LA CAVERNA HELADA
Orbon miraba la caverna decidido. Mientras el viento soplaba helado; él repasaba lo que tenía que hacer, sabía lo que esperaba dentro.
Lo apodaron el Volcánico, por su caracter ígneo y explosivo en combate. El primero en cargar y el que quedaba de pie al final. Sus hazañas no tenían fin, famosa era la historia del sitio de Kalimen donde, él solo, cruzó la muralla y logró rendir al Alcalde y ganar la ciudad. O cuando en la batalla de Syrandat combatió solo contra toda la guardia personal del Rey, y ganó. Acaso la más famosa de todas fuera cuando rescatara a Shiana, Maga de Nevisca, de la Torre Infame. De lo que pasó allí sólo había suposiciones.
Entró en la caverna, sin armas, de nada le servirían allí. Estaba confundido, como hechizado. Pero nunca antes Orbon el Volcánico había huido de algo, entonces siguió.
Un viento gélido soplaba, y las estalagmitas que impedían el paso eran un laberinto de filos. Ágil, como una lagartija sorteó las cuchillas de hielo, lo hizo sumido en silencio. Confiaba que la sopresa le sirviera de algo.
Caminó en la oscuridad, su memoria lo guió. Le llevó un tiempo llegar a destino. A lo lejos una luz azul alumbraba una sala que conocía bien. Tomó aire y saltó.
Antes de empezar se halló de rodillas, vencido. Ese monstruo de hielo era implacable.
Esa mujer helada y fría.
La que le rompió el corazón.