EL SITIO
Un lago de muerte en calma, así parecía el sitio a la ciudad. Un anillo negro de carpas, estandartes y fuegos desperdigados. Mientras, la Ciudad dorada parecía ignorarlos.
Elibanthen, la ciudad de los sabios; hogar de las magas y hechiceros más grandes del mundo. Sus torres altas coronadas con observatorios enjoyados para estudiar las estrellas, con caminos internos hechos de piedras fulgurantes. En la plazas las fuentes de maná están para quien quiera beber de ellas. Si hay algo que Elibanthen respira y vive es la magia.
El pueblo de Elibanthen estudia los caminos ocultos, la manera de las invocaciones, el movimiento del destino en los astros. Cuando un mago de la Verdadera Ciudad llega a cualquier otro pueblo lo transforma, siempre, para mejor. Han hecho florecer campos yermos, detenido sequías de años, han resuelto guerras en cuestión de días. Son el faro luminoso que guía a todos los demás.
Pero desde hace tres años se han encerrado en sí mismos. Poco a poco fueron regresando, respondiendo a un llamado que nadie más oyó ni supo. Tras las murallas que rodean la ciudad, nadie sabe ahora qué es lo que pasa. Los sabios han dejado de contestar pedidos y responder las cartas. Nadie sale de allí, nadie había podido acercarse a preguntar tampoco; la pradera que rodea la ciudad plagada de encantamientos no permitía que se pudiera llegar. Sin embargo ahora un ejército la sitiaba, los soldados habían llegado.
Los Bak Asha, guerreros de nacimiento. Su vida y cultura gira en torno a la marcialidad. Soldados perfectos en la guerra, saben también trabajar la tierra y vivir en paz, pero desde el niño más pequeño a la anciana mayor pueden empuñar las armas con solvencia y conocen los modos de la guerra. Su culto no radica en la conquista ni en la muerte, sino en la batalla; en ese choque sangriento y peligroso de cuerpos, tácticas y voluntad. Hace generaciones sin embargo, que abandonaron ese camino para asentarse de una vez en los campos. Ahora han abandonado sus hogares; como una especie de ciudad ambulante se fueron. El porqué un pueblo orgulloso que gozaba de la paz en tierras lejanas habían abandonado sus casas para llamar a las puertas ajenas tenía una respuesta que los sabios conocían bien.
Una nube blanca apareció venida del mar; enorme y lenta llegó a las costas sin dejar nada tras de sí. Iba ganando en tamaño a medida que se movía, tocando el suelo y subiendo hasta el cielo. Al avanzar la nube engullía todo. Nada ni nadie que se adentrara en ella regresaba. Llegó del mar sí, uno que ya no existía más.
La calma flotante estaba acabando con todas las cosas, ni el viento ni las montañas, ni siquiera el canto de las sirenas podía detenerla. Ciudades y puertos desaparecidos en cuestión de minutos. Nadie sabía qué hacer. La nube estaba lejos, pero llegaba. Ése era el porqué los Bak Asha sitiaban la ciudad; buscaban soluciones o respuestas o en último caso un cobijo que nunca antes habían pedido.
Sin embargo las puertas de Elibanthen seguían mudas a los llamados. Impacible la ciudad resistía un sitio que peleaba contra el tiempo; el de los magos y el de aquello que se acercaba.
Hacía ya diez ciclos lunares que el asedio ocurría. Hubo muchos intentos de tomar las torres exteriores, pero ninguno tuvo éxito, las paredes no tenían instersticios para colgarse de ellas, no podían ser melladas para clavar nada. Y cualquier acercamiento era repelido con piedras ardientes. Una vez, al poco tiempo de llegar, los Bak Asha intentaron derribar la puerta. El ariete golpeó hasta quedar en pedazos irreconocibles, la puerta permaneció inmutable.
Atardecía en la pradera, Ulana la General de los Bak Asha recorría el campamento dando ánimos a las tropas entre órdenes y bromas. Procurando que no perdieran el ímpetu, recorría los distintos fuegos que se preparaban para cocinar las menguantes comidas. El suyo era un ejército listo para la guerra, pero compuesto también por ancianos y niños. Allí estaban todos los que habían partido a tiempo, ésa era ahora la totalidad de su pueblo.
Mientras caminaba evitando los charcos un ave se presentó ante ella. El pájaro tenía porte orgulloso y un plumaje iridiscente, y que al volar dejaba una fragancia dulce detrás. Ulana no recordaba el nombre, pero sabía que era uno de los animales predilectos de los magos. Se decía que estaban extintos, sin embargo allí en un barril frente a ella uno la miraba. La mujer se acercó al ver que tenía una nota en la pata, la tomó con cuidado de no espantar al pájaro, que parecía estar acostumbrado a los humanos. Abrió la nota, en letras brillantes decía: “El Archimago Peredur Regente de Elibanthen, la convoca a usted Ulana de los Bak Asha a una asamblea, mañana al amanecer en la puerta del Grifo. Venga en soledad ya que goza del salvoconducto del Alto Señor.”
Un enemigo que quiere parlamentar es un enemigo que se dió por vencido, pensaba Ulana. Los sabios querían negociar pero ¿qué? Sus intentos de asedio no habían surtido efecto sabía la general, quizá estuvieran quedándose sin alimentos. Fuera cual fuese el motivo mañana por la mañana entraría cautelosa a Elibanthen.
El cielo era violáceo cuando Ulana se levantó, no había podido dormir anticipando el encuentro con el archimago. Los espías que había enviado volvieron con la notcia de que frente a la puerta del Grifo había una carpa solitaria.
Esperó a ver el sol en el cielo. No quería quedar esperando, eso la dejaba en inferioridad de condiciones, se decidió ir con la luz. La carpa era modesta, al lado de la entrada colgaba el estandarte de la Ciudad. Nadie guardaba el ingreso, nadie parecía esperarla. Detrás, como vigilando, la puerta del Grifo parecía gritar en silencio.
Entró a la carpa preparada para lo peor. Dentro la esperaba una mesa servida de comidas extrañas y alguien sentado que la miraba.
- Sé bienvenida Ulana del pueblo de Bak Asha. Soy Peredur, Archimago y Regente de Elibanthen.- dijo el hombre al pararse.
-Buen día Regente Peredur. -dijo seca la militar, escondiendo la sorpresa de verlo al mago que, con la piel azul casi negra y seca, parecía más una figura de ébano que un ser que respiraba y vivía.
-La invito a compartir conmigo el desayuno mientras hablamos. — los modos del archimago eran gentiles y la sonrisa afable intentaba disipar la tensión que había en el aire.
-Agradezco la hospitalidad -Ulana trataba de recordar los modos de llevar adelante una negociación en una situación de equidad con el enemigo. Nunca le había tocado una tarea así, pero ya no quedaba nadie de mayor rango entre los suyos.
-Hay quesos, frutas y pavo. Para beber hay té y vino del estío. -dijo Peredur mientras se servía atento a lo que iba a escoger.
- Gracias Señor Regente, pero paso. -Ulana dudaba, tenía hambre pero su ejército sufría las mismas privaciones que ella. El mago sonriendo la miró.
-¿No va a decirme General, que rechaza ésta ofrenda de su rival despreciándome el alimento que libremente le ofrezco?- la sonrisa del mago era una víbora.
-En ese caso, acepto la hospitalidad — La mujer se entregó con la velocidad del hambre.
-Esas guindas son muy recomendables, los carozos están hechos de caramelo.-dijo el mago que se movía con la gracia de los niños mientras cortaba un pedazo de queso.
-Se agradece. Me llamó aquí para parlamentar. -dijo la militar que se movía de manera directa y frugal, tomando sólo que sabía que comería.
-Decir “parlamentar” es una exageración, yo diría más bien “dialogar” — dijo el hombre cuyas manos se movían entre vacilaciones divertidas y decisiones suprefluas.
-Creía que quería negociar algún tipo de acuerdo.- dijo Ulana que, al cortar la carne lo hacía en trozos pequeños para masticar rápido. Como había aprendido en la vida en los campamentos.
-La invité porque quería conocerla, quería mirarla a la cara y tomar la verdadera talla de quien era responsible del asedio a mi ciudad.
-Aquí me tiene, esto es lo que soy. -dijo Ulana con severidad.
-También la llamé para saber qué es en verdad lo que quieren- dijo el mago concentrado, como si pelar la naranja tuviera un profundo significado.
-Yo creo que tu magia se secó, que tus dragones murieron y que lo único que hacen es esperar agazapados la muerte.- Las manos del mago parecían dudar mientras hablaba, pero al escuchar a Ulana se movían rápidas y diestras como arañas.
-¿Y porqué el sitio entonces? No creo que, si es como dices, a la Reina de la Guerra le cueste mucho tomar Elibanthen por asalto.
- “No tienen fin las tretas de los magos”, eso es lo que me enseñaron de chica. Pueden que estén vacíos de magia, pero no de sorpresas -dijo la mujer. El mago sonrió.
-Si saben que no pueden tomar la ciudad y que no los vamos a dejar entrar, ¿porqué no se marchan?- Los ojos del archimago parecían transmitir algo distinto a lo que decían sus palabras, algo secreto e íntimo.
-Porque necesito darle a mi pueblo la ilusión de salida; de esperanza aún cuando no haya nada que esperar,
-Y quieres un culpable.-dijo el mago y apuró un vaso.
-Eso ayuda. Si la esperanza no los anima, que sea el odio lo que los mantenga encendidos,
-Un poco cruel.
-¿Cruel? Mirá la diferencia entre mi pueblo y el tuyo, en mi campamento las personas se mueven, pelean, cantan. Tu ciudad es un museo silencioso de estatuas.
-Para militar tenés alma de poetisa. Pero no puedo dejarlos entrar. Somos el pueblo elegido de Elibanthen. Por algo esta ciudad y la magia y nosotros. Somos las magas y hechiceros de la dorada ciudad. Que nos salvemos no es una duda, es una cuestión de tiempo.
-Somos los bárbaros perfectos para que tu pueblo rechace.-dijo Ulana lacónica.
-El corazón de la cuestión, estimada Ulana, es que nos necesitamos mutuamente para morir como vivimos. Porque ni tus imposibles guerreros, ni todos los sabios en todas las bibliotecas de mi ciudad encontraron una solución para lo que viene.
-Sea entonces como viene siendo. -dijo Ulana.
-Ni más ni menos. Ahora, terminemos lo que queda de pavo que está delicioso. -dijo el mago.
Comieron hablando de cosas pequeñas, Peredur hizo bromas astutas y comentarios mordaces que dejaban mal parados a otros magos que Ulana desconocía, pero que igualmente le causaban gracia.
Ella en cambio, escuchaba atenta las anécdotas que el Regente tejía de las glorias del pasado y de sus investigaciones actuales, como si éstas fueran a continuar.
Al mediodía cada uno regresó con palabras y motivos que entendieran los suyos, poniendo la culpa del otro lado de la muralla.
Los siguientes días hubo escarceos de combate, como cuando los magos hicieron caer la llovizna de flechas brillantes; en otra ocasión algunos soldados llegaron a tomar una torre por unas horas, antes de ser muertos. Pero nada verdaderamente pasaba más que el tiempo.
Era una mañana fría, cuando un adormecido vigía en una de las torres dió la alarma. Las montañas habían desaparecido. El horizonte no estaba más.
El devanecimiento se acercaba, una nube blanca que todo lo borraba. Una pared algodonosa que cubría un lado entero del mundo, imposible de rodear, avanzaba tranquila hacia la ciudad.
Fueron casi dos días hasta que la nube llegó del otro lado de la pradera. Ningún viento podía moverla o detenerla, lenta y apacible avanzaba con el paso de las cosas dormidas. Poco, muy poco, quedaba delante; nada se veía detrás.
Algunos Bak Asha hicieron un último intento por cruzar el muro. Otros, cargaron contra la nube y dejaron de ser vistos.
Ulana puso lo que quedaba de sus tropas en formación con el muro a sus espaldas. Si los magos no estaban dispuestos a luchar que murieran como prisioneros, ellos no. Eran Bak Asha y enfrentarían la muerte de la única manera. Se oyó un trueno, uno que no parecía acabar. Sorprendidos miraron al cielo y lo vieron.
Un dragón se elevaba, majestuoso y terrible, casi tan grande como la ciudad. Algo como una luz interna se filtraba de él; con sus escamas tornasoladas, ora plateadas, ora doradas, sus colores cambiaban mientras ganaba el cielo.
Hermoso y terrible, bello y aterrador, era magia pura en movimiento. El dragón se elevó hasta tapar el sol. Las alas extendidas eran la promesa de algo increíble, y por unos segundos fue como de noche. Cayó en picado, las alas parecían cubrir el campamento bajo ellas. El aire levantaba el polvo en remolinos.
Los soldados estallaron en vítores, allí estaba el poder de los magos. Ésa era la verdadera función de los sabios, proteger a los pueblos. Parecía que los encerrados no habían olvidado quiénes eran. El dragón fue hacia la nube, y en ese momento sucedió: Fuegodragón.
Como una llamarada eléctrica, entre azulina y plateada, el dragón demostró el verdadero significado de la magia. Un ruido como de cuerdas chillando y el calor, el inefable calor. Los pelos se erizaron, las maderas crepitaron mientras con ojos encandilados todos, ciudad y ejército, miraban el enfrentamiento.
El avance pareció detenerse, mientras el fuego quemaba. Hasta que el dragón se detuvo; ahí la marcha se reanudó. Por unos minutos pareció perderse en lo alto del cielo, mientras lo inexorable se acercaba.
Fue como una tormenta cuando el dragón reapareció. Negro de obsidiana, ninguna luz se reflejaba en él, mientras del cielo caían rayos como lluvia contra la nube, siempre contra ella; y la esperanza alada exhaló otra vez.
La nube tapaba ahora todo el paisaje y sólo la separaba de la ciudad unos cientos de metros. Por minutos los rayos cayeron uno trás otro, hasta que el sol salió. Mientras el dragón la atacaba, Ulana creyó verlo más pequeño. Antes grande como una aldea, tenía ahora el tamaño de un barco.
Las alas se movían lentas, pesadas, y fue que retrocedió. Todos miraron en silencio, dudando si los había abandonado. Siguieron con la mirada el vuelo y vieron como circunvaló una vez la torre más alta de Elibanthen, para luego ir directo hacia la nube.
No era algo que volaba, era una flecha viva al corazón de la muerte. La estridencia se anticipó al fuego mágico que parecía ser otro sol. Sin nunca bajar al velocidad, el dragón aprestó las garras traseras, y como un ave de presa la atacó. La nube lo recibió con paz odiosa, y cayó el silencio.
Esperaron otra sorpresa que saliera de la ciudad, algo que demorara aquello que estaba al llegar, pero no; parecía que ese había sido el último canto de los magos. Las puertas tuvieron la impiedad no abrirse, los guerreros tuvieron el orgullo de no llamar a ellas.
El fin llegó entre gritos acalorados y plegarias silenciosas.