LA TORRE ROJA

Ignacio Porto
2 min readJul 6, 2020

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Ilustración Diego Paredes

Su provincia estaba en paz. Los caminos estaban terminados, la ciudad tenía acueductos, los tribunales celebraban juicio cada quincena. Par Labar miraba desde su torre el resto de la ciudad, por fin limpia, segura y ordenada.

Bien había valido destronar el conde anterior. Un incompetente dado a los excesos propios con ningún interés por el pueblo que debía gobernar. Par Labar miraba el mercado, ahora limpio y con normas de comercio nuevas, bullir con actividad y pensó en que bien valía ser un señor ilegítimo, pero mejor. La única queja la recibió de los artesanos y mercaderes cuando subió los impuestos.

Sabía que era así, el pueblo se quejaba de le que faltaban cosas, pero hacerlas tenía un precio que había que pagar; más impuestos.

Semanas después le llegaron rumores de que el descontento de los ricos estaba cocinando algo mayor. Se hablaba de restaurar al hijo legítimo del señor feudal. Un mozuelo que poco podía importarle la vida del pueblo llano, y el resultado de las cosechas. Pero así lo mandaba una ley enferma y vieja. Y así lo repetían los artesanos. Hablaban de legitimidad, de justicia y herencia. De que pronto vendría ayuda de un reino amigo y lejano.

Par Labar hubiera querido que valoraran lo que había hecho: los acueductos y caminos; los soldados para el pueblo. Pero el bolsillo pudo más que el cerebro.

Una tarde Par Labar, ahora le decían el Usurpador, vió como decenas de soldados marchaban por la calle principal. A la cabeza un soldado de casco brillante los comandaba.

Sintió como golpeaban las puertas de su Torre. “Roja como la sangre de sus víctimas”, decían sus enemigos. “Roja como el sol de otoño” se dijo Par Labar sí mismo.

Los golpes de ariete retumbaban en las paredes. Par Labar dió la orden de tirarles los cubos de agua urticante. Pronto el sonido cesó. Ganó tiempo, pero la posición y la Torre estaban perdidas. Tomó su capa nocheazulada, juntó a los pocos fieles a él y huyó.

Que se quedaran con su legítimo goberante, con ese que jamás los miraría a los ojos ni les daría una explicación. Querían ley pero no justicia. Querían oro, y no satisfacción.

Cabalgaron en silencio con un sol rojo, como la sangre.

Como el dolor.

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Written by Ignacio Porto

Cuentacuentos. Guionista. Amante de las historietas.

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