EL GATO DE OLMEDO
El sol iluminaba la mañana de sábado sin calentar. Las calles todavía estaban quietas, dormidas, como si la vida misma estuviera remoloneando en la cama. Para todos menos para Mariana que no había dormido nada, para ella el astro en el cielo sólo marcaba una cosa. Otro día de sufrimiento.
Se levantó al baño, al menos esas cosas todavía la urgían a salir del cuarto. Cuando terminó la interceptó la madre con un mate. Tomó más para sacársela de encima que por otra cosa.
-Te espera Tita hoy. –dijo la madre y le dio otro mate.
-No sé si ir. Estoy cansada, además ¿qué me va a decir?
-La tía Tita te espera a las tres de la tarde. Es una mujer grande, y creo que te puede ayudar. –la madre la miró con seriedad. — Ella se ofreció a hablar con vos, no podés dejarla pagando. Además, no la ves hace meses.
-Bueno, voy a ir.
Eran las tres menos cuarto cuando Mariana llegó a la puerta del edificio de su tía abuela Tita. La calle, en pleno Caballito, que estaba llena de autos estacionados parecía no tener el movimiento bullente de un sábado. Tocó el timbre, del otro lado la voz cascada que conocía bien. Sonó el portero eléctrico y la puerta se abrió.
El edificio era lujoso, pero de una suntuosidad de antes, una que tenía cierta opulencia pero no se había actualizado: bajorrelieves en madera, terminaciones en bronce, mármol en los pisos, helechos en el hall de entrada.
Cuando llegó al departamento la puerta se abrió sola. La tía Tita la recibió con una sonrisa.
-¡Marianita querida, tanto tiempo! Pasá, pasá que te estaba esperando. –la tía Tita la recibió con un abrazo que, para sorpresa de la joven mujer, la reconfortó.
Adentro había olor al perfume dulce y pregnante que siempre había usado Tita. Esas fragancias fuertes de señora grande. Sonaba una radio de tango de fondo y el gato Ramsés, todo gris perlado, se limpiaba recostado en el sillón sin prestar atención a la visita.
En las paredes y en los muebles vio lo que siempre había estado ahí: marcos y cuadros con infinitas fotos con la tía Tita de joven. Y personas que Mariana conocía, porque su tía Tita se lo había contado: actores y actrices famosos, cantantes, pintores, directores de teatro, dueños de canales de televisión. Tita le contó de cada uno de ellos. Siempre la figura escultural de su joven tía dominaba la foto, sin importar quien estuviera al lado.
Sin embargo, en esa retrospectiva de famosos de los ´80 había una foto gigante y central en la casa, la de su tía con conchero, plumas y maquillaje toda una vedette impresionante abrazada a Alberto Olmedo.
Mariana sabía, sin que su tía se lo contara, quién era Olmedo. Si hasta sus padres de tanto en tanto ponían sus videos y se reían. Ella tenía que reconocer que, a pesar de la incorrección de algunos chistes, el hombre era muy gracioso.
-¿Café o té, nena? –preguntó desde la cocina Tita.
-Té ¿puede ser? –Mariana, poco a poco se fue entregando a los olores e imágenes del lugar. Como quien se pone un pijama que está gastado pero que su uso reconforta y entibia el cuerpo.
Se sentaron a la mesa del living las dos. Las tazas humeaban dulzonas. Otra vez Tita había puesto miel al té de manzanilla. Quizá, pensó la joven mujer, ésta fuese una buena tarde a pesar de todo. Charlaron de bueyes perdidos por un buen rato. Mientras, la aprensión de Mariana crecía lenta pero firme, como se cocinan los buenos guisos.
Luego de un rato de hablar, Tita cambió el semblante y en medio de una charla sobre la conveniencia de comprar todo en el Mercado Central, le dijo:
-¿No sabés qué hacer no?
La pregunta la sorprendió como un cachetazo. Mariana volvió a caer en la cuenta de aquello que, si bien no había podido olvidar, estaba intentando evadir al menos durante esa tarde.
-Estoy perdida. Triste y perdida, tía. –al decir esto rompió en llanto.
Tita se acercó y con mucha ternura la abrazó. Eso pareció liberar un cerrojo que estaba siendo apretado hacía demasiado tiempo con demasiada fuerza. Mariana lloro hasta que el llanto trajo algo parecido al alivio.
-Gracias tía. Ahora me siento mejor.
-Pero no bien.-dijo la anciana.
-No. Bien no. Creo que bien nunca más.
-Marianita mía. Estas cosas pasan y como vienen, poniéndole tiempo en el medio, también se van.
-Es distinto. No es lo que creés. Acá pasó el tiempo y nada pasó ni se apagó ni un carajo.-dijo la joven mujer, otra vez con lágrimas en los ojos.
-Escuchame Marianita –al decir esto Tita sonrió con algo de pesar- Yo sé por lo que estás pasando. Y creeme cuando te digo que se pasa.
-No. No sabés. Y no me digas Marianita, tengo treinta y seis años. Que viva de mis viejos es temporal. –Tita la miró con sorpresa.
-Bueno, Mariana. Yo sé por lo que estás pasando porque, aunque no lo creas, he vivido. –al decir esto sonrió. Detrás se veían las fotos de una despampanante Tita al lado de hombres apuestos pero de estilos antiguos.
-Perdón tía si fui brusca. Es que…
-No tenés que disculparte de nada. Cuando uno está así pasan estas cosas.
-Te pido, por respeto a mí, que no me insistas con que es pasajero. –dijo la joven mujer.
-Dame la mano derecha. –dijo Tita.
Mariana no entendía bien, pero sabía la reputación que tenía su tía. Así que no pasó ni medio segundo cuando se la extendió. Tita la observó por unos largos y lentos momentos. El gato comenzó a ronronear al borde de la mesa.
-Tenés razón Mariana, lo tuyo no es pasajero. Es muy distinto. –Tita se agarró la pera como pensando. El gato mientras saltó a la mesa y solicitó con sus movimientos que lo acaricien.
-¿Eso lo sabés por leerme la mano? –preguntó incrédula.
-Viniste acá por algo. Porque sabés que no soy una mujer tradicional. –Mariana al oír esto, asintió- Creo que puedo ayudarte.
-¿Me podés resolver el dolor, o el problema tía? –la pregunta de la mujer estaba cargada de anhelo. Deseaba, se notaba en su voz, tener una solución.
-Yo, así como me ves, no. Pero mi gato sí. –dijo Tita mientras alzaba al gato que ronroneaba y parecía dormido a la vez.
Mariana miró sin entender, no sabía si su tía abuela le estaba tomando el pelo o si había perdido la cordura o qué. Pero la anciana la miraba con ojos llenos de inteligencia, lejos estaba de parecer una persona que no estaba en sus cabales.
-¿Sabés quién me regaló este gato? –al decir esto Tita se movió a la pared donde colgaba la gran foto.
-La verdad que no. Supongo que él. –dijo Mariana señalando a Olmedo.
-¡Sí! Me lo regaló Alberto. Un verano estábamos haciendo temporada en Mar del Plata, yo recién empezaba pero él me hablaba igual. No era como otros capocómicos que te trataban como basura. Alberto era distinto. Nunca me tiró onda ni me obligó a nada. Era otra época, entendé que no todos eran así. Bueno, lo importante es que con Alberto compartíamos nuestro amor por el Tarot, la lectura de manos, esas cosas son muy comunes entre los artistas ¿viste?
-Me imaginaba. Pero entonces eras amiga de Olmedo y nunca te tiró onda y te regaló un gato.
-Pero Ramsés es muy especial.
Mariana estaba tentada de pensar que su tía caería en el lugar común de ponerle virtudes humanas a su gato, como hacía toda la gente mayor cuya única compañía era su mascota. Pero ella sabía que había algo más. Había aprendido o, mejor dicho, recordado que Tita no era nunca lo que se esperaba de ella. Por algo era la única artista de la familia.
-Si vos lo decís, debe ser por algo tía.
-Olmedo me dio a Ramsés en 1985. Hace casi cuarenta años.
-Pero tía… ningún gato vive tanto. –Mariana estaba sorprendida, mientras el ronroneo parecía arrullar la conversación.
-Eso es porque Ramsés no es un gato. Es una esfinge.
-¿Qué cosa?
-Una esfinge, un animal legendario hecho de misterios y secretos y preguntas. Como la de Egipto, ¿viste?
-Me estás cargando. ¿Me decís que tu gato viejo es un animal mágico?
-Miralo bien Mariana.
La joven mujer se detuvo a ver al gato que, por primera vez en la vida le resultó de color…azul. Uno aterciopelado que mudaba el tono entre el azul noche y un azul grisáceo, pero azul. No gris.
-Como nunca le prestaste atención te parecía que era un gato gris ¿no? Sólo se dan cuenta los que están buscando algo con mucha determinación. Por eso lo viste a Ramsés por lo que en realidad es.
-Tía, no entiendo nada. Hace días que casi no duermo ni como. Ahora me entero que tenés de mascota a un ser legendario que te regaló el humorista más famoso de los ochenta. Estoy más perdida que antes.
-Es mucho para entender a la vez. Vamos de a poco, porque creo que puede salir algo bueno de esto. Ramsés, así me deja que lo llame, es una esfinge. Es un ser mágico de increíble poder que está hecho de misterios y de preguntas. Lo que una esfinge hace, básicamente, son preguntas. Las más peligrosas cuando la respuesta no es la que esperaban le dan muerte al interlocutor, pero Ramsés -acá le acarició el cuello y el animal azul ronroneó con gusto — no es así. Ramsés hace preguntas, no da respuestas, pero con ellas cambia las cosas. Ese es su poder. Hasta acá ¿se entendió? –Mariana asintió –Alberto no era el primero que tuvo a la Esfinge, hubo otros. Muchísimos. El primero del que se sabe que estuvo con Ramsés fue Sócrates.
Mariana, que estaba parada se tuvo que sentar. Se le cortó, por un segundo, la respiración.
-¿Qué decís tía?
-Ramsés es inmortal. La primera persona que se sabe que estuvo con él fue Sócrates, el filósofo. El de ¨sólo sé que no se nada¨.-dijo la anciana.
-El de la ¿mayéutica, era?
-Sí, el que hacía consultas para llegar a la verdad. ¿O te pensás que llegó a ser el pensador más grande de la humanidad solito y sin ayuda? Sin Ramsés que lo guíase en sus preguntas, en hacerlas, Sócrates hubiera sido un pensador más del montón. Los que tuvieron o, mejor dicho, hospedaron a Ramsés son varios pero los más famosos después son Santo Tomás y Freud. Igual no es que me acuerdo de todos, solo de los famosos. Para impresionar ¿viste? –dijo y una risita se le escapó como una travesura.
-Tía no digo que no te creo, pero que Freud haya tenido una esfinge de mascota resulta…
-¿Qué es el psicoanálisis, sobrina mía? –la interrumpió la tía.
-Hacer las preguntas adecuadas…-Mariana hablaba con los ojos abiertos como dos platos.
-Ahora nos estamos entendiendo. Por eso, porque Ramsés en su mágica existencia te lleva a hacer preguntas, LAS PREGUNTAS. Y de alguna manera que no voy a contar llegó a manos de Alberto, y de él a mí.
-Y vos creés que la esfinge de Sócrates y Freud me puede ayudar.
-Para mí es de Alberto, pero igual. Pensá que ayudó a inventar el pensamiento moderno y el psicoanálisis, yo creo que mal no te va a hacer.- contestó la anciana enarcando una ceja.
-¿Cómo es que no la usaste para hacer plata o para ayudar a los demás?
-Porque la primera prueba para ver si alguien es apto para un encuentro con Ramsés es verlo. La gente quiere respuestas, no la verdad. Quiere recetas para cosas triviales, como un mapa que les diga cómo vivir. Buscan los cierto, no lo verdadero, la búsqueda de la verdad es otra cosa ¿viste? –mientras decía esto acariciaba a la esfinge azul que ahora miraba fijo a Mariana.
-Bueno, ¿qué tengo que hacer? –dijo dispuesta la joven.
-Antes que nada, tenés que saber algunas cosas. Quien formula una pregunta, una de las verdaderas preguntas, tiene el indicio de la respuesta. Hacerse verdaderas preguntas es la única manera que los humanos tenemos de encontrar la verdad. Ésta nos hace libres, pero también puede hacernos desgraciados. Imaginate saber algo trascendental, algo tan grande e importante que no puedas obviar. Vivir con eso nunca es fácil. Por eso viví como viví sobrina, porque yo estuve en el mismo lugar que vos. Y cuando supe, tomé mi decisión. No me quejo, nunca lo hice. Pero saber, de verdad saber, tiene una maldición dentro de la bendición que trae y es que nunca más podés olvidar que sabés. No te podés escapar ni perder, ¿viste?
El sol estaba bajando, las luces naranjas entraban por la ventana y se escuchaban algunas personas hablando en la calle. La radio ya no sonaba, pero nadie se había dado cuenta. Ahora Mariana, Tita y Ramsés estaban parados haciendo un triángulo escaleno en el medio de la sala.
-Estoy lista. –dijo la joven mujer.
-Vas a entrar con Ramsés a mi habitación, tranquila que es buenito. Sólo ustedes dos. Y vas a hablar con él y escuchar lo que tiene para decirte. Si sos honesta con tus palabras, puede que te sirva esto, sino no. Pero acordate que las esfinges son preguntas, misterios que caminan. Las respuestas nos corresponden a nosotras.
Tita abrió la puerta de la habitación, una cama de dos plazas, mesita de luz, fotos, una virgen en algún lugar. Ramsés entró primero con la gracia de las cosas líquidas. Mariana entró y la puerta se cerró.
En ese momento en la habitación sólo estaban Ramsés y ella, las paredes blancas y piso de madera; todo lo demás parecía haber desparecido. La esfinge aguardaba parada en el otro lado de la habitación y miraba fijo a la mujer. Parecía, pensó Mariana, como una mancha de pintura en una hoja gigante y lisa. Ningún ruido, nada del exterior parecía penetrar en el lugar.
Los ojos de Ramsés, se dio cuenta, no tenían pupilas. Eran negros completamente, había como un brillo de fondo en ellos, pero antes de que ella pudiera seguir pensando escuchó su voz.
No lo hizo con sus oídos, sino que la escuchó en su cabeza, más precisamente en la parte de atrás de la cabeza.
-¿Qué te pasa? –preguntó la esfinge sin moverse.
-Sufro. Me duele esto que me pasa.
El ser azul dio un paso hacia ella.
-¿Porqué te duele?- dijo, otra vez sin hablar.
-Porque es como vivir sin una parte de mí misma.
Lo que parecía un gato dio otro paso.
-¿Y esa parte que falta, la podés encontrar?
-Sí.
Otro paso.
-¿Sabés dónde?
-Siempre lo supe.
Otro paso.
-¿Sabés quién es? –la esfinge la miro con ojos calmos como dos lagos de tinta, e igual de profundos.
-Sí. Es ella. –En ese momento Mariana le mostró todas las imágenes que tenía en su corazón.
-¿Podría ser otra persona? ¿Estás segura?
Hubo una pausa.
-Nunca estuve tan segura de algo. –contestó la mujer.
- ¿Sabes lo que te puede costar, completar tu corazón? –otro paso.
-Creo que sí.
-¿Sabés lo duro que puede ser? –al decir esto la esfinge, le mostró en la mente de ella todas las posibles dificultades y problemas que tendría que enfrentar. Para sorpresa de Mariana eran más de las que había imaginado.
Mariana rompió en llanto.
-¿Porqué me pasa esto Ramsés? ¿No podés hacer algo mágico y listo? ¡No quiero este dolor!- el llanto de la mujer se profundizó.
-¿Qué pasaría si no vas tras lo que querés? –otro torrente de imágenes, de futuros posibles le vino a la mente a Mariana. Muchos calmos, pero todos tibios, secos. Como valles que no conocen picos. Se vió, en uno, como su tía. Tranquila, conformada.
Pasó un tiempo que no se pudo medir con relojes. La esfinge azul hizo otra pregunta.
-¿Sabés qué querés?
Mariana tomó aire.
-Sí.- al decir esto la mujer alzó a la esfinge que estaba parada a sus pies y salió del cuarto.
Afuera era entrada la mañana.
-Querida mía. Espero que te haya servido. –dijo Tita y la abrazó.
-Si…la verdad que sí. ¡Qué tarde se hizo!
-Ya le avisé a tu mamá que te quedabas a dormir para hacerme compañía.
Tomaron el desayuno hablando como si nada de las últimas horas hubiese pasado. Cuando terminó Mariana saludó a su tía y agarró la campera.
-Ojalá te vayas mejor de como viniste. –dijo la anciana.
-La verdad que sí.
Cuando estaba por salir la tía le dijo.
-No te olvides a Ramsés. Ahora que lo viste y hablaste con él tenés que hospedarlo. Así funciona; así pasó de Alberto a mí.
Eso le pareció verdadero a Mariana que tomó al gato bajo su brazo izquierdo sin dudar.
-Me voy tía, chau. Vení a visitar a Ramsés cuando quieras.
Salió a la calle. No hacía tanto frío como el día anterior. Iba a pedir un auto por la aplicación, en ese momento Ramsés se movió en su brazo. No. Un auto no.
Marcó el teléfono. Esperó unos segundos.
-¿Hola Andre? Sí, soy yo…quería hablar con vos…¿ahora? ¿tu casa? Sí, sí dale. Lo único…No, no sin peros…es que…tengo un gato, es largo. Voy para allá y te cuento.
Ramsés ronroneó con gusto, Mariana no lo escuchó porque pensaba en otra cosa.