EL DILEMA DE ULISES
Las sirenas se estaban convirtiendo en un problema. Eso no era fábula, era realidad.
Desde hacía poco más de un mes lo que parecía ser leyenda o algo que sucedía muy de tanto en tanto, casi como un mito de marineros, pobló los océanos de manera cierta.
Barcos llenos de mercancías naufragaban sin cesar en cualquier parte del mundo. Todas las aguas abiertas eran objeto de este fenómeno. Las pérdidas eran millonarias.
La Organización Marítima Internacional no encontraba explicación ni a la aparición de las sirenas ni a la ruina de los barcos. Los políticos miraban azorados como marineros profesionales, hombres y mujeres adultos, y de trayectoria viraban sus barcos hacia ellas y su canto, aún a riesgo de perder la carga de sus naves y la vida.
La confusión se profundizaba cuando aún los transatlánticos con radar y piloto computarizado sufrían los hundimientos. No había explicación lógica. Más aún cuando los barcos que no se hundían (que representaban más del noventa y cinco porciento de los mismos) tenían a sus tripulaciones dejando la vida en tierra y embarcándose nuevamente al mar en busca de las sirenas.
Entonces la Organización Marítima Internacional llamó a los más reputados científicos para que encontraran alguna explicación y luego, como era menester en la ciencia, una solución. El comercio mundial tomó medidas paliativas pero onerosas, todo el transporte de cargas se haría por tierra o en avión.
Pasaron unos meses y al final se encontró una explicación. Según el informe de la doctora O’Shaugnessy el canto de las sirenas resonaba de tal manera en el cerebro de los humanos activando una sensación (el informe decía sentimiento, pero la palabra se modificó para el público común) que se ubicaba en el mismo lugar del amor. Pero, por los colores que arrojaban los encefalogramas, de una intensidad y de una calidad pocas veces vista. El informe continuaba demostrando que, además, el canto o mejor dicho las vibraciones del mismo se unían con el aura bioeléctrica de los cuerpos humanos uniendo así cuerpo y mente en esa emoción única. Más aún, los cantos eran de una calidad tal que los radares y computadoras de navegación se reconfiguraban solos poniendo a las ninfas como puerto de destino.
Con el informe comprobado varias veces por fuentes distintas se empezaron a elaborar soluciones. El tiempo pasaba y las respuestas eran necesarias.
Una empresa de China desarrolló un dispositivo que emitía una contracanción, unas ondas que anulaban los efectos sonoros del canto de las hijas de Poseidón.
Para sorpresa de los integrantes de la Organización Marítima Internacional fueron pocas las navieras que lo compraron. Por lo que tuvieron que promulgar la “Ley Internacional de Navegación Segura en Altamar”, obligando a los barcos a poner el dispositivo.
Lo que pasó a continuación sorprendió a todos los líderes del mundo. Quienes navegaban los barcos no encendían los aparatos en ningún momento de los trayectos. Comenzaron a darse las bajas forzosas de los marinos experimentados, pero con los nuevos la situación luego del primer viaje era la misma. Y aquellos que ya eran relevados se lanzaban igual al mar, en veleros, barquichuelos, en cualquier cosa que flotara sobre el agua salada.
Se hizo un llamado abierto a toda la población para que aporte soluciones. Ya había quedado claro que los políticos y los científicos habían fracasado.
Fue una mañana de otoño cuando sucedió la audiencia. Un marino retirado, devenido en literato, se paró frente al Consejo Marítimo Internacional y les expuso sus motivos. “Lo que ustedes no entienden es que nos enfrentamos al dilema de Ulises. Quien prefirió atarse al mástil y sufrir las consecuencias que fueran de escuchar a las sirenas, antes que no hacerlo.”- dijo el hombre de letras.
Cuando el Consejo le preguntó porqué era esto posible el hombre de olas y libros les contestó que: “Ustedes que viven de sus trabajos en despachos, que no conocen lo que es esto, lo que es sentirlo, no pueden entender lo que es oírlo y vivir en consecuencia. Una vez que uno escucha el canto y siente de esa manera es imposible no ir en su búsqueda aún cuando el destino de la misma sea incierto. No hay ley, no hay mandato que sea superior a ésto. Si el gran Ulises fue presa del canto, ¿cómo nosotros seríamos mejores que él?”
Días después, todos los integrantes con facultades decisorias de la Organización Marítima Internacional se embarcaron por primera vez al mar.
Ninguno de ellos volvió al trabajo de oficina.