ENVIADO
Eran trescientos veintiseis demonios de fuego, y tenían que cruzar el río.
Probaron con un bote de madera, pero se incendió ni bien se subió el primero. Meses después y luego de mucho trabajo; lograron construir un bote de piedra; pero se hundió. Ver a sus hermanos extinguirse ahogados no era lo peor, no. Lo terrible era ver las volutas de humo cuando uno desaparecía en el agua.
El río era inexorable, sólo daba una respuesta: el humo. El tiempo pasaba y la isla que habitaban se hacía cada vez más yerma. Consumieron los árboles y los animales hasta dejar su tierra árida.
Algunos, los más filosóficos, intentaron hablar con el río, con la lluvia, con las nubes; pero todos ellos, por su naturaleza, se negaron a ayudarlos.
Sin nada ya que quemar, el tiempo de los demonios de fuego estaba contado. Entre lágrimas de ceniza se apagaron algunos.
Una tarde, con EL GRAN FUEGO mirando allá lejos, uno de ellos más por casualidad que por voluntad, mientras recorría los despojos de su incendió tropezó y descubrió algo.
Había un cuero que de tan quemado ya no ardía con su toque. Probó estirándolo, mordiéndolo, probó diciéndole palabas ígneas y el cuero permanecía igual.
Lo sacudío a los costados, lo pisoteó, y en un arrebato lo pasó por sobre su cabeza. Para su sorpresa, el cuero se infló. Quizá con la piel de los animales, podrían elevarse del suelo.
El hambre crecía y no podían pedir más tiempo. Intentaron coser los cueros, pero las ajugas de hueso se deshacían en sus dedos.
Con la esperanza como una vela le dieron la última piel al más pequeño de todos. “Cruzarás el río y buscarás al GRAN FUEGO para que nos saque de aquí” le dijeron los viejos.
El demonio pequeño agarró la piel con firmeza y la puso, como le dijeron, sobre su cabeza. El calor pronto la infló y lo levantó.
Se elevó sobre sus compañeros, muy por encima de su propia sombra. Cruzó el río, debajo suyo se oía el canto del agua en movimiento.
Aterrizó un poco más lejos de lo que supuso. Las luces de sus amigos brillaban en la orilla muerta, suplicantes. “No te olvides de nosotros” pidieron.
El bosque en silencio, si lo miró no dió cuenta de él.
Los gritos de aliento y ayuda llegaron a sus oídos, mientras el fuego en el cielo moría a lo lejos.
Se internó en el bosque.
Y no escuchó más.