EL DON DE APOLO

Ignacio Porto
12 min readJul 25, 2024

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Ilustración Pablo Dorado (en instragram @pablodox)

Abrió los ojos. Era de noche, lo supo por la luz que entraba por las rendijas de la persiana. Estaba transpirado y tenía sed. Al lado ella dormía apacible boca abajo. El cuerpo desnudo de la mujer, platinado por la luna, respiraba con la cadencia de las olas que llegan a la orilla.

Se levantó y fue a la cocina así como estaba, desnudo. Bebió agua y miró por la ventana. La noche moría, pero aún el sol no amenazaba con salir. Ni clareando estaba. Otra vez, pensó, el tiempo había transcurrido distinto con ella. Horas parecían minutos, días eran como años. Volvió al cuarto, estaba despierta. El resto de la noche transcurrió con el apremio de los fuegos de artificio.

Sonó el despertador y ella ya no estaba, como cada vez. En ocasiones, Iván creía que estar con esa mujer era un sueño ya que nunca podían transitar juntos el después. Se tomó el subte y se fue a la oficina. ¿Jueves, era?, ya no se acordaba, sólo sabía que tenía que ir a trabajar, que tenía reuniones y tareas. Los recuerdos de la noche anterior eran difusos como un sueño que uno no termina de entender bien, pero que igualmente lo moviliza más de lo esperado.

Trabajó toda la mañana, casi sin hablar con nadie. Quería pasar desapercibido, el trabajo, cualquier trabajo, era una molestia necesaria. Iván quería hacer lo que sabía, lo que sucedía casi sin tener que pensar: hacer códigos de programación.

No pretendía que nadie lo entendiera; de hecho nadie lo hacía. Escribir comandos en un lenguaje de máquinas resultaba, para el resto de las personas, algo aburrido e inentendible. Sin embargo, Iván escribía códigos con gusto. De a ratos, y esto él no lo comprendía, era feliz. Las normas de la programación eran un mundo delimitado y conocido, con reglas esperables. Era seguro.

Lo que no era nada seguro era el vínculo que había empezado hacía poco con ella. Había una peligrosa imprevisibilidad que Iván jamás hubiera accedido a transitar. Sin embargo, la mujer tenía algo que aún sintiéndose en riesgo el hombre no podía evitar zambullirse de lleno en lo desconocido.

Pasado el almuerzo tuvo la reunión con su jefa. Un día atrás se la habían impuesto a esa hora. Cuando llegó estaba, además, la gerente de recursos humanos, y un hombre que, Iván sabía porque reconocía a los propios, era programador o ingeniero informático. Mala señal. Nunca estaba bien tener reuniones de último momento con el jefe de uno y los que manejan los despidos. ¿Habrían descubierto los chistes internos que dejó en los códigos de los sistemas aquellos?

Resultó que habían auditado su trabajo, algo que en empresas de ese tamaño era común. Lo que lo sorprendió aún más fue lo otro. El análisis del ingeniero que terminó en lágrimas. ¨ Tus códigos son bellos, hermosos. Perfectos más allá de lo útil. Vos sabés, que los ingenieros somos piedras duras de conmover. Sin embargo, todos mis analistas terminaron conmovidos¨. El ingeniero auditor se emocionó nuevamente. Al parecer su ¨heterodoxia¨ para trabajar sería recompensada, ascenso a programador senior y la empresa tomaría el crédito en conjunto en el festival de programación que se celebraría a fin de año.

Todo era muy vertiginoso. Iván terminó de trabajar ese día y regresó a su casa. Quería compartir la noticia con alguien pero sabía que la única persona con quien deseaba hacerlo podría no estar allí. Así eran las cosas, que estaban claras desde el principio. De cualquier manera una punzada de anhelo lo acompañó en todo el viaje en subte de regreso.

Para su sorpresa al abrir la puerta de su casa, ella estaba ahí. Mely lo esperaba tirada en el sillón, movía las piernas distraída como la cola de los gatos que están arrullándose al sueño. Lo miró y, por un segundo, dio la impresión que estaba tratando de recordar quién era él, aún cuando la casa que habitaba era la suya. Luego la sonrisa y los brazos se convirtieron en bienvenida. Entre besos y miradas hambrientas le contó del ascenso, la mujer poca importancia pareció darle al hecho. Hasta que Iván le contó el porqué.

Mely se paró en seco. Los ojos fijos en él, y le pidió que repitiera el porqué de la promoción y exigió el relato con lujo de detalles del ingeniero informático y su emoción. Iván accedió contento de verla interesada en algo propio a él y ajeno al cuerpo de los dos.

¨Parece que empezó¨ dijo ella. Cuando el hombre le preguntó el qué de su dicho, ella respondió algo de los golpes de suerte y las buenas rachas. El resto del encuentro fue un rítmico fuego húmedo.

Iván dormitó cansado, el día, las noticias y el encuentro con Mely le regalaron la entrega al sueño. Sin embargo, en algún momento perdido de la noche abrió los ojos. Una especie de electricidad quieta lo atenazó en el pecho. La cabeza le bullía y una determinación vertiginosa pero imprecisa lo dominó. Se levantó tratando de no despertarla, ella roncaba tenuemente y el pelo, en la penumbra del cuarto parecía una bruma hecha de un jirón de la noche.

Encendió una de sus computadoras y se entregó a la idea que tenía en la cabeza, al código informático que hervía en su mente y no podía dejar de pensar. Como un dique que rebalsa o una represa que se destruye, el desborde sólo encontraría cauce una vez fuese plasmado en la computadora y llevado hasta el final. Entró como en una especie de trance, pero nunca perdió la conciencia ni la claridad, sabía muy bien qué estaba haciendo y porqué lo hacía. Sin embargo, el tiempo dejó de pasar para Iván en su acto de creación y ni el cansancio ni el aburrimiento ni el hambre llegaron a tocarlo. Cuando terminó se encontró sólo y la tarde moría en una ventana.

Se fijó en el teléfono, hacía tres días que no paraba. Tenía llamadas perdidas y decenas de mensajes sin leer. Pero ahora no podía. Necesitaba un baño y dormir. El cansancio le vino como un aguacero. Negoció consigo mismo el bañarse después y se durmió.

El olor a café delató que no estaba solo. Mely estaba tomando de una taza demasiado grande para sus manos. El pelo negro parecía ondear como una nube estrellada, y el cuerpo moreno de la mujer se movía con la calma que sólo tienen las cosas dueñas de sí mismas.

-Te quedó bien el código. –dijo ella y sonrió- Hice café.

-No sabía que leías código.

-Soy experta en lenguajes, no hay ninguno que no entienda. –al decir esto su risa llenó el lugar y, para sorpresa de Iván que se servía café en la única taza que no estaba sucia de la casa, oírla lo reconfortó.

-¿A, sí? ¿Y qué parte de mi código de programación te gustó más? –él se acercó y le besó torpemente el cuello.

-Se puede mejorar. Mucho se puede mejorar, pero está bien para un primer intento.

-Esas son cosas que podría decir cualquiera. Aún los que no entienden nada de lenguajes. –al decir esto Iván remató con un beso en la boca, pero ella se corrió.

-No sabía que además de artista eras pillo. –dijo Mely y enarcó la ceja- Te hacés el superado de todo y de todos, pero yo te conocí desde el principio. Y siempre supe qué era lo que llevabas adentro.

-¿Y qué llevo adentro? ¿Suplementos vitamínicos y antidepresivos? ¿empanadas cortadas a cuchillo y vacaciones con lluvia? –dijo él y sorbió el café.

-Muy gracioso. Leí tu código y es conmovedor. Hace tiempo que no me encuentro con alguien que sea tan genuino. Acá tengo un programa que traduce en palabras humanas el lenguaje de programación. Le pegué el tramo que más me gustó. ¿Lo pongo?

-Por favor. –dijo él.

El programa tenía en el lector una onda sinusoidal que se movía al compás de los sonidos traducidos. Verde sobre negro, como un osciloscopio. Una especie de música de tempo bajo y repetitivo pero arrullador sonaba de fondo. Una voz, que salía del parlante empezó a recitar: ¨… una mujer que está hecha de fuego y noche, del calor tibio del caribe, del brillo plateado de las estrellas y el retumbar de los tambores de la selva. Arrabal y pulque, luces anaranjadas en calles adoquinadas que terminan en la puerta del ocaso. Madera verde crepitante, ardor salino de las marismas. Canto del jilguero, hambre subterránea, incendio de bosques, calma solapada. Deseo del desvelo, vértigo a ciegas. Un disco de bronce sobre un océano de fuego¨.

La música cesó y Mely lo miró seria.

-Como te dije antes, hace rato que no encuentro alguien tan genuino. Y, la verdad, es una de las descripciones más lindas que me han hecho. –dijo ella y algo parecido a una sonrisa sucedió.

-Pero yo no escribí esas cosas, yo estaba programando un sistema que administrara el stock en línea de una librería y a la vez dilucidara qué depósito era más conveniente para enviar la mercadería, mientras tomaba decisiones de mejor/peor costo de envío, optimizando a la vez el papel de embalaje según el tipo de libro. –dijo él atónito.

-Me imagino que lo que decís es lo que creés. Pero, ¿en qué pensabas mientras lo hacías?

Iván la miró fijo, serio. Sintió algo muy parecido a cuando la montaña rusa empieza su descenso en picado, quieto se quedó, envarado. Y el silencio habló por él.

-Siempre tuviste corazón de artista. Y ahora, con esto que hiciste, lo sos. Te esperan cosas grandes. –dijo ella y se fue al baño.

La mañana siguiente Mely no estaba. No volvió por tres semanas. Era imposible contactarla ya que no tenía celular. El hombre se dedicó al trabajo cada vez menos. Una fuerza que crecía en su pecho y lo desvelaba lo corría de las obligaciones de 9 a18 y lo acercaba cada vez más a…algo. Iván intuía que lo que hacía tenía un propósito

Iván se encontró, si hubiera pensado en esos términos, atrapado en dos paradojas: la primera era extrañar a una mujer que parecía desvanecerse en el aire y siempre aparecía en el momento en que el abandonaba toda esperanza de volver a verla. Esperarla, empezó a sentir, era como encender una vela para que termine la luz. La segunda paradoja que lo acechaba era que, como ingeniero informático no concebía la vida fuera de los parámetros de utilidad y eficiencia. A pesar de ello lo que su interior le urgía a hacer distaba totalmente de eso.

Secuestrado en sus propios actos fue que sintió unos brazos arroparlo. Ella había vuelto. Hablaron con sus cuerpos antes de decirse algo con palabras. En la cadencia que impusieron los dos, ella parecía mutar entre lo corpóreo y lo etéreo. Él, en cambio, siempre estuvo allí.

Esa madrugada Mely volvió a leer el trabajo de Iván, que molesto le preguntó porqué lo hacía, si nadie, salvo unos expertos podían entender lo que estaba haciendo.

-Quien entiende el lenguaje no necesita traducirlo para gozar de su belleza. Sin embargo, así como quien lee un libro de un idioma desconocido necesita traductor, tus obras necesitan lo mismo. Sólo que, en vez de ser siempre en palabras tus obras necesitan otro tipo de traducción, una menos convencional. En este caso, entiendo que éste código debería ser algo en el espacio físico. Probemos con imprimirlo a ver qué quiere decir para los demás. –dijo ella.

Una semana después la escultura estaba exhibida en el Museo del Prado. Ofrecieron comprarlo para la muestra permanente, y comenzaron a llamarlo de diferentes y variopintos lugares. Personas con ojos humedecidos miraban la escultura por horas, que nació de lo que Iván había programado. Parejas iban de la mano a contemplarla y, en ocasiones, regresaban por caminos separados.

Mientras tanto, Iván se adentraba más y más en aquello que llevaba dentro. Reconoció que ahora entendía más lo que le pasaba y lo que quería hacer con ello. Al menos respecto de sus programas, porque Mely continuaba oscilando entre el mundo que existía solo en su casa y los recuerdos.

Una madrugada ella sucedió. Iván, que se había olvidado de sí mismo para dedicarse a su tarea se levantó con torpeza y la fue a buscar a la puerta.

-Tengo algo para vos. –dijo Iván.

-¿Y qué es?

Iván le dio un juego de llaves.

-Que te quedes acá. Juntos. Siempre.

-No.

-Pero, ahora tengo todo para que ninguno de los dos necesite nada más. –dijo el hombre suplicante.

-Hay cosas que se necesitan que no se pueden comprar. Hay otras que tampoco se pueden tener. –dijo ella y sin que el supiera como, se paró del otro lado de la habitación.

-Escribí…varias cosas para vos.

-Lo sé. Gracias. Después lo leo.

-¿Tan obvio soy? ¿Tan obvio lo que hago? –fue un lamento la pregunta.

-Para nada. Lo que pasa Iván es que has sido bendecido con el Don de Apolo. Y cuando alguien lo tiene es así.

-¿Qué cosa? –preguntó el.

-Apolo es el dios de las artes. La poesía, la música. Y se dice que quien tiene un gran talento o una gran inclinación tiene el don de Apolo. Acaso el mayor don que un humano puede tener. Y vos fuiste bendecido con él. Te bendije con él. –dijo ella con una intensidad, acaso, desconocida para los dos. Iván parecía no entender — ¿Vos sabés cuál es mi nombre?

-Melisa.-dijo él.

-Eso es un aggiornamiento que te dije para no dar explicaciones. Mi nombre es Μελπομένη, o Melpómene en tu lengua. –la expresión de extrañeza del hombre iba en aumento desmedido — Apolo, en la antigüedad, tuvo varias amantes. Las principales las musas. Una de ellas –al decir esto se señaló como quien exhibe con gracia un artefacto mágico y gracioso.

-¿Qué decís Mely? ¿Me estás tratando de idiota? Si no querés estar conmigo podés evitar burlarte, al menos.

-Iván, pensalo bien. Buscá adentro tuyo, en ese pozo hondo del que tomás ahora lo que sea que tomes para hacer tus obras. Pensalo con detenimiento. ¿Dónde nos conocimos? ¿Cuántas mujeres conociste como yo?¿Cómo es que puedo entrar a tu casa sin llaves? Nunca te preguntaste nada de esto, porque yo no quise que lo hicieras. Pero es así. Siempre tuviste corazón de artista, y sabías usar tu herramienta, mejor que nadie me atrevo a decir. Por eso es que te imbuí con el don, con la inspiración.

Iván la miraba atónito, tratando de procesar todo lo que ella le decía.

-No entiendo nada de lo que me decís. No sé si te estás burlando de mí o…

-O si es cierto –lo interrumpió ella.

-En el fondo, muy muy en el fondo, sabés o al menos intuís que hay algo cierto en lo que digo. Tus ¨raptos de creatividad inútil¨, como los llamabas vos. O actos artísticos, como los llama el resto de las personas, sólo empezaron a suceder cuando estuvimos juntos.

-Vos me estás diciendo que sos una diosa griega de la inspiración y el arte y que me regalaste no sé qué artístico para que programe cosas, con no sé cuál fin. –el tono de el era un esputo avinagrado.

-¿Y tan difícil de creer es eso? Ustedes creen que los dioses están o en salas de mármol o en los libros de mitos para chicos, y no. Caminamos la tierra, bebemos en sus bares, hacemos el amor con ustedes. Seguimos acá, pero…aggiornados.

-¿Y porqué es eso?

-Porque no los abandonamos. Y así como el adolescente necesita creer que puede solo pero necesita a sus padres. Así la humanidad nos sigue necesitando aunque niegue nuestra existencia.

-¿E inspirar a un programador de cuarta va a ayudar a la humanidad?

-Vos no sos de cuarta. No para mí. Nunca para mí. Pero tu arte. Si TU ARTE y no niegues lo que hacés, moviliza a la gente a sentir cosas, y eso es el propósito no sólo de una musa, sino el de estar vivo. Emocionar a alguien, Iván, es un poco mejorar el mundo.

-¿Porqué tanta explicación? ¿Porqué me das toda esta revelación? Te vas a ir ¿no?

-Tu llama está encendida. Tu fuerza arde, tu arte existe y cambia el mundo. Ya no tengo nada que hacer acá.

-Podríamos hacer muchas cosas juntos.

-¿Qué querés, más fama, plata?

-Quiero que te quedes conmigo. Quiero que hagamos juntos lo que solo podemos hacer vos y yo.

-No está en mi naturaleza quedarme mucho tiempo en un mismo lugar. Ya lo viste.

-Antes de que te vayas a…inspirar a otros. Quiero decirte algo. Me acabás de dar el peor de los castigos: el de haberte conocido. ¿Qué hago con todo este dolor? No lo quiero.–dijo él con los ojos llorosos –

Ella sonrió con tristeza y resignación.

-¿Sabes, Iván, lo que es una sinécdoque? Es expresar una parte del todo con sólo una parte. El arte es lo mismo, es expresar una parte de algo enorme en una sola obra. Ahora te toca a vos hacer tus propias sinécdoques para mostrar todo lo que tenés adentro; que es mucho más que este dolor. Sos un gran artista. Y creéme que los conocí a todos. -Ella se acercó a él y con dulzura le tomó la cara, lo besó, y se esfumó.

La casa quedó en silencio. Luego, si alguien hubiera oído, hubiese escuchado unos sollozos seguidos de llanto. Y luego el ruido de una computadora al encenderse, y el bullir de una cafetera y luego golpeteo veloz de los dedos en un teclado.

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Written by Ignacio Porto

Cuentacuentos. Guionista. Amante de las historietas.

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