EL LLAMADO

Ignacio Porto
6 min readAug 2, 2024

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Ilustración Jon Amarillo (instagram @jonamarilloart)

Los políticos fracasaron, los diplomáticos fallaron. Todo estaba inundado por un mar de sangre y muerte. Ninguno pudo detener la guerra. Desde casi tres años nada parecía sobrevivir a ella, ninguna ciudad, pueblo; ninguna familia. Bosques talados, ríos truncados; todos los esfuerzos parecían pocos para los que llevaban adelante la máquina del odio adelante.

Si hubiera sido por Amhela, ella hubiera terminado con la guerra antes de que empezara. Pero había aprendido muchas cosas desde que se conviritó en hechicera; y una de ellas, acaso la principal, era que hasta la magia tenía límites.

Pero Amhela no se rindió y partió en búsqueda de soluciones. Sabía que no las encontraría en los salones enjoyados del congreso ni en los polvorientos libros de la biblioteca. Decidió ir al Templo Árbol, a encontrar allí qué camino tomar.

Entró en un trance profundo y con su mente logró llegar al Árbol de Todos. El nexo del inconciente colectivo fluía allí haciendo el mismo lugar. Y mientras recorría las raíces y las ramas, y se perdía en los frutos luminosos la respuesta la encontró.

No serían los dioses quienes respondieran su llamado, no había un hechizo lo suficientemente poderoso, ni existía un objeto tan milagroso. Sin embargo, existía un ser capaz de poner fin a la guerra. Hanlax, el señor del cielo; el Dragón Maestro.

Tal era el poder que podía cumplir cualquier deseo a quien lograra convencerlo. Pero los dragones son sabios y astutos; y Hanlax era el más antiguo de todos. Torlibher, el Árbol de Todos, no le dijo más. Ni cómo ubicarlo ni cómo llamarlo. La mujer entendió que hacerlo formaba parte del camino que tenía que hacer; y de la solución.

Despertó con satisfacción y urgencia. Amhela como hechicera, había llamado al rayo bajo sus dedos; había invocado a algún dios menor. Pero los dragones eran otra cosa; ni una fuerza de la naturaleza, ni un etéreo de pequeña voluntad y mente.

Decidió dejarse llevar por su instinto y éste la guió. Marchó por semanas hasta alcanzar la base de un helado pico. Con esfuerzo y tiempo logró subirlo, más por su voluntad que por su preparación. Los dedos entumecidos y cortados, el cuerpo hambriento de carne y calor. Le llevó casi tres días enteros, pero la cima era suya; tan suya como son las cosas imposibles de poseer que se logran sólo por el esfuerzo.

El dragón no podía ser obligado a ir, no había poder ni espíritu tan grande bajo la luz del mundo. No sabía si era posible invocarlo, ese llamado magnético que se puede hacer con algunos seres libres. Pensó en rezarle, pero no era la fe lo que movía lo movía, tampoco la caridad o la ambición. Amhela, sin saber qué hacer o por dónde empezar, hizo todo. Y en algún momento de todo ese repertorio sucedió. No supo si fue el llanto, la súplica o la invitación, pero Hanlax estaba allí como una brisa y un vendaval a la vez, una especie de paz en tensión.

-Me invitaste a venir, Amhela. Aquí estoy. -el dragón le habló directo al corazón.

-Gracias, gran Hanlax, por acudir. Te invité porque quería que vieras algo de suma importancia. -dijo la hechicera tratando de ocultar su temor.

-Piensa en el lugar, y estaremos allí.

Atardecía y el campo de batalla era un despojo de cuerpos y barro. Alejadas estaban las carpas de ambos bandos y se oía como los que podían trataban de ayudar a los heridos. Los lamentos cubrían todo como una bruma.

-¿Querías que viera ésto? La guerra de los que mueren. Nada que no haya visto desde la primer salida del sol. -dijo el dragón algo molesto.

-Pero, gran Hanlax, éste es mi pueblo. Y tienen que parar.

-Puedo ponerle fin a esto ya mismo. -dijo el dragón. Amhela sintió como una tormenta de rayos se formaba alrededor.

-Gracias, sabio Hanlax, pero hay que poner fin a la guerra sin matar a todos lo que están en ella. -dijo Amhela.

-Eso es un poco menos fácil. -la voz del dragón pareció brillar.

-No me presenté debidamente. Soy Amhela…-la hechicera hablaba sin saber cómo dirigirse al señor del cielo.

-Sé todo de tí, hechicera. Sino no hubiera aparecido. -dijo el dragón.

-Entonces sabes del gran dolor que causa ésta guerra, de las muertes innecesarias, del llanto. Es preciso que ésta guerra termine ahora.

-Los que mueren han hecho esto desde siempre; y en algún momento dejan de hacerlo. Que lo resuelvan ellos. Poco me importa esto. Me voy. -dijo el dragón.

-¡No! ¡Por favor no, gran Hanlax! Escúchame una cosa más. -suplicó la hechicera.

El sol moría en el oeste y los ojos del dragón quemaban.

-Tengo entendido que quien logre estar ante tí, puede pedir un deseo. Y que tú, gran y único Hanlax, puedes cumplirlo. Si es así, por favor, escucha mi pedido.

-Así que se trata del deseo ¿eh?. -la boca del dragón era un abismo de dientes- Es cierto que puedo cumplir uno. Pero sólo uno. Además, que pueda no significa que vaya a hacerlo.

-Por favor Gran Señor del Cielo, concédeme el deseo de…-Amhela hablaba con esperanza.

-Podrías pedir ser como yo. -la interrumpió Hanlax.

-¿Qué?

-Que, si quisieras, podrías pedir ser un dragón. Pudiste invitarme, así que tienes el espíritu grande como para serlo. Imagínate, ser tormenta, fuego y cielo. Podrías invocar el rayo, estar fuera del tiempo. -dijo el dragón.

La posibilidad se abrió frente a la hechicera, y fue como ver la luz por primera vez. Amhela pensó en las posibilidades, pero pronto sólo tuvo espacio en su mente para pensar en lo que es ser un dragón: eterno e indomable. Volar en las estrellas, nadar en las fosas marinas, poder ver que había del otro lado del horizonte.

-Te olvidas de la magia, hechicera. -dijo el dragón — Tu mente ni siquiera puede imaginar lo que es ser magia. No hay nada de los que mueren, que se pregunten siquiera lo que es eso.

-¿Pero cómo?

-Tus pensamientos son claros. Y obvios.- dijo el dragón- Puedo hacerte trascender, ser una con el cielo, o puedo detener la guerra. Un deseo cancela al otro. ¿Tú, o los demás?

-Darme ésta posibilidad es maligno.-dijo Amhela sin pensar con quien hablaba.

-Hay sabiduría en mi malicia. ¿Cuál es el sentido de cumplir todos los deseos? Si se cumplieran todos los deseos, todo tendría igual valor. Además, una vez que te conviertas te dejarán de preocupar los que mueren. Seran como las gotas de lluvia: indistinguibles unos de otros, y pasajeros. -parecía que el dragón sonrió al decir eso, si algo así hubiera sido posible.

-Pero, ¿seré igual que tú, un dragón de magia y deseos?-preguntó la hechicera.

-Nadie es igual a mí. Y ningún dragón es igual a otro, cada uno es su propia totalidad. Serás el dragón que quieras ser. Ahora, hechicera, haz tu deseo o vete. El tiempo se terminó. -dijo el dragón.

Amhela sintió miedo, tanto que no pudo formular su deseo con palabras. No hizo falta tampoco, el dragón pudo ver su corazón. Como cuando un río llegaba al mar, así se amplió su conciencia. Miró el campo y las montañas detrás y por primera vez las vió, de repente entendió el propósito de aquellas. Sintió un cosquilleo de viento y nieve, y a la vez un profundo e íntimo calor. Era vendaval y quietud, era vida y destrucción.

Recordar, para quien fuera la hechicera, era como querer agarrar la neblina después de la salida del sol. En ese momento, y sintió que para siempre, sólo existiría el ahora. No le importó porqué estaba allí ni que haría después. Lo único con valor sucedería por siempre en ese momento, en ese lugar; para siempre.

Como una estación que terminaba, sentía como su yo anterior quedaba detrás. Los que morían, debajo, chocaban entre ellos; indistinguibles unos de otros. Los vió triviales, efímeros, y muriendo. Algo como un pedruzco apareció en su nuevo ser dorado, una especie de apremio.

Los que morían se mataban y, como las gotas de lluvia, desaparecían. El reciente dragón supo que en su poder estaba el de ser una tormenta. O detenerla,

Un aguacero dorado cayó en el campo de los que morían. Un agua de vida les enfrió el corazón, les apagó el odio.

El nuevo dragón nació cumpliendo un deseo, el de una hechicera que no existía más.

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Ignacio Porto
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Written by Ignacio Porto

Cuentacuentos. Guionista. Amante de las historietas.

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