que el musgo crecía siempre de un solo lado, y éste cubría casi toda la roca.
Cuando estuvo a unos metros vió que lo que parecía roca dura, era una especie de tela. De dentro salió una mujer alta y flaca, entrada en años pero de edad imprecisa. El pelo era ora dorado, ora plateado según le diera la luz. Su delgadez, Araí sabía, no venía del hambre sino del ejercicio. Tenía unas piernas firmes y un porte casi señorial. Se movía como si estuviera en un salón importante y no como alguien que viviera dentro de una carpa en medio de la nada.
-Buenos días. -dijo Arai.
-Buenos días para vos también.-dijo la mujer y siguió moviéndose entre los árboles ignorándola.
-Disculpe que la moleste, pero tengo unas preguntas y me dijeron que quizá usted podía ayudarme con ellas.
-¿Ah sí?, ¿y cómo llegó hasta acá?- la mujer miraba atenta una hoja de un árbol. La acariciaba entre sus dedos como quien toca con dulzura un pichón de gorrión.
-En el pueblo, un señor de bigotes.-Arai cayó en la cuenta que decidió internarse en el camino por varios días siguiendo el consejo de un hombre del que no sabía siquiera el nombre.
-Erfimer. Es un buen posadero. ¿Y qué pregunta te trajo al medio de la nada para querer hablar con una bruja? -la mujer seguía inspeccionando los reveses de la hoja.
-Estoy buscando la Isla Afortunada.-Arai lo dijo con un poco de dramatismo. Quería ver si la mujer sabía de qué estaba hablando. Además quería sacarla de su manía con el árbol.
-Erintel, sí. -lo dijo como quien recuerda el nombre de un vecino que no ve hace años- ¿No te dijeron que era una cosa de chicos?
-Me dijeron muchas cosas, pero pocas me importaron.-dijo Arai. De pronto la mujer la miró por primera vez a los ojos. Tenía la intensidad de los ríos helados.
-¿No podés llegar o no sabés hacerlo?-preguntó la mujer sabia.
-Hace años que la busco por el mundo, en mapas, pero nada.
-Acompañame, mientras me contás tu historia.-dijo y se dió la vuelta.
Arai le contó todo, de su deseo y los caminos, del frío y el calor de las personas. Le contó del amor que encontró y eligió dejar atrás. Mientras lo hacía veía como la mujer se agachaba para recojer una piedra, o bien venía un ave volando y circulaba su cabeza. Hasta un zorro gris se le acercó dejándose acariciar como un perro de granja.
En ocaciones, la mujer le preguntaba algo específico de tal o cual camino, o el porqué había tomado alguna decisión. Pasaron horas mientras Arai contaba todo lo que le había pasado para llegar hasta allí, cuando se dió cuenta estaba sentada dentro de la carpa con la hechicera. Nunca supo cuándo ni como eso había pasado.
-Es suficiente. Creo que entiendo, al menos, el contorno de tu problema.-dijo la mujer.
-Antes de que me diga el precio por ayudarme quiero decirle que no tengo mucho, pero puedo hacer mucho. Puedo darle las pocas cosas que tengo. Puedo ir a la bibloteca y comprarle el libro que usted pida.- Arai sentía cómo la ansiedad crecía a medida que hablaba.
-Para nosotros los hechiceros el conocimiento no es algo arcano y escondido entre libros llenos de polvo, como esos magos de Elibanthen. Para nosotros, todo lo que hay que saber se encuentra entre y en nosotros. Sólo hay que tener la determinación y la astucia de dónde buscarlo. -dijo la mujer cortándole el discurso.
-¿Entonces me puede decir dónde encontrar la Isla Afortunada?
-Podría, pero ésa pregunta te pertenece. Eres tú quien tiene que buscarla.
-¡Pero llevo buscándola por años!
-¿Así que te fuiste de tu vida, abandonaste todo lo que tenías sólo para ver una isla que volaba en el cielo?- dijo la hechicera mientras la miraba como quien escucha una mala excusa de un niño.
-No…no tenía mucho para abandonar.-dijo Arai.
-Tu viaje, como todos los viajes, es mucho más grande que sólo su final. Te fuiste buscando algo y encontraste, aún sin saberlo, mucho más de lo que esperabas. No te avergüences, no tenías mucho para abandonar pero igual lo dejaste todo. Ahora decime ¿porqué recién ahora venís en busca de la ayuda de una hechicera?
-Por mucho tiempo la búsqueda era lo importante. La Isla Afortunada me esperaba en algún lado y yo quería conocer el mundo. Pero ya siento que conozco casi suficiente, y algo en el cuerpo me dice que es hora de llegar. Y como con los medios tradicionales nadie pudo decirme dónde está, creo que sólo la magia puede ayudarme ahora.-dijo humilde Arai.
-La magia es para los magos. La hechicería es para todos. Llegaste buscando consejo y no te será negado.- la hechicera estaba seria, parecía que recitaba una formalidad de algo antiguo.
-Gracias. -dijo Arai que intuía la importancia del ritual del que estaba siendo parte.
-Pero yo no sé dónde está eso que buscás.-dijo la hechicera. Arai la miraba perpleja- Pero sí sé dónde encontrar la respuesta que quieres. Los hechiceros vivimos en éste mundo, lo recorremos y habitamos en él. A diferencia de los magos que tienen una gran ciudad dorada donde acaparan sus palabras, nosotros estamos al aire libre.
Sin embargo existe algo que podría entenderse como el centro de nuestra unión. Es más bien uno figurado, ya que en las mismas cosas de la naturaleza reside su verdadero corazón…-la hechicera vió Arai que no parecía entender- Hay un lugar, que es más una idea que un lugar, al que cualquier ser vivo puede ir buscando lo que sea que esté buscando, y ese mismo “lugar” le dará la respuesta o le apuntará la dirección más recta. ¿Me explico?
-¿Un lugar que no es un lugar que da respuestas?-dijo Arai haciendo un esfuerzo por comprender.
-Exacto. Torlibher.
-¡El Templo Árbol!- la expresión de Arai era la de quien acaba de descubrir una adivinanza.
-Ese es uno de sus nombres, sí. Se encuentra en el corazón del bosque.
-¿En cuál? -quiso saber ansiosa Arai.
-En todos.
-Pero yo ya recorrí un varios bosques y no lo encontré.
-Eso es porque no lo estabas buscando. Hay que buscar con intención de encontrar. Y para las representaciones, un bosque es tan bueno como otro. O lo que es más cierto, solo hay un bosque y para las verdaderas respuestas hay que adentrarse en él.-dijo la hechicera mientras se frotaba las manos con polvo del suelo.
-¿Todos los bosques son uno? Perdón, pero no termino de entender. -preguntó Arai.
-Y no tenés que entenderlo, no del todo al menos. Entra en el primer bosque que encuentres, y busca Torlibher con toda la intención que seas capaz de reunir. Y encontrarás el Templo Árbol.- el polvo tenía un olor dulce pero seco, como si las propiedades se hubieran secado hacía tiempo.
-Ahora creo que entiendo, muchas gracias. Pero ¿cómo lo hago? ¿Entro en un bosque sin más ni más y listo?
-Como va a ser la primera vez que lo hacés, quizá haya algunas cosas que te ayuden. Algo que, con el tiempo, no te será necesario.
-Gracias, pero no pretendo hacer magia toda la vida.
-Ni tienes que hacerlo. Pero ésto no es magia; es hechicería, no va contra las leyes de la naturaleza. Cuánto más comulgues con todo, más fácil será. Pero para una primera vez creo que te ayudará si entras en medio de la noche.
-¿Entrar en medio de la noche sola a un bosque? ¿No es peligroso? -Arai la miro sin entender.
-¿Esto me lo dice una mujer que sobrevivió a una esfinge? Nada te pasará. Antes de dormir toma mucha agua. La necesidad te despertará de madrugada. En ese momento debes entrar en el bosque y buscar con intención. Si lo haces así no tardarás mucho en dar con el Templo Árbol.
-Y una vez ahí ¿qué hago?
-Torlibher es algo más que un Templo de hechiceros, es…-la hechicera buscaba la expresión más exacta- el conocimiento del mundo y de nosotros. No hay engaños ni trucos ocultos, Torlibher es pura verdad. Encontrarás allí lo que auténticamente vayas a buscar. Ten en cuenta que buscar engañado o algo que no se quiere, sólo dará respuestas que nazcan de esas preguntas. Pero las preguntas tienen un precio.
-¿Un precio? ¿Como un sacrificio?-preguntó Arai.
-Nada sangriento. Pero para irse de Torlibher con respuestas, hay que dejar algo a cambio.Y tiene que ser justo. Salir del Templo Árbol con una respuesta tiene que pagarse con algo de igual valor que tengas. Puede ser cualquier cosa, un beso, un anillo, lo que sea justo pagar.
-Entonces ¿lo que tengo que hacer…?
-Puedo seguir contestando tus preguntas o podés ir a buscar tu respuesta.-la cortó la hechicera.
-Muchas gracias. ¿Cómo puedo pagarle la ayuda que me dió?
-No tienes nada que yo necesite. Así que tu pago será tu palabra. -Arai tembló, sólo podía imaginar cosas horribes que un hechicero podía pedirle a una persona. Pero la mujer daba un aire de confianza seca, como una piedra del desierto, y todo lo malo en la mente de Arai desapareció.
-¿Qué palabra tengo que darle?
-Tendrás que ayudar a los perdidos que se crucen en tu camino. Aún cuando no quieras ni te sea conveniente. ¿Me das tu promesa?-esto último lo dijo la bruja en el mismo tono ritual que había escuchado antes.
-Le doy libremente mi promesa.-dijo Arai solemne.
Cuando salió de la carpa, el sol asomaba bajo y lejos en el horizonte, el frío subía del piso mientras la escarcha abrazaba los pastos. Amanecía. ¿Cuánto tiempo había estado ahí?, pensó Arai. Ylo que era más raro ¿si había pasado todo un día y una noche sin dormir, ¿cómo era que no estaba cansada?
Mientras caminaba pensó cómo hacer aquello que la hechicera le había dicho. Lo mejor sería dormir en la linde de un bosque cercano para, cuando se despertara, ir directo ahí.
Acampó en un bosquecillo que estaba a la vera de un camino perdido, ésto lo supo Arai al ver el mal estado del mismo, lleno de piedras y hierbajos que crecían casi medio metro. Era poco probable que alguien le interrumpiera el sueño.
El sol se había puesto hacía un rato, todavía se veía el cielo azulado y violáceo. La viajera esperó a la noche cerrada para irse a dormir, no quería equivocarse. Tomó agua y se metió en su carpa. Pero tenía tanta expectativa, que el sueño no venía por ella. Con los ojos cerrados pensaba en cómo sería el Templo Árbol, cómo sería hacer la pregunta; luego divagaba imaginando por millonésima vez la isla que volaba, luego recordaba partes de su viaje, que había empezado hacía años.
La sacó de su pensamiento el canto de un pájaro que anunciaba la llegada del día. Escuchar eso la frustró, se decidió a hacerlo a la noche siguiente. Pasó el día en un estado de profundo cansancio, atontada. Como no tenía a dónde ir, no levantó su campamento. Se dedicó a recorrer el bosquecillo, ver los árboles, buscar bayas y miel. Cuando llegó la noche Arai se fue directo a dormir, no podía esperar más despierta.
Se despertó entrada la mañana, había olvidado tomar agua para despertarse a mitad de la noche. Se enojó con ella misma, nadie es más cruel para castigar que uno mismo, y Arai sabía paerfectamente qué decirse de la peor manera. El segundo día lo pasó aburrida mirando un arroyuelo que estaba a una hora de ahí, esperó que algún ave diera vueltas sobre su cabeza o algún zorro amistoso se acercara a ella, nada de eso pasó.
Bebió agua cuando las estrellas estaban en el cielo, se acostó con algo de frío, se notaba que los días eran más cortos y que se acercaba el invierno. Tapada con todo lo que tenía dedicó su pensamiento a reimaginar el agua del arroyo; los árboles que había visto, tan vivos y quietos.
Cuando despertó era de noche, debía ser muy tarde porque no se oía ningún sonido. Ni siquiera un pequeño viento que moviera las hojas rompía con la quietud en ese lugar. Arai estaba somnolienta, se alivió a unos metros e ingresó en el bosque.
Para su sorpresa el aire era cálido; una luz iluminaba el lugar, una que no sabía de dónde venía. No reconoció los árboles, no eran aquellos que había visto el día anterior; sin embargo a medida que caminaba los fue sientiendo cercanos, amigos. Uno se parecía mucho en donde ella se dió su primer beso; otro más allá era parecido al árbol donde pasó la noche en sus ramas por temor a los salteadores, unos años atrás.
Arai caminaba y caminaba y parecía nunca llegar al otro lado del bosque, algo que le hubiera parecido imposible de día ya que no tenía más que unos cientos de metros. Sin embargo allí, a medida que ella se adentraba más, la luz iba en aumento.
Vió luces flotar, parecían fuegos fatuos, pero lejos de sentir o temer la presencia de hadas o duendes, sólo hubo calma. Mientras caminaba ensoñada recordó lo que le había dicho Tukha. Estaba buscando pero sin intención. Se sintió como si estuviera hecha de jalea, blanda y dulce; supo que así no era. Se concentró, tanto como pudo, y poco a poco fue ganando convicción.
Algo parecido a un anillo de hierro, no sabía cómo lo sabía pero no dudaba de ello, pareció formarse en el espacio debajo del esternón. Una especie de fuerza que veía de dentro la movió. Sin dudarlo se entregó a la búsqueda.
Lo sintió antes que otra cosa, y fue como saltar a un lago una tórrida tarde de verano, fresco y vigorizante. Lo había encontrado. El Templo Árbol estaba allí.
Primero lo tocó con cierta aprensión, era rugoso al tacto y tibio, y le daba una sensación en el cuerpo como de quien se despierta luego de un necesitado descanso. Cuando tuvo más confianza quiso darle la vuelta por completo, pero si el árbol tenía un detrás, éste parecía no llegar nunca. Se sentó en la base respirando el aire perfumado del lugar, trepó por sus ramas sin esfuerzo. Y cuando se sintió lista le hizo la pregunta.
No fue que el árbol hablara, ni como escuchar una voz con los oídos o la mente. Sino más bien era como recordar algo olvidado hacía tiempo, o darse cuenta de lo evidente. Supo dónde estaban las islas; no era una sola como siempre había creído sino varias, y cómo llegar a ellas. Recordó al detalle partes de su vida: la taberna, las canciones de las sirenas, el camino del hielo, la esfinge. Todo estaba claro y fresco como el metal pulido. Arai había vivido mucho y esos recuerdos eran como eslabones de una cadena de la que recién ahora entendía su uso.
Se estaba yendo pero volvió en sus pasos y lo abrazó. En ese momento de plena dicha, de entender su propósito, Arai le convidó de unode sus mejores recuerdos: la luz cuando salía en el horizonte y entraba por la ventana de su cuarto, allá lejos hacía tanto tiempo. Le dejó también la alegría de los besos que le dieron esa primavera, y el recuerdo de todos los amigos de los caminos.
Se despertó con el rocío. Tenía el cuerpo dulcemente relajado, juntó las pocas cosas que tenía y miró a lo lejos. Caminos y ríos se cruzaban como bailando, montañas y lagos se amaban sin tocarse. Arai miró todo lo que ahora tenía delante. Adentro algo como un anillo de hierro le recordó todo el que tenía detrás. Una maraña de accidentes y kilómetros y soles mediaban entre ella y su deseo. Lo que la esperaba hasta allí era incierto, Arai retomó su viaje.
El camino, sin importar lo que suceda en él, no importa cuando se quiere llegar.