RATA Y RATÓN

Ignacio Porto
3 min readDec 4, 2020

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Ilustración Diego Andrés Paredes

El problema, que parecía no tener solución, la enfrentaba con la dureza de lo incontestable. La pared atiborrada de frascos tenía de todo menos respuestas. Kalla miraba y dudaba. Tenía que llevarle pezuña de agaf, hojas de umbra, rayadura de acervo y calófilo. Era como si le hubiera pedido un trozo del sol.

El tiempo pasaba y, ella sabía, las respuestas no vendrían a encontrarla. ¿Qué hacía ahí? ¿Cómo era que logró entrar de aprendiz del Eljanar de la ciudad? Sintió el peso de su incompetencia golpearle la cabeza. No podía hacerlo. No debería estar ahí; alguien más capacitado merecía estar estudiando allí.

Los frascos estaban sin rotular. Uno al lado del otro, de tamaños parecidos, sólo los diferenciaba su contenido. Uno tenía un ramito de flores azules muy brillantes, otro unas bayas aceradas; algunos parecían tener humo azul dentro.

La puerta se abrió y Erelia entró. Su compañera y competidora. Las dos eran aún muy inexpertas como para tomar clases en soledad con el Eljanar. Pero Erelia era estudiosa; Kella la veía leer y repasar las notas, las frases dichas, investigar y comparar. Y sabía qué eran las cosas de la lista.

Erelia se paró frente a la pared con aire de suficiencia. Sabía de la ignorancia de Kella. Sólo habría una ganadora de la tarea. Y la estudiosa tenía todo de su lado.

La rival no elegía ningun frasco, Kella entendió que no quería sugerirle ninguna respuesta. La miró conteniendo la soberbia en un rictus casi sonriente. Kella le vió la nariz pequeña y los ojos vivos, como los de los ratones de biblioteca.

Cuánta diferencia había en las dos, Erelia había llegado por su inteligencia y esfuerzo al pupilaje del Eljanar; Kella en cambio se había valido de otros medios. Nunca le habían gustado los libros; lo suyo siempre había sido más callejero. Como esas ratas que moraban cerca de las tabernas, pensó.

¡Qué poco duraría esa ratoncita en las calles impiadosas de Curibhar! pensó Kella. Eralia se le antojó como esos ratoncitos nerviosos y hambrientos que veía de vez en cuando. Ávidos por conseguir rápido lo que quería sin correr peligro. Las ratas en cambio, sabían esperar el momento justo para hacerse con lo suyo.

Kella suspiró y salió de la botica. Casi pudo escuchar la explosión de alegría de la otra. Caminó por los pasillos despacio. Llegaría al estudio del Eljanar con aire de victoria y pompa.

A lo lejos escuchó los pasos apresurados de Eralia. Kella abrió la puerta del estudio y entró.

-¿Y bien? -preguntó el Eljanar serio al ver que tenía las manos vacías. Kella pudo ver cómo nacía la desaprobación.

-¡Aquí está todo! -dijo Erelia triunfante.

-¡Bien! Trajiste todo lo que te marqué de la pared. -dijo Kella y miró a Eljanar a los ojos- No hacía falta que las dos cargáramos con lo mismo.

El Eljanar sonrió.

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Written by Ignacio Porto

Cuentacuentos. Guionista. Amante de las historietas.

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