LA SUCESIÓN

Ignacio Porto
9 min readOct 18, 2019

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Todos se rieron cuando entró. Fueron risas disimuladas, silenciosas, pero estaban ahí. El jovencito escuálido y asustado no daba una imagen de buen retador. Aún así debía cumplirse con la tradición, y las palabras que obligaban no podían desdecirse.

“Eskerol es mostrador de verdad. Su don es peligroso, pero quienes logran doblegarlo conocen su bendición.”

Fragmento de Akhonterrok (libro sagrado Bak- Asha)

Urba era muy joven para el desafío. Lo hizo diciéndose que era por la memoria de su padre y de su región, cuando en verdad era por su deseo de forjarse gloria.

Era demasiado inmaduro para ser tomado en serio, era demasiado joven para sobrevivir, era demasiado tarde para echarse atrás.

¨ El encuentro es sagrado, nada puede interrumpirlo hasta que Eskerol elija al nuevo líder de la tribu.

Sólo aquél que logre controlar el poder del don Eskerol es digno de usarlo. Quien sobrevive tiene el cuerpo fuerte y bravo como su espíritu. Por eso debe gobernar al clan, porque vence a la muerte en sus venas, mientras aplasta al enemigo. El encuentro es sagrado porque es la prueba del Dios.”

Fragmento de Akhonterrok (libro sagrado Bak- Asha)

Urba se fué confiado, su ignorancia todavía lo protegía; hasta que su hermana menor le recordó el precio de fallar: la muerte propia y el vasallaje perpetuo de su familia con el vencedor. El joven quiso reír a carcajadas para mostrarse calmo, pero no lo logró.

Cuando estuvo solo cayó en la cuenta de que su vida había dejado de importar en el momento que puso a los suyos en peligro. Se miró las manos huesudas, y dudó. Cuando el agua del río le devolvió su reflejo, una con el pecho hundido, entendió que ésa no era la imagen del valor. Sus sollozos fueron hondos, pero no lloró. No sabía cómo.

“El pimiento del serelente es en extremo picante. Así lo han demostrado las pruebas químicas que realizamos. Luego de las evaluaciones de ingesta que efectuamos con reptiles y mamíferos pequeños nos dieron otros resultados: Los efectos, aún los más vistosos como la explosión de los globos oculares o el desangramiento por los orificios corporales, podían dar a concluir que el pimiento es pozoñoso. Pero las autopsias realizadas en los cuerpos evidencian que los decesos no se produjeron por una intoxicación sino por un shock instantáneo y profundo de dolor. Lo que descarta la teoría del veneno del ají; confirmando que es un picante ya que el mismo es percibido por las terminales nerviosas del dolor, que se encontraban deshechas.”

Fragmento del libro “Herbolaria en las tierras del sur” del Conde Kiiro.

Tenía veinticinco días hasta el encuentro por el liderazgo de toda la tribu. Urba sabía que no era apto, que su cuerpo no tenía la fuerza para vencer. Luego de pensar mucho entendió que si quería proteger a su familia y sobrevivir, debería encontrar otra solución que se hallaba fuera de él.

Con la excusa de que iría de cacería, se fue al bosque solo. Lo que a nadie dijo, en ese momento, fue que se llevó otros muchos pimientos con él.

“Cuando un guerrero domina a Eskerol, éste le da su don. Como tuvo la fuerza de conducirlo en su interior, Eskerol le da el olfato y la visión de un zorro, la velocidad y fuerza de un gorozón del desierto. Mientras el guerrero comulgue con Eskerol, es invencible contra los simples hombres.

La fuerza vence a todo, y ésta es la prueba y la recompensa que el Dios nos da”

Fragmento de Akhonterrok (libro sagrado Bak- Asha)

Urba probó comiendo el pimiento más suave de todos; el picor lo hizo lagrimear. Cuando se secó los ojos con las manos, ahí conoció el ardor. Se quedó ciego y dolorido por horas. No había agua cerca para aliviarse, no hubiera podido encontrarla tampoco ya que tan lejos había ido para no ser encontrado que nada había alrededor.

Al día siguiente cuando estuvo repuesto probó otra manera, en un solo movimiento se zampó cuantos pudo. Quiso saber si hartándose podía fortalecer su cuerpo por el exceso.

Fueron unos segundos de calma, luego como una marea caliente llegó. La boca se le encendió en un dolor crepitante, seguido por un adormecimiento que le rasgaba los dientes. Ya no sentía la lengua sino una punzada constante donde ésta debía estar. Quiso tragar y no pudo, entonces con los dedos empujó todo hacia dentro forzándose a engullir.

Recuperó el conocimiento de noche, cuando se despertó en un charco de vómito y heces. Sintió la boca y la garganta como apaleadas, el estómago se sentía como acuchillado. No pudo moverse. Se durmió así, esperando que el próximo día le diera fuerza para seguir.

“La deidad suprema de los Bak Asha es Eskerol el Inexorable. Muchos han creído que los Bak Asha ven a su dios en la planta serelente, aquella que da ese fruto tan llamativo. Sin embargo experiencias directas nos han demostrado que la planta no es el dios, ni el camino hacia el dios; ya que éste no se comunica ni manifiesta nunca con sus creyentes. El serelente, o más específicamente el pimiento que éste da; no es ni más ni menos que una prueba de la deidad con su pueblo.

Los dioses reflejan a sus pueblos, y éste no es distinto. Con la excepción de…”

Fragmento del libro “Mis años en el imperio Bak Asha” del Conde Kiiro.

Urba siguió probando al comer muchos pimientos a la vez. Como el fruto del don era único y sólo lo administraba el Keilan de la tribu, quiso emparejar con cantidad de otros más comunes. Cada vez vomitaba menos pero era debido a que, con excepción del picante, no se había alimentado. Su estómago devolvía todo lo que ingresaba, hasta el agua. Tampoco tenía hambre, no sabía si era por estar tan castigado o por qué.

Los días pasaron.Tenía la boca inflamada y ardida, estaba aterido de frío por dormir bajo el cielo, pero poco a poco algo parecido a una respuesta se asomaba. Ya no le costaba tanto comerse los ajíes, y su estómago no vomitaba al momento de tragarlos. Quizá fuera el agotamiento o el hambre, pero estaba como anestesiado, todo lo que sucedería pronto le parecía ajeno. El día se acercaba y no tenía más respuestas que la necesidad.

¨El Turek Silde gobierna con el mandato de Eskerol hasta su muerte, o hasta que el don cae en cabeza de otro. El designio del Dios no puede ser cuestionado. Sólo con la muerte, en combate o en el desafío, puede ser reemplazado.

Así sólo los fuertes sobreviven, fortaleciendo a la tribu, sólo así podemos decir que de nosotros nacen los más poderosos guerreros.¨

Fragmento de Akhonterrok (libro sagrado Bak- Asha)

El día había llegado. De lejos vió a todos fuera de la caverna donde crecía el don de Eskerol. Todos miraban a los otros tres candidatos acercarse: Erko, era un hombre robusto con una larga barba aceitosa y unos brazos que parecían fofos pero eran conocidos por su atenazamientos inescapables, tanto que él solo había logrado ahorcar hasta la muerte a un gorozón. Ipalenko, acaso el hombre más alto que hubiese vivido, era flaco y nervudo y llevaba un espadón que podía blandir, en ocasiones, con una sola mano. Por último estaba Kevmatal el prometido, hijo de un anterior Turek Silde, era joven y enérgico y nada parecía estar fuera de su alcance, y era cierto.

Urba caminaba con náuseas, los veía de lejos y supo que su destino estaba sellado. Con los últimos ajíes que le quedaban se frotó los ojos y la boca, y luego de tenerlos mucho tiempo en ella los tragó, experó un poco y vomitó todo lo que pudo. Si iba a morir, se dijo a sí mismo, quería que fuera de esa manera, vacío de todo lo que no fuera el propósito.

Cuando llegó a la caverna era la imagen misma del espanto; desnutrido y sucio, con el olor a sus propios líquidos, pálido y tiritante, con todo lo que se podía ver de él inflamado. Era, a todos los efectos, un cadáver que se movía.

Los cuatro se saludaron con la formalidad que imponía el rito. Aunque se odiaran o fuera la primera vez que se vieran, aún cuando fueran a competir por el liderazgo de la tribu; esos hombres se enfrentarían a la muerte a la misma vez; y eso crea una relación fugaz y honda que merece respetarse. Luego entraron en la cueva; primero el Keilan, ya que sería él quien adminstrara el don de Eskerol y declarara al nuevo Turek Silde, detrás los demás por la edad, el último fue Urba.

El Kailan se arrodilló frente al don, con dos piedras afiladas cortó con precisión los pimientos y, sin tocarlos, les entregó uno a cada retador.

Ipalenko que tampoco quiso esperar en ésta situación, lanzó un grito de guerra y en dos mordiscos se comió el ají. El joven Kevmatal, en cambio se lo zampó de un bocado y sonrió, mientras que Erko, igual que con los ahorcamientos, se tomó su tiempo en masticarlo. El Keilan miró a Urba esperándolo, y él lo tragó entero de un bocado.

No había terminado de tragar cuando Erko, el forzudo de barba aceitosa comenzó a toser sangre, y a asfixiarse. No estaba dado ayudar ni asistir, el don de Eskerol era claro e inescapable; y quien lo quisiera debía atenerse a las consecuencias. Cayó de pies y manos mirando el piso sin ver, mientras vomitaba sangre y se cagaba, unas pústulas rojas le brotaron en el cuerpo. La temperatura en la caverna subió, siendo él la fuente de calor.

Empezó a adelgazar frente a los ojos de todos, como si algo le comiera la grasa y los músculos desde dentro. Siguió empequeñeciéndose aún muerto.

Urba sintió el horror dejarlo quieto. El miedo le recorría la espalda y algo peor que el fuego empezaba a crecer en él. En ese mismo momento, Ipalenko, el alto, empezó a babear de color azul, y un fuerte olor ácido invadió el lugar mientras sudaba a chorros. La ropa se deshizo en su transpiración y el hombre se retorcía de dolor. Hubo un ruido como de huesos al romperse o de ramas guresas partirse sobre el peso de algo grande, y fue ahí que Ipalenko se dobló, una y otra vez; de forma innatural. Se quedó quieto así como cayó y su carne tuvo el color de la piedra de afilar.

El fuego en el estómago de Urba era ya un incendio, y algo frío que sólo le daba dolor le pegaba en la espalda. La garganta latía como si tuviera un erizo gigante hinchándose, y le hacía difícil respirar. A cada pequeña bocanada que daba, el fuego aumentaba. Empezó a transpirar y supo que terminaría como el alto aquél. Miró a un costado, suplicante, y se encontró con Kevmatal, el prometido.

Éste estaba sentado desde el principio con la postura del meditador. Parecía calmo y estaba muy concentrado, aún cuando se notaba que hacía un gran esfuerzo. Urba no pudo más y empezó a vomitar sin parar, aún cuando ya no quedaba nada más dentro de él. Sintió algo parecido a un rayo recorrerle los brazos y piernas, luego un adormecimiento.

Vió como Kevmatal lo miraba, con expresión de triunfo. Mientras Kevmatal reía, cayó de costado. Urba se convirtió en una masa incandecente de dolor.

Se despertó desnudo y apaleado de dolor. No tuvo tiempo de pensar de que estaba vivo, ya que fue llevado en andas para ser ungido, así moribundo, frente a toda la tribu.

“A diferencia de otros pueblos, en éste caso podemos identificar con exactitud los momentos en que los Bak Asha se convirtieron en un imperio. Si bien nunca es un único factor, podemos identificarlo en dos grandes cambios: primero la transición de ser una tribu nómade al sedentarismo, algo que había sucedido hacía unas pocas décadas. Segundo, con el triunfo de Urba el impensado, los valores Bak Asha se vieron puestos a prueba. Había ganado el débil, no sólo eso, había ganado un no guerrero.

No hubo desafíos a su mandato, ya que el don de Eskerol es categórico. Pero en pocos años Urba el impensado, logró cambiar la manera de abordar las problemáticas diarias y de la guerra de su pueblo: a través de la investigación y la prueba y el error. Conjuntamente con eso les insufló un sentido de que podían ser algo más que una tribu, un imperio.”

Fragmento del libro “Mis años en el imperio Bak Asha” del Conde Kiiro.

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Ignacio Porto
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Written by Ignacio Porto

Cuentacuentos. Guionista. Amante de las historietas.

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