EL PEDIDO
El genio de la lámpara lo odiaba. Atur lo sabía y no le importaba. No quería llamar la atención, temía por su garganta o la de su familia; por eso en vez de pedir ser automáticamente rico, pidió ser próspero. Nadie sospecharía que tenía un artefacto mágico si el dinero lo hacía trabajando. Ése había sido su segundo deseo. El primero fue ser más alto; basta de la burlas de los otros.
Pero el genio igual lo odiaba. Odiaba sus ojos de rata, sus dedos ansiosos, su falta total de solidaridad. El Djnn, se enteró que así se le dice a los habitantes de lámparas, no veía la hora de cumplir con el tercer deseo para pasar a otro dueño.
El mercader la había comprado a un vendedor de bagateles para usar de inciensario, y cuando la limpió sucedió lo imposible. Siempre era así, cumplidos los tres deseos la lámpara encontraba un nuevo poseedor. Atur lo sabía, y no quería malgastar su última chance por que sí. Además tenía que ser muy claro cuando pedía, porque los deseos pertenecían al portador de la lámpara, pero la implementación era siempre del genio.
Los años pasaban y el genio seguía con el cretino. No lo toleraba más. Sus mezquindades, su falta total de reconocimiento de los demás, hacían que ese caldo de dos se hiciera más espeso cada vez. Hasta que tuvo una idea.
El ser de la lámpara conocía a la gente, sabía lo que quería antes de que formularan sus deseos. Empezó aconsejándolo con cosas de su negocio, maneras olvidadas de los caminos de arena y tiempo. Al ver los frutos de los consejos Atur frecuentó más y más al genio, éste le decía que era muy inteligente y que ni en la misma Elibanthen había visto un comerciante así.
Los elogios y su fortuna creciente incendiaban aún más su avaricia, con los años los ojos de rata de Atur fueron de serpiente. Sin importar cuánta riqueza tuviera, le parecía siempre poco, como un fuego que sólo se podía azuzar. El djnn susurraba a sus oídos elogios y sugerencias. Pero Atur se negaba a coronarse con el deseo final.
Despertó una mañana y con convicción invocó al genio, sabía cuál era su voluntad, una mente como la suya no podía fallar.
-Ya sé cual es mi último deseo. -dijo el mercader- Quiero tener más dinero del que pueda contar.
-¿Ese es tu deseo “Portador de la lámpara”?- el dijnn sonreía.
-Si.
Le dió once monedas plateadas y luego un fogonazo mágico. Atur veía las monedas, como nubladas, y las contaba. Del uno al diez, sin entender cuál era el número que seguía. Miró alrededor y no reconoció el lugar, no sabía tampoco si tenía nombre.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, y…otra vez a contar esa pieza que sobraba.