LA PARTIDA
El castillo era de mármol blanco con algunas vetas grises. Parecía hecho de un único bloque sólido, ya que sólo se veían las junturas de los ladrillos estando a pocos centímetros. Las paredes estaban rodeadas de un mar de suplicantes que habían ido construyendo una ciudad de tenderetes alrededor. No había fosa, por lo que algunas carpas y construcciones lábiles se apoyaban contra los muros a los que, a pesar de todo, no se les pegaba la suciedad.
El palacio había sido construido hacía relativamente poco, unos treinta años atrás. Lo diseñó y llevó a cabo la construcción su principal habitante, la Reina Serifanda del Pueblo de Irdir.
Nacida en la pobreza, pronto se convirtió en una ratera de ciudad, sobreviviendo con aquello que podía robar. Un día se topó con que su reputación callejera llegó a oídos de un Zarpanante, uno de esos consejeros o visires que recorren el mundo trabajando como ministros de nobles y militares, que contrató sus servicios para hacerse con una supuesta perla gigante.
Serifanda fue con el Zarpanante hasta las puertas mismas de la Gran Bóveda para robarla pero, cumpliendo con la tarea para la que fue contratada, ingresó sola. De lo que hay y pasó allí se dice mucho, pero se sabe poco. Lo único importante es que luego de unos meses Serifanda salió con una perla lechosa del tamaño de un pomelo. Cómo la consiguió y qué tuvo para hacerlo, la Reina Sabia, nunca dijo. Pero el Zarpanante, que debía esperar en la puerta para darle el pago, ya no estaba. Lo que dejó a Serifanda con un objeto que para ella no tenía más valor que el de una gema igual a cualquier otra.
En el camino a alguna ciudad, Serifanda descubrió que la perla gigante era el Ojo de Orielle, una especie de objeto mágico que se comunicaba con ella en algo menos parecido al lenguaje y más cercano a los símbolos y las ideas puras.
En medio del desierto, contó la única vez que habló al respecto, dice que entendió la total magnitud de lo que tenía consigo y de lo que debería hacer con ello. Nunca volvió a la ciudad que la vió nacer, sino que se dirigió a la capital más importante de la región.
El Ojo, es de público conocimiento, le muestra a Serifanda todas las posibilidades de lo que puede pasar en cualquier situación y le señala la correcta. En dos días y medio pasó de ser una viajera sin nombre a la Jefa del Gremio de ladrones. En un mes llegó al poder con el máximo cargo para una plebeya: Ministra de Guarda y Planeamiento. Se dice que, y esto consta en los archivos, diseñó todo el sistema de acueductos de la ciudad, actualizó la política tributaria del reino de Irdir y preparó un acuerdo de paz y comercio con los Bak Asha, todo en una tarde.
No había llegado al mes en el cargo cuando el pueblo la nombró reina y única comandate de los ejércitos. Fue en ese momento que el reinado de Serifanda la Sabia tuvo comienzo.
La gobernante se metió de lleno en manejar un país que estaba en posición más débil respecto de sus vecinos. Al borde de la invasión y sin tener ningúna producción característica y saliente. Se trazaron nuevos caminos, se diseñaron pueblos y ciudades, se asignó tareas a todos para refundar una nación que necesitaba crecer para sobrevivir.
Los ranchos se convirtieron en escuelas, y luego en universidades. Pronto eruditos y artistas migraban a Irdir para aprender y nutrirse, para más tarde regresar a sus tierras con el prestigio de haber estudiado allí.
Sin necesitar de las minucias de los cálculos, cuando los estudiosos le llevaban sus investigaciones sobre una problemática particular, Serifanda con el Ojo en la mano, comprendía todo y daba en un solo golpe de vista la mejor solución posible.
Los años pasaron y lo que era una situación tensa con los países limítrofes se convirtió en una silenciosa y natural expansión del reino de la Reina Sabia, donde una pacífica rendición sucedió. La regente ponderaba el clima y lo que debía cosecharse, lo que debía producirse, y qué tipo de ganado criar. Todo con un único objetivo, el bienestar total.
El reino con velocidad, pero igualmente dentro del tiempo de los reinos, se fue convirtiendo en algo parecido a un imperio. Como una mancha de tinta en un mapa, las provincias eran aneccionadas y contratos de vasallaje eran firmados, en haras de una cierta porsperidad que sucedería por la mente absoluta de la reina y su Ojo.
Los años pasaron y Serifanda dejó de salir a caminar las calles, luego dejó de asistir a los Consejos, dando directivas en pequeñas notas entregadas en mano. Ninguno de sus súbidtos, no podían ser llamados consejeros ya que no los necesitaba, tomó como algo negativo su ausencia “estará construyéndonos el futuro” era la frase repetida como una oración.
Pasaron unos años sin más cambios que la ejecución de la planificación. Sin embargo, en la primavera del quinto sucedió. Comenzó con el Primer Edicto, en el que se regulaba a fin de no desgastar los campos, los tipos de plantaciones que un granjero podía tener en su latifundio. Luego llegó el Segundo Edicto, donde reguló los tipos de ganado. Uno tras otro llegaban, y eran cumplidos sin cuestionamiento.
Fue con el Cuadragésimo Quinto que cambió. El edicto prohibía tener más de dos hijos por familia ya que, según decía, “es imposible la sustentabilidad del ecosistema regional con una población exponencialmente creciente, hasta tanto no se aneccione al Imperio una nueva nación. Es por ello que yo Serifanda Primera, Reina Sabia y Emperatriz de la Abundancia, decreto que ninguna familia pueda tener o concebir, a partir del día de la fecha, más de dos hijos. Con excepción de trillizos, en cuyo caso…” El documento seguía contemplando y resolviendo todas las variables posibles y sin plantear ningún tipo de pena o sanción. Algo que dadas las condiciones de vida parecía inecesario.
Siguieron los decretos de relocalización de la población con fines “útiles y de afianzamiento de las fronteras y el territorio”. Uno tras otro las nuevas leyes fueron saliendo. En ese momento, y para terminar con las dudas la Reina Sabia sacó la LEY DE SUCESIÓN: “Yo Serifanda Primera, Reina Sabia y Emperatriz de la Abundancia, me dirijo al Pueblo de Irdir para establecer la Sucesión. Quien logre vencerme en una partida de damas será, en ese mismo momento, el próximo regente con todos los títulos y responsabilidades del cargo. Asimismo será único poseedor del Ojo de Orielle, mi mayor herramienta para la felicidad del pueblo…” El texto seguía estipulando que un día al año, Serifanda y su Ojo pusieran la suecesión en juego en partidas de damas. Lo que llegó a conocerse como el Día de la Partida.
Intelectuales, sabios, arquitectos, científicos, religiosos, militares, jugadores reputados, hacían fila durante semanas esperando su oportunidad el Día de la Partida para enfrentarse a la jugadora invencible en igualdad de condiciones por el reino y el Ojo que todo lo podía ver.
Olas y olas de gente se preparaban por meses y años para tener esa oportunidad contra la Reina y su Ojo. Así como se presentaban del más eximio estratega llegado de lejos, al tímido aspirante a héroe, eran despachados en unas pocas jugadas. La reina desde su sillón de mármól decía su movida mientras atendía otros asuntos, imposible e imposible.
Era el trigésimo aniversario de su mandato. Entrada la noche, luego de los festejos en su honor, de las músicas y las obras de teatro que contaban los supuestos de sus orígenes y de toda su historia, la reina Serifanda se recluyó una vez más en sus aposentos. La sombra se movió como algo parecido a un gato, detrás de una cortina esperaba agazapado el asesino.
-Muéstrate que no hay temor en este palacio.-dijo ella como quien descubre a un niño en una travesura.
-Vine a liberarte de tu cargo.- dijo el joven que sostenía un cuchillo con destreza mientras se acercaba a ella en dos trancos.
-Querés hacer algo imposible, ya lo intenté muchas veces, pero la muerte no me llega. -Serifanda hablaba de algo inevitable y fuera de su control como quien habla del devenir de las estaciones.
En ese momento el joven la apuñaló varias veces. Cuando terminó vió como las heridas se cerraban, ni sangre había debajo de la ropa rota.
-Es el Ojo, no me deja morir. Ya te dije que lo intenté varias veces, pero no puedo escaparme.
-¿No puedes morir?
-Hace años que sólo estoy buscando eso, pero parece ser que es el único saber que no tengo.
-Dame el Ojo entonces, te libero de su peso. -dijo el joven y, ansioso, le tendió la mano.
-No puedo soltarlo, estoy atada a él. No puedo. Ni quiero.- los ojos como vidrios fríos de ella miraban algo que sólo ocurría en el pensamiento.
-Eres la Reina Impiadosa e Inmortal que castiga a mi pueblo, moviéndolo de un lugar a otro, prohibiéndole hijos y me entero que no hay manera de sacarte. ¡Qué conveniente!
-Hay una. El Ojo conoce sólo la cara del vencedor, y se abre para quien pueda ganarle. Si te haces con la partida, el reino y el Ojo son tuyos. En la cómoda hay un tablero, tráelo. Hoy terminé con todos los competidores, pero haré una excepción.-dijo seria mientras se sentaba cómoda en una silla.
La mesa era pequeña y sin ornamentos. El tablero era, para sorpresa del joven, modesto y humilde, lejos de los enjoyados que veía se vendían en los mercados.
No había ningún lugar bajo el sol del Imperio que no se jugara damas. Una especie de pasatiempo y ensoñación en el que el juego tenía la carga de la inteligencia y la promesa de una vida mejor, de poder y joyas inteligentes, de reyes e imperios. El joven, como todos los demás, conocía el juego.
-El retador mueve primero.- los ojos fijos en él.
-Tú lo sabes todo, pero no entiendes todo. En tus estimaciones por el bien mayor, descartas aquellos que en tus cálculos sobran. -dijo el joven que abrió distinto, osado. Quería ganar posición en el tablero en pocos movimientos.
-Y supongo que vos sí comprendés todo ¿no?- La reina movió.
-Por supuesto que no, pero hay algo que si conociste olvidaste, el frío en el cuerpo y los pies descalzos, el dolor impreciso del desarraigo. — El joven movía sus fichas buscando los sectores claves del tablero.
-O sea que, según tu parecer, YO que traje paz y prosperidad no sólo a un reino sino a varios, ¿me olvidé de lo que es la pobreza y el hambre?- algo parecido a un malestar se dejó ver en una mueca de ella.
-Sigues instrucciones de la bola esa, pero tu determinación tiene los límites de los posible. Nosotros, en cambio, tenemos propósito. Algo que entiendes pero no comprendes. Cuando en tus maquinaciones hay que retirarse por la relación costo/beneficio, nosotros seguimos dejando todo hasta el final. Porque nos mueve un fuego eterno que calienta los cuerpos e impulsa las velas de los barcos.
-¡Qué poético! Como un héroe trágico. Así que son varios como vos. Apuesto a que hicieron una “organización secreta y revolucionaria”con algún nombre bonito como los guerreros del sol o algo así. ¿no? -La reina era lacónica moviendo al segundo, sin retrasarse, nunca dudando, precisa e inexorable batía fichas del retador.
-La objetividad de la Bola te da claridad, mi pasión es mi fuerza. Tú te enfrentas porque sabes que ganarás, yo lo hago a pesar de ello. -dijo el joven y logró comer tres fichas en una sola movida.
-¿En serio? Creés que con “el fuego interior” y “la pasión del propósito” vencerás a quien no sólo es imbatible sino que lo ha sido durante años?- La reina movió una sola ficha. En una jugada saltando de un casillero a otro fue diezmando las piezas del retador, una por una.
-Sí, porque hasta la ficha más humilde puede cambiar una partida. -dijo el joven mientras hacía Dama, convirtiendo su ficha en algo superior.
-Una gran ficha, sola, no es sufciente para vencerme en esto. Ni para gobernar un reino.-dijo ella satisfecha. De pronto su expresión cambió, ruidos a roto y gritos venían del gran salón.
-Hice lo que tu lógica no dictaba, TRAMPA. Llené por meses el castillo de suplicantes. Y ahora esos mendigos golpean a tus soldados. Has ganado la partida, pero perdiste el juego.
-Tus mendigos no son rival para mis soldados adoctrinados.
-No, pero el peso de la cantidad barrerá con todo. -dijo triunfante el joven.
-Morirán muchos.
-Morirán todos; los tuyos seguro. El objetivo era sacarte y vencerte. Y lo hicimos. Lo hice.- dijo satisfecho el muchacho.
-También calculaste las pérdidas por el bien mayor. Hiciste la misma relación de ganancia y pérdida de la que me acusas, no eres mejor que yo. -Mientras el poder de la bola menguaba, la reina se dehacía de a poco.
-Es distinto. Nosotros lo hicimos para sacarte, y no nos fijamos en el precio a pagar. Además, yo soy una persona, no un objeto que controla a los demás.
-Ganaste, sin reparar en vidas ni en reglas. Tu astucia le ganó a mi inteligencia. No importa cómo me venciste, lo hiciste. El reino y el Ojo son tuyos. Ahora, el peso de todo eso también. No importa si perdí. Lo imporante es la partida, y que saliste triunfador. Fuiste elegido, por el azar o por el destino.- quien fuera la reina hablaba. Los gritos de la revuelta sonaban cada vez más cerca. Mientras la marea de mendigos daba cuenta de aquellos del régimen que caía.
-No quiero tu piedra ciega.
-Ganar tiene consecuencias. -dijo el último girón de humo.
Entre llantos de dolor y victoria, con olor a fuego y sangre que llegaba de todos lados, el nuevo rey vió como la reina se deshacía en silencio. La perla rodó hasta sus pies.
No sabía si tomarla o no. Algo tan vil, y tan útil. Quiźa solo quizá, pensó, pudiera hacer algo con ello.