ETUMNOH

Ignacio Porto
10 min readNov 20, 2019

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-No va a ser un juicio, sino simulacro para poder dictar sentencia. -el padre dijo sin mirar a ninguno de sus hijos.

-Pero Bahbah, te dimos por muerto por años, y un día apareceś como si nada, como si el tiempo no te hubiera cambiado. -decía Irda, la hija, emocionada.

-Y con los ojos dorados.-dijo Etun, el hijo, lacónico.

-No puedo quedarme a un chiste de la justicia. -dijo el padre.

-¿Y cómo pensás que te vas a poder ir? ¿Vas a romper la puerta de piedra, anular a los soldados Skolderr, salir por los pasillos del palacio, huir de la ciudad y llegar a dónde sea que quieras llegar? ¡Es una locura! ¡Nos vas a hundir a todos!-dijo Etun, el varón.

-Bahbah, por favor recapacitá. Es imposible que puedas escapar de ésta celda. La construyeron nuestros mejores artesanos. -Irda, la hija, le hablaba como quien le explica una obviedad a un chico.

- “Inexpugnable son las obras de los enanos”, ya lo sé hija, pero no pienso hablar.-dijo el padre mientras se atusaba su barba de cobre.

-¿Tan difícil es? ¿tanto te cuesta POR UNA VEZ, hacer algo por tu familia? -el hijo hablaba rebalsando resentimiento.

-Etun, por favor, ahora no. Bahbah regresó, eso es lo que importa. Disfrutemos de él mientras podamos -Irda era conciliadora.

-Antes de que lo ejecuten, querés decir.-dijo Etun.

-Eso no va a pasar. Si quisieran matarlo ya lo habrían hecho. Por algo es el juicio, para que Bahbah demuestre su inocencia y coopere.

-Quieren obligarme a que les hable de lo que descubrí mientras estuve ausente. Y el juicio es la herramienta para presionarme. -el padre hablaba con la seguridad de quien está hablando de algo tangible y que está sucediendo, como quien habla de la lluvia mientras ésta cae.

-¿Y tan difícil es que cuentes lo que “el dios montañoso”te contó?- Etun, dijo estas últimas palabras como el remate de un chiste.

-Hijo, yo sé que estás dolido pero…

-¿Dolido? -Etun lo interrumpió- Eso fueron los primeros quince años, cuando todavía creía que podía verte llegar por el camino. Después vino la resignación y el trabajo, padre. El trabajo para arreglar lo que dejaste roto: el prestigio de nuestra casa. Te dimos por muerto, hasta hubo un funeral. ¿Sabés lo que es llorar una urna vacía?-Etun contenía las lágrimas como un avaro su oro.

-Hijo mío, perdón. Por todo. Lo siento en el corazón, perdón.

-Y después nos enteramos que estabas vivo. ¡Vivo! Que después de la batalla no quisiste regresar con el ejército. ¡¿Sabés lo que fue eso para nosotros, Urobu?! La pena hirió a mamá, tanto que nunca se recuperó. Por años la fue consumiendo; se murió sin hablar. -Etun rompió en llanto. Urobu, su padre, se levantó para abrazarlo.

-¡No me toques! No te necesito. Lloro por mamá, no por vos. Nunca más por vos. -dijo el hijo.

Los tres se quedaron en silencio. En ese momento, se notó lo pequeña que era la celda donde el padre estaba prisionero.

-Padre, Etun tiene razón. Verte es complicado, entre felicidad y desilusión. Merecemos una explicación. -Irda era suave como el yeso, pero tenía una dureza interior más que la del acero.

-Tenés razón. Les debo mi razón y es esta: Después de los primeros meses de guerra llegamos a un punto muerto. -Urobu miraba con los ojos dorados a sus hijos que lo escuchaban atentos- Todos los días, del amanecer hasta el ocaso, combatíamos entre trincheras, barro y sangre. Enanos matando enanos por una frontera que, cada vez se hacía más difícil de identificar. En ese tiempo maté gente, otros como yo pero enemigos. Tuve que sacrificar algunos hermanos de armas para que dejaran de sufrir por las heridas que tenían.

Y un día todo acabó. Se firmó la paz y una alianza, y cada ejército moribundo y diezmado tenía que volver a casa.-el padre hizo una pausa.

-Ahí decidiste no volver. -la sentencia de Etun fue un martillo.

-No podía. ¿Cómo los iba a mirar a ustedes después de lo que había hecho? Yo maté a mis hermanos, por odio y por piedad. Y mi rey que me ordenó hacerlo, a destruir a nuestros enemigos, de repente pensaba distinto. Volver en paz como si nada hubiera pasado, sentí, era una traición a todos los muertos y a los que sobrevivimos.

Necesitaba hacer algo para sacarme todo ese dolor de encima. Entonces me fuí solo, a buscar algo a las montañas más cercanas, la Cordillera Erialda.

La recorrí como solo nuestro pueblo puede hacerlo, por lugares más secretos que los caminos ocultos. Me introduje en el corazón de la piedra, en sus cavernas profundas y sin luz. Vagué por pasadizos y cuevas sin nombre que no conocían nada más que la quietud.

Pero algo en mí estaba roto, algo que no tenía solución. Entonces decidí morirme ahí mismo. Dejar mi cuerpo allí, para robustecer la montaña. Pero sentí que debía ir más abajo, más profundo.

Seguí por los senderos naturales mientras pude, pero a medida que bajaba se hacían más estrechos; caminé encorvado, luego me arrastré. Quería morir, pero necesitaba hacerlo lo más hondo posible, era un deseo que no quería explicarme ni comprender.

Cuando pensé que no podía avanzar más, y era porque estaba atascado; hice un último esfuerzo y caí. En la oscuridad quieta, esa tan antigua que tiene un solo nombre que sólo nosotros conocemos, caí.

El suelo era duro pero no me lastimó, y aún estando en plena oscuridad lo ví, allí en todo su esplendor: Etumnoh. Supuse que estaba alucinando por la falta de aire o el golpe o simplemente porque enloquecí. Me quedé quieto mirando su magnificencia, su forma imposible pero real. Estaba frente al dios de lo subterráneo, de aquello que está debajo y no ve la luz del sol, de ese del que descendemos todos nosotros. El que nos enseñó a vivir en las montañas, a trabajar la piedra, a encontrar gemas; que nos dió un propósito. Entonces el dios que protege lo que está oculto, me miró a los ojos.

Y habló. -en ese momento el padre, más por el peso del recuerdo que por un suspenso dramático se calló.

-¿Y qué te dijo? ¿hablaste con él?-dijo Irda capturada por la historia.

-Podría entenderse que sí hablé con Etumnoh. En realidad, hija mía, uno no habla nunca con un dios. Uno calla y escucha lo que éste tiene para decir. Etumnoh se manifestó ante mí, todo gloria.

No sé cuánto tiempo estuve allí, ahora veo que fueron años. Pero volví con algo. -dijo Urobu y se tocó el bolsillo.

-Pero Bahbah, ¿porque si hablaste con nuestro dios, te enjuician?-Irda no lo podía entender.

-Porque Etumnoh me dos dijo cosas -del bolsillo sacó una piedra anaranjada, sin trabajar- Ésta es una de ellas. Podríamos decirle, por lo que hace, magmalita. Es tibia al tacto, pero una vez que tiene fuego cerca empieza a emitir un calor peor que el de un dragón. Y nunca más se apaga. Con una magmalita de este tamaño se podría alimentar una forja grande como un castillo sin nada más.

-Eso cambiaría el destino de los enanos para siempre. -dijo Etun con la boca abierta.

-Con una sola piedra, sí. Es más que suficiente para hacer posible lo imposible. -dijo el padre a su hijo sonriendo.

-¿Cuál es la otra cosa? -el rostro del hijo se endureció.

-Eso prometí no decirlo. — dijo Urobu.

-Pero si prometiste a Etumnoh no hacerlo, ¿porqué te obligan? Además no es que los enanos seamos religiosos, hace casi trescientos años que dejamos la religión atrás. Ya nadie cree en verdad en los dioses. -dijo Irda.

-Porque el reino es ambicioso, porque sin importar qué tengan y cuánto les den siempre quieren más, como una forja maldita que nunca se logra calentar. Pero no voy a hablar, pase lo que pase, prometí no hacerlo.

-¿No sería mejor decirlo? Seguro que Etumnoh entenderá que estabas en un aprieto que no había elección. -La hija dudaba al ver todas las posibilidades suceder.

-Siempre hay elección, por más pequeña que sea. Ahora, la mía es no hablar.

-Pero padre ¿y si nos cuesta todo?-Irda preguntó suplicante.

-Por eso hija les pido perdón, por todo lo que van a tener que soportar. Pero recuerden que aunque no los vea, siempre los sentiré en el corazón. Aunque Etumnoh no me castigue, aunque no exista pena divina que me marque, no puedo romper lo que prometí.

-Es fácil para vos pedirnos que hagamos algo que nos va a deshonrar, una vez más. Otra vez nos dejás a nuestra suerte, y que cada uno haga lo que pueda para sobrevivir. -Etun estaba furioso.

-Pero, podés darles la magmalita, y decirle que no sabés nada más. -la hija hablaba pensando en la negociación.

-No, a los que nos mandaron a matar y morir por nada; a los que se quedaron en sus torres y castillos hablando del coraje del pueblo svart, a esos no pienso darles nada. Por eso te lo doy a vos. -dijo Urobu. Etun miraba descreído como su padre le ofrecía la piedra que era más valiosa que cualquier tesoro enano.

-¿Porqué me la das a mí? ¿Pensás que con esto vas a arreglar lo que nos hiciste? -dijo Etun.

-Nada que haga puede reparar el dolor que les causé. Y ése es mi mayor sufrimiento. Te la doy a vos, querido Etun, porque confío en que hagas con ella lo que se debe, y como muestra de que volví especialmente para dártela a vos. -dijo el padre.

Etun, a pesar de sus dedos duros y robustos, tomó la piedra con un cuidado mayor al de cualquier joya. La miró con detenimiento, como maravillado, los ojos le brillaban de entusiasmo y emoción.

-Gracias. No te vas a arrepentir. Pero mi dolor es mucho y prefiero partir. -dijo Etun serio.

-Comprendo hijo, lo que hice no tiene perdón. ¿Un último adiós?

Los dos enanos se abrazaron, con la torpeza de quienes no saben bien como hacerlo, más por pudor que otra cosa. Hecho eso, Etun abrió la puerta y se fué.

-Yo todavía no quiero irme Bahbah. -dijo Irda.

-Yo tampoco quiero que te vayas Chuleh. -dijo cariñosamente el padre.

-¿Porqué le diste a Etun la piedra? ¿porqué no a mí?

-Porque conozco a mis hijos más que ellos mismos. Le dí lo que cree que quiere para que haga con eso lo que sé que hará.

-Etun era bueno, pero estos años que te fuiste lo cambiaron Bahbah.

-Yo ya sé que me venderá al tribunal. Es más, espero que lo haga pronto.-dijo Urobu tranquilo.

-¡Te van a ejectuar! O por sectario o por secretismo. ¿Porqué hiciste eso?

-Porque me voy a entregar, me declararé culpable del crimen de secretismo. Pero voy a hablar, así me ejecutan. Ellos quieren un responable para castigar. Y con la magmalita su ansia estará satisfecha, por un tiempo al menos.

-Bahbah, sigo sin entenderte.

-Porque, como te dije, conozco a mis hijos más que ellos mismos. Y sé, hija querida, que me entendés, que sabés que lo que tiene que hacerse tiene un motivo. -la hija lo miraba en silencio -No es mi trabajo traerlos de vuelta a la fe. No me interesa, ni debo, entrometerme en los caminos que tome el Reino Enano.

Mi misión es otra. Debo ir a todas las montañas, recorrerlas y comprobar. -dijo el padre con determinación.

-Eso es imposible en la vida de un enano. ¿Etumnoh te dió vida eterna?

-Niguna piedra es eterna, ni siquiera el sol. No, Etumnoh me dijo una verdad y me dió una tarea, una que cuando mi vida acabe otro tomará en mi lugar. ¿Entendés lo que te pido, hija?

-Volviste a casa porque sabías que yo te iba a escuchar. -los ojos de Irda se llenaron de lágrimas. De lejos se oían los pasos acorazados de los soldados acercarse a la carrera.

-Y para verlos a ustedes una vez más. -dijo el padre.

Urobu respiraba hondo, y cerró los ojos. Calmo se sentó en el suelo, recorriéndolo con los dedos, como un ciego hace con un rostro familiar. Una especie de fulgor quieto empezó a inundar el lugar, y un calor parecido al de un dragón se instaló.

Los guardias arremetieron la puerta que no se abría. Blum, blum, el ariete golpeaba. No quedaba mucho más.

-¡Bahbah, la puerta no cede y los guardias la van a tirar! ¿Qué es lo que pasa? -Irda lloraba del pánico.

-Acercate Chuleh mía. -dijo el padre y entre estruendos de los golpes le susurró algo al oído.

Hubo una explosión. Irda fue sacada con rudeza y velocidad de la celda. Mientras la soltaban a unos metros, vió cómo los soldados levantaban el cuerpo calcinado con el cuidado de quien toma una prueba de una escena del crimen. Oyó a su hermano ufanarse de su servicio con el reino, mientras un juez que no le prestaba atención fiscalizaba el acarreo de lo que fuera su padre.

Irda lloraba mientras el juez y el sacerdote hablaban hambrientos de cómo el reino crecería con el nuevo descubrimiento, de qué tan lejos llegarían. Nadie parecía en verdad interesarse por el muerto. Irda se fué del lugar y a nadie, tampoco, le importó.

Llorando desconsolada se abrió paso hasta salir del tribunal, del palacio, incluso de la ciudad. Cuando estuvo fuera de ella, se sentó en el piso contra un piedra mirando su hogar.

La ciudad era tornasolada, cambiando de color según la luz. Las torres blancas y sus puentes perlados y robustos, lejos había quedado la vida en las cumbres y las cordilleras. Ahora vivían en una meseta para favorecer los caminos y el comercio.

Dejó que el viento fresco la calmara, fué es mismo viento el que le secó las lágrimas. Entonces recordó las últimas palabras de su Bahbah, ese susurro secreto que nadie más sería capaz de oír, el misterio final de Etumnoh sobre qué eran en verdad las montañas y para qué servían.

Sus ojos se volvieron dorados.

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Ignacio Porto
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Written by Ignacio Porto

Cuentacuentos. Guionista. Amante de las historietas.

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