EL ROBO

Ignacio Porto
7 min readAug 2, 2024

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Ilustración Jon Amarillo ( instragram @jonamarilloart)

Hay cosas que definen lo que cada uno es. En el caso del Reino de Irdir, había un objeto que no sólo lo representaba, sino que lo había construído desde los cimientos.

El emperador Perlianes era el último poseedor del Ojo de Orielle, aquella reliquia que veía todos los caminos posibles haciendo elegir a su portador la mejor decisión. Todo lo preveía el Ojo, si era lógico por más improbable que fuera; el portador lo sabría y tomaría siempre la mejor solución. Pero había desaparecido; el emperador yacía inmóvil en su cama por el ataque; y una ausencia a gritos ocupaba el lugar donde el Ojo debiera estar.

Alzin y sus expertos revisaron cada espacio, cada recoveco y mota de polvo; había un profundo olor a electricidad y frío en el aire. Unos pelos y plumas azules confirmaron la sospecha: algún tipo de hechicería había tomado parte en el asunto.

Como todos sabían el Ojo de Orielle sólo podía ser entregado si el poseedor era vencido en una batalla lógica, nunca era el paso de manera voluntaria. Quien lo poseía lo hacía hasta el final de su vida, cuando era superado por el nuevo portador.

Había sido un mago entonces. Alguno de esos ingobernables, soberbios y peligrosos magos. Nadie sabía cómo contactarlos ni cuáles eran sus propósitos. Ellos actuaban de manera extraña yendo y viniendo a su antojo, pudiendo invocar a una esfinge o terminando con una sequía de años; hacer que lloviera fuego o maná del cielo. Eran improbables y no reconocían ningún poder superior.

Pero uno tenía el Ojo de Orielle y el rey moría. Peor aún, ellos no tenían el Ojo y serían devorados por los reinos enemigos. Una espía le informó que tenían confirmación de la presencia de un mago cerca. Dragones sobrevolaban el palacio de verano, que debía estar cerrado. Alzin actuó rápido, armó un eqiopo de cuatro de los mejores soldados y los envió a recuperar el Ojo a toda costa.

Con ellos llevaron a Serpin, un brujo; algo distinto a los legendarios y escasos magos. Los brujos eran comunes y caminaban dentro de los límites del mundo. Mientras los magos hacían lo imposible, los brujos lograban lo improbable. Era una diferencia de naturaleza, más que de magnitud. Pero Serpin, era el único recurso mágico confiable con el que contaban para el trabajo.

Partieron los cinco por pasadizos hasta fuera de la ciudad. Por horas cabalgaron en un silencio marcial, a excepción del brujo que miraba alrededor como buscando algo.

-Brujo, ¿qué nos podemos encontrar allí? -preguntó el sargento.

-No tienen fin las trampas de los magos. -dijo Serpin con la mecanicidad de quien a repetido un dicho miles de veces- Puede ser cualquier cosa. Sea cual fuere de los magos, éste logró extirpar el Ojo de Orielle, y además parece que logró invocar un dragón. Prepárense para lo peor, lo más terrible e impensado.

-Lo que decís es esperanzador. -dijo uno de los soldado, irónico.

-Es la verdad, a diferencia de lo que vamos a enfrentar cuando lleguemos. No se dejen engañar por lo que creen que ven o sienten. Piensen que es más como una pesadilla, una de esas que lo más terrible sucede de repente y sin razón. Pero acá va a pasar en serio.

-¡Mis pesadillas son con mi suegra! -dijo uno y los demás rieron.

-Prefiero un millón de suegras que medio mago. -dijo Serpin, con gravedad.

-¡Eso es porque no conociste a mi suegra! -dijo el mismo soldado, y hasta el brujo rió.

Antes de entrar al valle desmontaron. El lugar estaba tranquilo, como si no hubiera varios dragones volando en el cielo. El resto parecía normal.

-Dragones. -dijo el brujo.

-Sí, son hermosos pero dan miedo. -dijo el sargento.

-No. Los dragones siempre están solos. Nunca verás dos dragones juntos, mucho menos tres. O son una ilusión, o éste mago es mucho más poderoso de lo que pensé. -dijo el brujo.

-¿Existe alguien con tanto poder? -preguntó el sargento.

-Fueron personas una vez, humanos, enanos, cualquier raza que camina sobre éste suelo. Pero lo que sea que hayan hecho o les haya pasado los transformó. Ya no responden a las leyes de los vivos ni de los muertos. No deberían existir, pero acá tenemos uno. Se dice que Erket, la Sufridora, invocó un dragón gigantesco, grande como una montaña y lo usa de caballo. Asi que sí, son TAN poderosos. -dijo el brujo.

-Todos conocemos el palacio de verano. Vamos a manejarnos en un grupo compacto, con el brujo en el medio. Recorremos las habitaciones una por una, y si vemos el Ojo de Orielle, lo tomamos y huimos. Tenemos que movernos con rapidez ya que no sabemos cuándo el mago se irá del palacio. En ese momento perdemos rastro del mago y del Ojo para siempre.-mientras daba las órdenes, el sargento miraba uno a uno de sus soldados a los ojos- En caso de encontrarnos con dificultades…-miró a Serpin.

-Si nos encontramos con alguna bestia del mundo ustedes actúan como lo harían siempre y yo los apoyo. Pero si es un animal mágico, yo tomo el mando de la unidad.

-En caso de toparnos con el mago -el sargento abordó el tema más duro con la misma naturalidad como si hablara de un entrenamiento- lo que hacemos es huir. El brujo proveerá una distracción lo suficientemente importante para ganar minutos…

-Segundos- lo interrumpió el brujo.

-Para ganar tiempo, y nos retiramos. Volvemos al palacio y damos el informe. Si antes de llegar al punto de no retorno, en éste caso es la sala imperial, alguno se pierde o es herido, nos espera en su lugar y al regresar lo buscamos. Una vez en la sala imperial, si alguno queda herido debe encontrar por sus medios la salida. ¿Entendido? -preguntó el sargento.

-¡Sí, señor! -contestaron al unísono los otros.

-Una cosa más -dijo el brujo- Si dudan de algo que ven o sienten, recuerden que no tienen fin las trampas de los magos.

Entraron por el desagüe más lejano pero que tenía la reja floja y era la mejor manera de entrar al palacio sin ser vistos. Caminaron en silencio, escudos en mano y espadas listas. Se movían con calma practicada, avanzaban al unísono sin vacilar. Serpin, inspeccionaba el entorno.

Llegaron al final del túnel, en el sótano. Todo estaba desierto, ni ratas ni arañas había. Una limpieza seca gobernaba el lugar, no había ni polvo. Los soldados miraron al brujo como pidiéndole una explicación, que les hizo un gesto de seguir.

Llegaron a la cárcel y tampoco allí encontraron ningún indicio de que hubiera habido vida. Algo extraño, ya que era el palacio de verano y toda la corte visitaba durante el estío. La cocina estaba amueblada pero no había manchas de comida, ni olor a especias, ni siquiera a frutas podridas.

-¿A dónde, sargento? -preguntó un soldado.

-La sala imperial, seguro esta allí. -dijo el sargento.

-No, la bibiloteca. -dijo el brujo y el sargento asintió.

Avanzaron por los pasillos y siempre que pudieron tomaron los pasadizos sólo conocidos por la guardia personal del emperador, para evitar cualquier encuentro. Pero al doblar en el último recodo el olor a azufre los golpeó y luego la vieron; una especie de sombra líquida y espesa saltó hacia ellos. Los soldados, puro instinto, se afianzaron y se prepararon para el ataque.

-Pekh. -dijo el brujo, y sombra de alquitrán ardió.

El monstruo cayó al piso hecho una bola de fuego y chilló. Dos soldados se abalanzaron para terminar con ella, pero ésta les tiró su fango incendiado y los quemó. Las llamas los consumieron en el acto. El grito de hombres muriendo quemados sonaba aún peor.

-¡A la bibloteca, rápido! ¡Ya sabe que estamos acá! -dijo el sargento.

La biblioteca estaba deshabitada, en ninguno de los corredores había nada fuera de lo normal más que la ausencia total de polvo y suciedad. El brujo parecía cada vez más nervioso.

-¿A dónde vamos, brujo? ¿dónde mierda está el Ojo ese? -dijo el sargento.

El brujo miraba aterrado alrededor, como si no reconociera las cosas que lo rodeaban.

-¡Brujo! ¿a dónde? -dijo el sargento.

-Tenemos que irnos. Me engañó…-dijo el brujo.

-Nadie se va. ¡¿A dónde brujo?! -dijo el sargento.

-Me engañó. ¡Esto no es el palacio! Acá no están él ni el Ojo. -dijo el brujo y salió corriendo por la puerta.- ¡El dragón! ¡el dragón!

En el pasillo no había restos de los soldados quemados ni del monstruo. Corrieron sin importarles el ruido. Pasaban cuartos, salones, pero no veían puertas al exterior. Poco a poco el entorno empezó a tener un tono acerado, y una especie de respiración se oía en todos lados. Las paredes parecían expandirse y contrarse cada vez más rápido.

-¡A la cloaca! ¡Salimos por dónde vinimos! -dijo el sargento y todos enfilaron hacia el sótano.

“No tienen fin las trampas de los magos”, pensaba el sargento mientas avanzaba por los túneles sin luz buscando una salida. Llegaron a una habitación con una abertura del otro lado. Corrieron hacia ella, mientras unos temblores sacudían el piso.

-¡Los dragones! ¡Lo sé! -gritó entre llantos el brujo.

Mientras un calor de fuego se sintió en el aire, la habitación se cerró como una boca.

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Ignacio Porto
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Written by Ignacio Porto

Cuentacuentos. Guionista. Amante de las historietas.

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