POLVO
Tenían polvo de hada, del que hacía volar. Era simple como respirar, les dijeron. Esparcirse en la cabeza, en el cuerpo, tener pensamientos felices y listo. Volando como una nube.
Una sola porción quedaba, no sabían si alcanzaría para los dos. El hombre y la mujer se miraron sin querer parecer desesperados. No les quedaba nada más, y lo necesitaban los dos. Tenían que ser dos, siempre.
Con dedos nerviosos se repartieron la bolsita que contenía el polvo. Hicieron lo que tenían que hacer, y esperaron. Nada pasó. Una y otra vez intentaron elevarse, sin resultados. Probaron visualizar, imaginar, hicieron respiración prhana, todo lo que habían entrenado, pero no se despegaban del suelo ni un poco.
La luna llena iluminaba el cielo. Las dos estrellas titilaban marcando un camino. Sabían que tenía que ser de noche, esa noche. No podían más, era la última ración, eran los últimos, no había más paciencia ni esperanza si el polvo no hacía efecto.
Quizá no volaban porque hacía muchas vidas atrás que perdieron el alma de niño. Nadie les avisó eso. Pasaron más de dos horas hasta que Sara sin quererlo lo logró. Pensando en sus dos hijos, los vió con la mente, jugando en el tobogán riendo felices y tranquilos en un barrio en paz.
David miró con sorpresa como la mujer flotaba por encima de él. Ella le explicó, el cerró los ojos y pensó en los niños.
Volaron en silencio, muy por encima de la cerca, pasaron sobre los perros feroces, sobre los hombres somnolientos. Sobre la colina, gobernando todo, una casa.
Entraron por la ventana, como tenía que ser. La habitación a oscuras iluminada por la luz que se filtraba de afuera. Sin hacer ruido se acercaron a la cama.
Sara y David recordaron a todos los Niños Perdidos.
El dictador dormía apacible, teniendo vaya uno a saber qué sueños. Había un Nunca Jamás para todos, el del monstruo ése era un cuchillo en la garganta.