ESA FLOR
-No es para vos.
-Pero estoy enamorado desde que soy chico.
-Es lo que querés, no lo que necesitás.-dijo el brujo, serio.
-La amo desde siempre, y ahora es el momento de cumplir mi sueño. -el joven estaba obnubilado.
-Confundís enamoramiento con amor. Las runas son claras, pero quien decide es el consultante. Mi trabajo es darte conocimiento, la sabiduría no es parte de la tirada.-dijo el zarpanante.
-Por eso mismo. Usted no entiende lo que tengo en mi interior. Lo que me pasa con ella. -una especie de ardor crecía en el joven.
-Si querés que ella esté con vos hay una manera de hacerlo. Pero tiene un precio alto. — dijo el brujo.
-Pagaré lo que sea. Haré lo que sea. -dijo el joven que, sabía, una vez que el brujo hubiera terminado en el pueblo su oportunidad desaparecería.
-El precio es tres veces alto, porque son tres pagos: el precio del oro que me darás, el precio de lo que dejarás de vos mismo para lograr eso que deseas; y el precio de lo que tiene que hacerse para que el ritual funcione. -dijo el brujo.
-¿Pero estaremos juntos? ¿me amará?
-Serán inseparables, ella vivirá por vos y a través de tuyo. No pensará en nadie más, en nada más. Serás lo que alimente y mantenga vivo su fuego interior. Serás todo para ella. ¿Comprendes Ednur lo que eso significa?
-Cumplir mi sueño y ser feliz.-dijo Ednur imaginando la satisfacción.
-Veo que no importa. Primero, el precio del oro. Son cinco monedas. -los ojos serios del brujo se hicieron duros como la piedra.
-¡Con eso podría comprarme una casa! -dijo el joven sorprendido.
-Pero no la comprarías a ella. -dijo y el joven le entregó todo cuanto tenía.
-Deberás buscar una planta que es entre azulina y violácea con flores como capullos. Las hojas son tornasoladas y la envuelve un aroma dulzón profundo. Se encuentra en el corazón del bosque, donde nunca da el sol. Con cuidado, ya que son muy raras, tomarás todas las hojas y flores y un pelo tuyo. Los machacarás hasta hacerlo todo un polvo, con eso harás un té que ella deberá beber.
-¿Nada más?
-El encantamiento puede tardar unos días en hacer efecto. Pero no pierdas la calma que sucederá. Cerrá los ojos, ahora diré unas palabras a tus oídos para que tu espíritu pueda encontrar la planta. -dijo y lo hizo.
-¡Gracias! ¡gracias poderoso Mago!
-Yo soy un brujo zarpanante, estoy al servicio del deseo y de los caminos a los que éste lleva. Ningún mago o hechicero te habría dado lo que yo te dí; por ningún precio. Creo que tampoco saben cómo hacerlo.
Hay algo que deberías saber, la manera de deshacer el hechizo. Mi obligación es decirte que hay una única salida. Pero tiene un precio en plata.
-¿Deshacerlo? ¿terminar con el amor de Lorelei? ¡Imposible! ¿quién querría alejarse de su belleza e inteligencia? Sólo un loco. Además no me queda más dinero, te lo dí todo.
- Entonces te daré un consejo, gratis. Hay una única salida de la relación que estás por forzar.
-Gracias, eternamente gracias. ¡Me has ayudado a cumplir mi sueño!
-Te ayudé a realizar tu deseo Ednur. -dijo el brujo sonriendo.
Ednur estuvo un mes yendo en pequeñas expediciones; iba y volvía en el día, sin resultados. El tiempo pasaba y no encontraba el corazón del bosque, algo que no terminaba de entender del todo qué era, ni la planta. Decidió irse y no regresar hasta tanto no la encontrara. Se internó por casi dos semanas. Recorrió caminos, y luego cuando éstos desaparecieron siguió por donde le decía su instinto. La encontró al lado de un árbol caído. La cortó de cuajo y la puso en su morral. Regresó con deseo en los ojos.
Hacer el preparado era fácil. Lo difícil era que Lorelei,su vecina y la joven más bella de la aldea, lo bebiera. Preparó todo en secreto, si alguien descubría pensaría lo peor; y eso no era cierto.
Con golosinas convenció al hermanito de Lorelei para que le diera el té una noche. El chico se comprometió a hacerlo sin entender bien el porqué del pedido. Los días empezaron a suceder en extremo lentos para Ednur.
Fue una mañana en la que se le ordenó abrir a él solo el puesto en el mercado, que Lorelei apareció. El día no había empezado, no al menos para el público ya que las carpas y tenderetes estaban todavía siendo levantadas. Ednur trabajaba concentrado, y fue cuando levantó la cabeza que la vió frente a él. La emoción le cayó como un rayo.
-Creía que a ésta hora ya estabas trabajando. -dijo Lorelei con un tono de graciosa acusación.
-Y lo estoy, sólo que todavía no estoy vendiendo. -Ednur estaba nervioso. Nunca antes Lorelei había ido al mercado. Ocupada siempre en otras cosas, menesteres ajenos a la familia y la aldea; como si se estuviera preparando para algo grande.
-¿Y si quiero comprarte dátiles ahora, no me los vas a vender? -Ella intentaba fingir desinterés, pero la manera en como su cuerpo oscilaba entre quedarse e irse, demostraban lo contrario.
-Tendrás que esperar un poco hasta que prepare lo que falta del puesto. -el joven sabía que Lorelei valoraba la inteligencia y el carácter por sobre otras cosas, por eso quería parecer seguro al hablarle.
-No estoy acostumbrada a esperar, Ednur. -dijo severa.
-Nada que valga la pena sucede rápido. -al escucharlo, Lorelei sonrió. Fue como ver a un ejército rendirse con gusto.
Luego de eso, ella bromeó acusándolo de que sus dátiles eran caros y de que quería construirse un castillo a costa de ella. Ednur respondió con bromas también, sobre lo avara que era ella y con un desafío a encontrar mejores dátiles a menor precio en algún lugar del mercado.
Terminaron acordando en que Lorelei se llevaría los frutos, pero le pagaría más adelante con cualquier cosa que quisiera.
Esa misma tarde la muchacha le llevó una tarta de frutas. Hablaron sin parar mientras la comían juntos; si alguien se acercó al puesto, nadie le prestó atención. Ednur estaba absorto en ella, en su cuerpo y su conversación.
De noche en su cuarto el joven recordaba lo vivido, si todo su dinero había sido el precio de tener ese encuentro hoy, bien lo había valido, pensó. Pero recordó que era solo el principio. No podía esperar a que pasara todo lo demás. No durmió, sino que ensoñó escenas de deseo y amor como las que sabía de las historias.
Al día siguiente, Lorelei apareció con una vianda para el almuerzo, alegando como excusa que si Ednur seguía comiendo sus propios frutos secos quedaría arrugado como una pasa de uva. Se quedó con él hablando hasta que la jornada acabó. Ednur le pidió a su vecino si le podía recoger, por esa vez, el puesto. Éste que veía lo que se estaba cociendo, no se negó.
Ednur acompañó a Lorelei hasta la casa. En el camino hablaban con unas palabras, pero se miraban con otras. Una energía los envolvía, si había que saltar un charco o esquivar una viga, los movimientos siempre los acercaban, obligándolos a rozarse las manos. Lorelei reía nerviosa, Ednur tartamudeaba un poco.
Cuando llegaron a una prudente distancia de la casa de ella Ednur se decidió:
-Lorelei…-dijo con la voz fina como un silbato.
-¿Si? -ella estaba quieta, como esperando algo.
Ednur sabía que ése era el momento, había pagado con oro, había esperado por años. No había que demorar lo inevitable. Reunió todo el coraje que le quedaba y:
-Te amo. -dijo él como un disparo.
En menos de un segundo la expresión de Lorelei se convirtió en una de sorpresa y asco, como quien recibe de regalo algo podrido.
-¿Qué es esto? ¿Me amás? ¿no me hablás en años y de repente porque te veo dos días seguidos me decís esto? -La joven pasó de ser la figura del amor a una tormenta en el mar, y Ednur era un pequeño barco.
-Per…perdón, no quise…-Ednur se estaba derrumbando. Habían sido casualidades, o quizá el hechizo no tenía la fuerza suficiente. Por lo que feura, era el fin.
-No quisiste…¡¿qué?!, ¿decirme de la nada una cosa tan profunda y agarrarme desprevenida? O ¡peor aún! Decirme una mentira.
-Yo…te quiero. -un remolino de frustración lo estaba engullendo.
-Dijiste que me amabas, ahora que me querés, tu amor se achica, es barato. No se qué es peor, que seas mentiroso, o idiota. — al decir esto se dió la vuelta y se fue hacia su casa.
Ednur se estaba ahogando en su propia estupidez. Le dió todo al brujo zarpanante para que, como un genio mágico, le cumpliera un deseo imposible. Le entregó el corazón a una mujer que lo tiró. No le quedaba nada más que olvidarse de sí mismo. No pudo llorar, solo caminar sin rumbo lo más lejos posible.
Hubiera oído lo que venía si no hubiera estado sordo por los gritos de su interior. Fue un sacudón, y luego sus labios y el beso. Un calor santo, como un fuego del cielo, una electricidad que lo quemaba y lo hacía vivir a la vez. Y Lorelei en sus brazos que había vuelto corriendo, era la figura del amor y la torre del deseo. Se entregó a ella y a sí mismo. La dejó en la puerta de su casa; se la llevó consigo.
Al día siguiente fue como si su amor hubiera sido desde siempre. Se besaban, se hablaban con la intimidad honda que sólo las nuevas parejas poseen. Construían futuros y planes, ponían nombres a hijos imaginarios; eran inseparables. Ednur estaba en la dicha; no podía creer, aún después de unas semanas, de que su amor hubiera sido correspondido por Lorelei. Como si el acostumbramiento a verla de lejos no hubiera del todo pasado.
Pero Lorelei se entregó al amor de un salto, era intensa y resuelta; donde Ednur dudaba ella hacía tiempo que tenía una respuesta. Era una fuerza que construía y empujaba llevándolo a él a todos lados. El joven mercader no creía lo que estaba viviendo; había conocido el amor antes, pero la difernencia era como una vela encendida y un bosque en llamas. Su familia la amaba casi tanto como él. Y Ednur no podía ser más feliz.
Se acercaba el tiempo de cosecha y con ello la gran fiesta que venía después. Todos los pueblos tenían una; y el joven contaba con vender suficiente fruta y algúna otra cosa extraña y deliciosa como para comprarle a su amada un regalo digno de ella. Para eso tenía que ir a la ciudad cercana de Almoner, donde podría comprar esas exquisiteces que en su alejado pueblo no eran para nada común.
Se iría cinco días, tomaba un día entero llegar y otro tanto volver; y tres días para buscar y negociar lo mejor en el mercado de la gran ciudad. Se despidieron con besos trágicos y collares de nomelovides. Lorelei entendía el porqué de su partida, pero igual lloró; Ednur quiso contenerse pero no pudo.
El viaje fue aburrido; Ednur veía el mundo y quería ponerle el rostro de ella a todo; y eso lo hacía más bonito. El tiempo se aceleró y cuando llegó a Almoner, divertido con el vértigo de los negocios los días pasaron más rápido.
El segundo día en la ciudad, mientras volvía cansado de trabajar a la posada donde siempre paraba, Lorelei lo sorprendió en su habitación.
-¡Lori! ¿Qué hacés acá?
-¡Vine a sorprenderte! -dijo ella cansada y espléndida.
-No te esperaba acá.
-Es que desde que te fuiste sentí como un vacío y una cadena acá -dijo y se tocó el pecho- que me tiraba hacia vos.
-¿Y cómo me encontraste?
-Le pregunté a tu madre que me dijo todo, si hasta me ayudó a conseguir una caravana que me dejara en la ciudad. ¿No te gustó que viniera? -preguntó ella. Ednur le contestó con un beso.
A partir de ese momento fueron inseparables. A donde fuera Ednur estaba ella, y cuando ella hacía alguna cosa más que acompañarlo en el mercado, iba él. Sólo se separaban por las noches para ir cada uno a su hogar. Lorelei tejía cosas que vendía y guardaba el dinero para la futura casa de los dos; Ednur, luego de que ella le insistiera un poco, también.
Empezaron, por sugerencia de Lorelei, a desayunar juntos en el mercado. Ella insistía que todo era más dulce si lo compartían; Ednur, no podía negarle nada. A las semanas estaban despertándose antes para estar más tiempo juntos. El muchacho, si bien lo hacía con gozo, también con esfuerzo ya que llevar los cajones de fruta, negociar con los clientes; evitar los robos y las infinidades de cosas más lo cansaban casi al extremo. Sin embargo, en aquellos momentos de duda que tenía se recordaba a sí mismo cuánto había deseado estar con ella; y qué tonto sería por no zambullirse en la relación.
-Quisiera que la próxima fiesta de la cosecha la pasemos juntos. -dijo una tarde ella.
-¿Querés venir con mi familia? -preguntó distraído en las cosas.
-No. Siempre hay gente en el medio, tus hermanas, mis padres. Quiero que la fiesta la pasemos los dos solos. -dijo ella y sus ojos eran eléctricos.
-Pero Lori, la fiesta de la cosecha es para compartir en familia.-dijo Ednur, casi suplicando.
-¿Y nosotros no estamos haciendo una familia nueva? -preguntó ella como una acusación.
-Si, pero…
-¡Siempre un pero! Yo te propongo que empecemos tradiciones nuevas, una familia nueva y vos sólo pensás en atarte a lo obvio lo que es fácil. Tenía razón cuando te dije que tu amor era barato.
Ednur aceptó, como una rendición. Lo difícil fue explicar en su casa a dónde y porqué se iría.
Poco a poco las vidas de Lorelei y Ednur se fueron fundiendo, como una masa donde no había lugar para nada más. Lorelei amaba y pedía compañía. Ednur no se sabía como negarse.
-Lori, ¿no tenés ganas de ir con tus hermanas? Akhi está enferma, quizá querés cuidarla.
-No. Me cansé de ser la hermana buena. Además no puedo estar sin vos, es como que me falta algo. Pero algo de verdad, en el pecho, como una ansiedad. Algo que no veo pero que me hace mal. -dijo ella.
Las estaciones pasaban y nada cambiaba para menos. El amor de Lorelei llenaba todo, no dejaba lugar para nada más; y Ednur se vió siendo el único recipiente de todo lo que ella tenía para dar. Sintió como un ahogo, ¿cómo podía ser feliz y desdichado? Todo lo que la había deseado, todos esos sueños, lo que le había costado. Y ¿la dejaría ir? NO, no podía; además ¿qué sería de ella sin él?
Lloró a escondidas y en silencio, luego salió a la calle a buscarla para verse. La amaba, la necesitaba, no podía dejarla ir. Caminaron juntos, Ednur se sentía como vacío, como hablando de lejos. Nadie notó que no estaba allí.
Estaba atrapado, en una situación sin solución. Lorelei daba y pedía en cantidades iguales, infinitas. Ednur ya no podía más. Pensó y pensó y fué ahí que sucedió.
Buscaría en el bosque, allí debía poder encontrar la planta que le valió el amor de Lorelei; con ella haría otro té, pero lo bebería él. Era una buena solución, serían lo mismo, como dos pájaros de fuego que se consumen en el cielo.
Con la excusa de pasar un tiempo solos la llevó; mientras ella hacía collares de flores y jugaba con bayas inventando historias de cómo cada nimiedad encontrada allí era prueba irrefutable de su amor, Ednur buscaba como un poseído la flor que no lo daría libertad, pero sí una solución. Los encontró la noche desprevenidos, el muchacho insistió a que durmieran al abrigo de las estrellas y los árboles, “como prueba de su amor”. Lorelei no se negó, con tal de no separarse de él.
El día siguiente no trajo resultados. Ednur volvió abatido, como alguien que va al cadalzo. Mientras salía del bosque recordó lo que le había dicho el zarpanante, que había una salida y debía encontrarla él. Fue como un rayo cuando lo entendió. Sería esa misma noche, pensó.
Preparó todo; no tenían que verlo venir, nadie tenía que sospechar. Cuando todos se enterasen, ya sería tarde, no le importaba. Para muchos sería un villano, pero nadie entendía su situación. Amaba y odiaba a Lorelei por las mismas razones: por ser dolorosamente hermosa, por ser frágil y poderosa. Pero más se odiaba a sí mismo por haberse entregado y rendido, por haber perdido su libertad.
Dejó todo listo. Lo haría esa misma noche. Esperó con ansiedad, las manos le temblaban, no sabía si tendría el coraje para hacerlo, aún protegido por el silencio y la oscuridad de la madrugada. El brujo tuvo razón en todo, había una salida.
Irse.