EL TOCADO

Ignacio Porto
4 min readJun 13, 2019

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De tanto en tanto desaparecía algún bebé; el recién nacido un día berreaba y reía entre gorgoritos y al otro día al despuntar el alba, ya no estaba más.

Según algunas personas los duendes raptaban a los niños y los llevaban al infierno o se los comían al espetón, o al menos eso es lo que decían. De acuerdo a lo que creían otros tantos se los llevaban para criarlos como uno más del pueblo de las hadas, donde el supuesto niño desconocería su verdadera naturaleza humana.

La vida era muy dura en esa época, y los chicos no estaban fuera de ello. En las zonas rurales más alejadas, lo niños no sólo debían madrugar antes del alba para ayudar en los quehaceres de la casa o la granja, también como eran siempre lugares pobres, pasaban hambre con sus familias, esperando una buena cosecha o un golpe de suerte. El futuro de todos era siempre el mismo, uno de trabajo duro en la tierra para sobrevivir aguantando las hambrunas y otras desgracias; hasta crecer o morir, y así repetirlo vida tras vida, generación tras generación. Es por ello que muchos chicos que vivían así soñaban con encontrarse con un hada y que los llevara con ella a vivir o a bailar en el corro de duendes por siempre. Había una manera de llamarlas, sencilla pero difícil de realizar decían las viejas; pero si alguien alguna vez la utilizó, nunca se supo el resultado.

Una tarde cuando el otoño moría, la madre vió a su hijo haciendo un tocado de flores, eso la alarmó puesto que no era una conducta varonil, pero el llanto de la bebé era tan potente que decidió dejarlo para más adelante.

El chico terminó el arreglo y lo escondió. Cuando se hizo de noche, se escabulló y la puso en la puerta. No pudo dormir de la excitación, no lo hubiera hecho tampoco si hubiera podido, pues no quería perderse lo que esperaba que sucediera.

Era entrada la madrugada cuando sintió un olor dulce a savia árbol y el leve sonido de campanillas. Un puñado de hadas y duendes estaban frente a él mirándolo.

-Saludos joven señor. Hemos sido llamadas por el tocado en la puerta que informa de un niño humano voluntariamente ofrecido al Pueblo Libre. -dijo un hada que brillaba sin iluminar.

- Sed bienvenidos amigos del Pueblo Libre. La llamada ha sido mía y me corresponde.- El niño sabía que las hadas eran caprichosas y traviesas pero extremadamente formales, para hablar con ellas era necesario seguir un extricto protocolo o sufir las consecuencias.

-¡Aquí está la bebé! -dijo un duende que se acercaba a dónde la niñita dormía apacible.

-Pues tómala y marchemos, hay que partir antes del sol.-dijo el hada floral sonriendo.

-En verdad el signo lo puse para que vinieran a buscarme a mí. -dijo el hermano mayor que temía perder la oportunidad que sabía no se volvería a repetir. Rara vez alguien lograba ver un duende, mucho menos dos. Él quería huir de la vida que tenía en la que sólo existía trabajar con su padre en el campo durante el día, y sufrir los llantos incesantes de su hermana el resto tiempo.

-Nosotros hemos venido por un niño humano. La recién nacida nos interesa por su temperamento de fuego que se oye hasta en nuestras tierras. Pero tú has logrado hacer el llamado, y nos has convocado, vemos también en ti un gran…algo.-dijo el hada mientras se mecía en el aire.

-¿Y no pueden llevarnos a los dos?-preguntó el niño.

-En nuestras casas de nuez no hay lugar para todos. Y el esfuerzo que hacemos para llegar hasta aquí y regresar es mucho. Podemos llevarnos a uno sólo.-dijo el hada con voz de primavera.

-¿Y qué pasará con ella si se la llevan?

-Será un hada igual que todas, o puede convertirse en una hechicera, o lo que quiera. Somos el Pueblo Libre porque las elecciones dependen de nosotros; el futuro que siga dependerá de ella. Las decisiones tienen poder, humano, hasta las más pequeñas pueden cambiar el curso de vidas y reinos.-mientras decía ésto el hada lo miraba fijamente a los ojos, un aire de importancia rodeaba la escena.

Si elegía irse lo esperaban bailes secretos entre los pétalos y dulces comidas que calentaran la panza y el corazón con gusto. Que la niña siguiera sacudiendo la casa con sus gritos, él quería dejar esa sensación en el pecho detrás.

Pero se estaba acostumbrando al dolor en el cuerpo; y la niñita sabía reirse cuando él se le acercaba. El chico dudaba sobre qué decisión tomar. Dulces y hadas, o el trabajo bajo el rayo del sol; a eso se reducía su decisión.

-El tiempo del Pueblo Libre es nuestro, humano, y más te vale decidir pronto.-dijo el hada mientras miraba por la ventana.

La puerta se abrió en silencio; dentro el olor a madera quemádose y un humo que no lograba encontrar un lugar para salir; mientras en el campo las figuras menudas corrían raúdas. Así fué como el más humilde de los niños eligió por su hermana. Ella crecería entre los caminos del bosque, las bayas y la magia ignorante de la vida de barro y hambre que la vió nacer.

Mientras los duendes se llevaban a su hermana a la luz de las estrellas, Uther pensó que los duendes no se robaban a los niños, los salvaban.

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Ignacio Porto
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Written by Ignacio Porto

Cuentacuentos. Guionista. Amante de las historietas.

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