LA TORRE DEL MAR
El joven héroe había sido invocado, lo regresaron del descanso sin fin que lo llevó antes de tiempo. Sus hazañas se habían convertido en canciones y cuentos que la gente se decía para darse valor en las noches crueles del invierno.
Como era imposible recurrir a su cuerpo lo reaparecieron con lo que pudieron, todo lo que estuviera atado a su esencia: pelos, uñas, sus armas y ropas. Lo hicieron con un solo propósito: derrocar al tirano.
El Concilio que lo invocó le habló de la situación, pidiéndole que los ayudara como tantas veces antes. Antes de que partirera bebieron en su honor recordando sus proezas que cuando Olivan, pues así se llamaba, escuchaba aquellas historias o las contaban por él siempre le parecían ajenas, como si las hubiera hecho un desconocido del que oía hablar seguido pero por alguna razón nunca llegaba a encontrar. Le dijeron algunas que él no sabía que había hecho. Su memoria llegaba hasta un punto y luego fundía a negro.
Lo que más llamaba la atención de todos, Concilio y pueblo por igual, fuera cual fuese la historia que de él contaran, era el gesto repetido que le ganara el apodo “El sonriente Olivan”, en la batalla dirigiendo tropas, en un duelo de espadas, o al aceptar la rendición o firmar la paz, Olivan siempre sonreía. El pueblo decía que lo hacía porque llevaba una tormenta dentro que le hacía cosquillas al enfrentar la muerte, los eruditos se preguntaban el porqué. Ésta vez un miembro del Coniclio que lo apareció se lo preguntó.
-Yo creo que son los nervios de morir, o de arruinar algo importante. Me sale la sonrisa chueca que tengo o reirme, no lo puedo contener. -dijo un poco avergonzado Olivan.
Pero el tiempo era enemigo en las tierras sometidas, por lo que le explicaron qué tenía que hacer. Lejos de la costa, en una isla solitaria aguardaba en la Torre del Mar el Tirano; un mago que había empuñado la espada, devenido en estudioso y político, devenido en emperador. Había entrado por la puerta grande del corazón del pueblo y poco a poco se fue convirtiendo en un déspota y un traidor. En los años desde que está en el poder, además, estudió magia y terminó convirtiéndose en un gran hechicero. Ahora, temeroso de su propio pueblo, gobernaba a través de sus despiadados mandatarios, mientras vigilaba todo desde la Torre del Mar.
En un bote sin vela lo enviaron a Olivan a realizar otra tarea imposible. Remó por días contra las olas, la soledad y el viento. A lo lejos vió a la isla que sola y gris esperaba, coronada por una única construcción. Al llegar vió que no había orilla, sino que ésta se elevaba cientos de metros sobre el nivel del mar. El acantilado caía recto, la piedra fría y húmeda le entumecía los dedos. Olivan trepaba, mientras debajo el océano chocaba contra las piedras afiladas que sobresalían sobre la espuma de las olas. Dos veces resbaló sin caer, los picos para escalar se aferraban a la pared protegiéndolo. Cuando terminó de escalar el acantilado se miró los dedos ardidos como quemados. Delante suyo un paisaje plano de piedra gris era lo único que había entre él y la Torre.
Ningún ave cruzaba ese cielo, ningún arbusto crecía, no había señales de vida, todo allí parecía una metáfora del silencio. Avanzó cauto, para no ser visto. Pronto unos espejismos intentaron asustarlo con arañas gigantes y monstruos imposibles, luego una suerte de almas fue a su encuentro susurrándole cosas que le llenaron el corazón de pena. Olivan casi se pierde en la indolencia de la melancolía, pero así como algunos guerreros tomaban en sus manos brasas ardiendo para no dormirse en las noches de vigilia, así Olivan recurrió a su tarea y determinación. Ya cerca de la Torre unas visiones pasaron ante él, espejismos aciagos, recuerdos futuros, caminos truncados, promesas de algo peor; el joven a pesar de todo avanzó.
La Torre tenía una sola puerta sin traba, por dentro era de una austeridad similar a la de los faros lejanos. Una luz de fuente imprecisa iluminaba el lugar. OIivan desenvainó su espada y subió las escaleras de piedra. De fondo se oía el mar.
Pocas cosas escapaban a la visión de los magos, Olivan sabía que lo estaría esperando. Al final de la escalera lo esperaba una habitación sin puerta. Sentado mirando por una ventana, un anciano contemplaba el mar.
Olivan el sonriente, el héroe invicto, aquél que fuese renacido no esperaba aquello que encontró. Un retrato viejo de sí mismo, un hombre pergamino y vencido con ojos suyos lo miró. Un Olivan anciano y huesudo lo esperaba sentado, ya casi sin fuerzas ni vigor. El joven quedó duro, helado al verlo.
-Bienvenido Olivan, hace tiempo que te espero. -dijo el viejo Olivan.
-¿Qué truco es éste?-el joven gritó.
-Ningún truco Ollie, sólo el paso del tiempo. El verdadero hechizo fue el que hizo el Concilio para recrearte, veo que tenés mi vieja espada.
-Ésto es algún tipo de espejismo, un hechizo.- El joven avanzó sin agresión.
-Has visto mis espejismos allá abajo y como te darás cuenta, no tienen el peso de la verdad de ésto que soy.- el viejo le hizo un gesto para que lo ayude a levantarse.
-Entonces, si es como decís, no morí y el tiempo me convirtió en un dictador.
-Si y no. Una parte nuestra, mía, como quieras llamarla, murió. Algo que me hacía ser el sonriente héroe, desapareció cuando me coronaron. Fue silencioso y de a poco, pero el gobierno me fue masticando hasta dejarme los huesos. -dijo mientras se esforzaba por ir de su silla a la escueta biblioteca que había en la pared.
-¿Y porqué quieren matarte? ¿Porqué me hicieron a mí?- dijo el joven que lo miraba apenado.
-Te recuperaron a vos, se usaron de mi inocencia del pasado para vencerme. Porque saben que no pueden detenerme. -el anciano Olivan le mostró una bola de vidrio lechoso- ¿Ves? Con ésto puedo ver lo que pasa en cualquier lugar del imperio, siempre supe lo que estaban conspirando. Pero los dejé igual, ¿porqué? Porque en mi imperio la gente es libre.
-Seguís sin contestarme la pregunta.- El joven apretó más fuerte su espada, los nudillos blancos de hacer fuerza.
-A veces hay que ser drástico con las decisiones y su ejecución, como cortar un miembro engangrenado para salvar al resto del cuerpo. Aunque duelan ser tomadas, esas son las que terminan salvando al cuerpo. No todos comparten mi determinación para llegar hasta el final de las cosas. ¿Querían un mundo mejor? Se los he dado. No hay decisiones a medias, no exite el mitad del camino para salvar a un moribundo, ¡Imaginate un reino entero! Querían cambios y otro gobierno; pero no sabían que en el fondo deseaban que las cosas siguieran igual.- dijo el emperador, mientras en la esfera lechoza se veían las caras de los del Concilio hablar entre risas en una mesa.
-Puedo terminar con vos ahora mismo, podría liberar al pueblo que me amó y ahora me teme, con un sólo estoque.- el vigor del joven se sentía en el aire.
-Es cierto, pero tenés dudas. Lo sé porque somos el mismo, o una parte de nosotros es la misma. Oíme. Éstas manos viejas necesitan tu fuerza para gobernar los pueblos. Vos podés ser mejor que yo, no repetir mis errores, mis envilecimientos. Puedo decirte dónde vas a flaquear y caer. Con tu fuerza y resolución, con mi sabiduría y tiempo podemos hacerlo. Unite a mí; salvémolos a ellos. –las manos extendidas esperaban una respuesta.
Al joven Olivan lo habían invocado, lo dispararon como una flecha y él, ráudo fue al encuentro de su objetivo sin preguntarse nada, sin valorar la situación. Preso de su propio heroísmo partió a desfacer el entuerto. La mirada llena de años, los ojos negros como gotas de aceite lo esperaban. La pregunta pendía en el aire.
Antes de responder sonrió.
Ilustración Jon Amarillo