MALDICIÓN

Ignacio Porto
3 min readMay 29, 2019

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Ilustración Jon Amarillo (@jonamarilloart)

La bruja de su tribu lo había maldecido. Ikar no tenía dudas. Días atrás, la mujer sabia le advirtió sobre el precio de desobedecerla, de mezclarse con los del otro lado.

Pero algo allá lejos lo llamaba, no sabía qué pero estaba allí; riquezas, poder, algo. Cruzó el río helado a nado, a la luz de la luna la primera noche de guerra. Dormían los viejos y los enfermos, las madres con sus niños pequeños. Los perros seguro habían salido a buscar su alimento allá en el bosque. Todas las tribus tenían algo en común, la necesidad. Ikar avanzaba buscando algo que no sabía qué era. Se acercó a la caverna de otro, allí la encontró. Tendida entre pieles, despierta. Se movió como un animal hambriento; y volvió con una mujer más en su pasado.

Durmió húmedo y satisfecho al abrigo del aire tibio de la noche. Despertó con el primer rocío, y volvió a su caverna. La vieja lo miró con los ojos de fuego y escupió a sus pies y lo señaló con la mano desgraciada.

Ikar huyó, se internó en el bosque, esperaba poder escapar de la maldición si se iba lejos. En el apuro salió sin su hacha ni escudo. Caminó en silencio entre los árboles. No necesitaba armas para alimentarse. Sería más difícil sí, pero podría hacerlo.

Bebió del agua del río que bajaba con pedazos de hielo, al principio sentía un suave picor en la lengua a causa de la temperatura, luego un dulce adormecimiento. Quiso sentir eso en todo el cuerpo, y se zambulló de lleno. Salió temblando, la noche lo encontró solo y sin el dios que calentaba las cavernas.

Despertó maltrecho, un frío cruel le mordía el cuerpo, temblaba sin parar. Se quiso parar pero cayó en seco. El tiempo pasó, el sol calentó el cielo. Ikar no lo sintió pero vió como el rocío desaparecía de las hojas.

Caminó como pudo entre los estertores de la tos, escupió algo rojo, como cuando el mataba a sus enemigos. El miedo lo atrapó, estaba perdido y su cuerpo le dolía, aún cuando nadie lo había atacado. Nadie no. Ella. La vieja egoísta lo había maldito. Ésta era su magia haciendo efecto. Pasó otra noche más sin dormir, de tanto toser y escupir, en un momento quiso morir. Pero otra vez llegó el sol.

Entregado a su derrota intentó volver a su tribu, su caverna, se rendiría a la mujer vieja, pidiéndole que le quitara el veneno que tenía en el cuerpo.

Por casualidad encontró el río, si caminaba contra su caída tarde o temprano llegaría. Lo hizo como pudo. En la otra orilla sus enemigos le lanzaban piedras, pero ninguno se atrevía a atacarlo, quizá su historia de ir y regresar con una mujer más en su pasado ya se había hecho conocida, quizá todos veían su maldición. Siguió avanzando, a los tumbos.

Tal era el frío que tenía que prefirió pasar sed, antes que beber el agua helada. Ya con la noche madura vió la sombra de sus cuevas a lo lejos. Trató de correr pero sus piernas se sentían como picadas por bichos invisibles.

Unos jadeos se acercaban, Ikar apuró el paso todo lo que pudo. Cayó al piso y se levantó con esfuerzo, los jadeos se transformaron en gruñidos, algo maligno lo acechaba, la magia de la bruja estaba llegando al límite. Quiso correr, pero unas bocas hambrientas le desgarraron las piernas.
Entre gritos y toses, los perros se lo comieron. La caverna cerca y a oscuras parecía la cabeza ahullante de un muerto.

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Written by Ignacio Porto

Cuentacuentos. Guionista. Amante de las historietas.

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