SUBSECRETARÍA

Ignacio Porto
8 min readJul 11, 2024

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Ilustración Pablo Dorado (@pablodox en instagram)

El pasillo era largo, frío y estaba vacío. Tan despojado de cosas estaba que no había estufa o calor que pudiera entibiar el fresco del lugar; como si el mismo clima interno reflejara el temperamento de la institución.

El hombre esperaba en un banco de cuerina, también fría. Lo que no dejaba de sorprenderlo era que en pleno enero la Subsecretaría estuviera así, sin ayuda de aires acondicionados.

Nadie lo recibió cuando llegó, no había nadie esperándolo ni haciendo fila para entrar al despacho tampoco. Sin embargo el cartel de la pared decía ¨Siéntese y espere. Será llamado cuando sea su turno. No insista.¨

Esperó tres cuartos de hora, y en todo ese tiempo no escuchó ruidos detrás de la puerta que le negaba la audiencia por la que había ido. Sin embargo, cuando había abandonado toda esperanza la puerta, silenciosa como la sombra de una serpiente, se abrió. ¨Que pase el que sigue¨, dijo una voz indeterminada moldeada por el tabaco.

Dentro el despacho lucía ordenado, tanto como podía estarlo una oficina desbordada de papeles cincuenta años atrás. No había a la vista computadoras ni celulares. Los teléfonos naranjas tenían, aún, los cables rizados que el hombre recordaba de su infancia.

La mujer con ojos de sapo lo instó a sentarse en la silla frente al escritorio que tenía torres de papeles, como centinelas de la conversación.

-Usted dirá. –dijo la mujer que lo miraba desde arriba, aún siendo más pequeña y sentada en una silla de igual altura.

-Bueno, como sabrá soy inspector del estado y vengo a reportar una irregularidad mayúscula. –dijo el hombre entrando en el ritmo de la conversación luego de estar callado tanto tiempo.

-Ésta Subsecretaría no trata de irregularidades. Debe haberse equivocado, la oficina de denuncias internas está en Roca al 300. –contestó la mujer mientras comenzaba a pararse, dando por terminada la cuestión.

-Vi nacer un reptil alado que escupe fuego en un gallinero y a una mujer convertirse en un murciélago gigante y salir volando. –le tembló la voz al hombre, el había creído que estaba controlado, pero decirlo lo había alterado.

La mujer lo miró en silencio pocos segundos. Parada ella, a la misma altura que él. Luego volvió a la silla, cruzó los dedos de ambas manos, como quien se prepara a tomar un examen, no a darlo, y habló.

-Por eso que dice podrían darle licencia psiquiátrica seguida de despido, ¿sabe? –dijo ella.

-Podrían, pero no sería menos cierto. Hace siete meses que estoy tratando de navegar la burocracia interna para hacer el informe debidamente y siempre los recovecos e impedimentos formales se meten en el medio. Si esta subsecretaría, que según descubrí era la encargada de estos asuntos, no recibe el informe voy a acudir no a la prensa, sino a los influencers.

-Le creo. Tiene mi atención, señor…

Ilustración Pablo Dorado (@pablodox en instagram)

-García. Esteban García. Como le decía, soy auditor del estado e inspector de aves y corrales, y en una de mis inspecciones vi lo del huevo. El mismo día, auditando una dependencia en Lobos, una mujer que llevaba trabajando en la municipalidad por dieciocho años se convirtió en un murciélago gigante y salió volando. –dijo aliviado.

-¿La mujer se lo mostró a usted?

-No. La vi hacerlo cuando creyó que yo me había ido.

-Continúe.

-Desde ese momento me han empezado a pasar cosas…extrañas. Cada vez con más frecuencia y de mayor intensidad. Coincidencias decía al principio, pero luego vi un ave de fuego en la ventana de mi departamento, quemándome el marco, la lista es larga. Por eso vengo acá, porque como empleado del estado, me han negado una y otra vez la entrega debida de los informes. Y necesitaba, primero dejar constancia de que lo que me pasa es cierto y segundo, hacerlo conforme el Reglamento.

La mujer lo miró con una intensidad impensada minutos atrás, como si un calor amarillo brillara tras ellos. García se sintió extraño como si alguien hurgase en sus bolsillos, si los bolsillos fueran algo que estuviera dentro de su pecho. No pasó tanto tiempo cuando la mujer volvió a hablar.

-Cosas extrañas no, cosas extraordinarias. Entonces, Esteban García, le digo que ha venido al lugar indicado. –la mujer suspiró.

-¿Significa que no soy el único, no?

-Ni de cerca, por algo existe ésta dependencia la ¨Subsecretaría, para Asuntos Extraordinarios y Acarreo de Residuos No Convencionales.¨ No, García, no está solo. Ni loco.

-Usted esta despertado García. Despertadísimo, me atrevo a decir. –dijo la mujer y se encendió un cigarrillo que nadie vió sacar — Eso significa dos cosas. La primera que puede hacer magia. –mientras tomaba aire la mujer el hombre la interrumpió.

-¡¿Soy mago?! –la incredulidad de Esteban fue barrida por la excitación.

-No. Puede hacer magia, ser mago es otra cosa muy muy distinta. Pero, a grandes rasgos, sí. Con estudio y tiempo podría ser mago. La segunda cosa es que ya no hay vuelta atrás. –nuevamente el silencio se impuso en la oficina, parecía que la mujer era dada a las pausas dramáticas.

-¿Vuelta atrás, de qué? –la aprehensión tomó el cuerpo de Esteban.

-Que ya no puede volver a su vida habitual. Ya vió, ya sabe y experimentó. Una vez que se conoce la verdad no puede evitársela. Además, estando despertado, lo extraordinario lo va a encontrar cada vez más seguido, hasta el punto que todo en su vida sea así.

-Mágico. –sentenció él.

-Si. Así que, mi querido Esteban García, en este acto lo notifico formalmente de su nueva vida y su nuevo puesto dentro de la subsecretaría, como ayudante adscripto de la Jefa de Sección. Esa soy yo. –no fue una sonrisa lo que hizo la mujer, más bien un mohín que quería ser una sonrisa.

-Pero…pero…-el hombre estaba estupefacto.

-Quédese tranquilo. Que va a ser todo de a poco y acá hay trabajo para mil manos. Además lo vamos a ayudar a aprender y a insertarse en el nuevo mundo. Mire García, ¿acepta el nuevo puesto con todo lo que implica? –el hombre asintió con la cabeza, un poco aturdido, un poco excitado– Entonces firme la conformidad en estos formularios.

Eran más de ochenta y nueve formularios. Cuando terminó le dolía la muñeca de tanto firmar.

-Pensar que soy un elegido, uno de los pocos que tienen sangre mágica para cambiar el mundo…-el hombre hablaba como en una ensoñación, se había parado y deambulaba llevando los ojos de una cosa a otra, sin verdaderamente mirar nada.

-¿Elegido? –la risa de la mujer era un cloqueo- García, todos pueden hacer magia.

-¿Qué cualquiera puede hacer magia? Pero entonces ¿cómo es que nadie lo hace?

-Todos pueden hacer magia, pero no es algo para cualquiera. Antes de que se adelante con la pregunta le explico. Todos los humanos tenemos la capacidad de hacer magia, cada uno de nosotros. Pero no cualquiera de nosotros puede hacerlo. Para ello es necesario despertar a la magia. Puede hacerse con ejercicios o, como le pasó a usted, solo.

-Entonces todos somos magos en potencia. –dijo él

-Todos los humanos podrían hacer magia. Mago, como ya dije, es algo distinto.

-Y pero, ¿porqué no lo hacemos? Pensemos en un mundo donde usar la magia ayudaría a todos, sería…

-Extraordinario. –dijo la mujer y sonrió. Verdaderamente sonrió- ¿Y te pensás que no vivís en un mundo así? Máquinas que vuelan, computadoras que albergan más libros que toda la biblioteca de Alejandría en tus manos, aparatos que hacen respirar a los que no pueden hacerlo.

-Eso es tecnología, no magia. Hay científicos e ingenieros desarrollando los inventos.

-Eso es lo que queremos que piensen. Que el mundo gira al ritmo de la tecnocracia. Pero no. Todo eso es mágico. ¿Viste los goles imposibles que hace él? ¿pelotas que doblan en el aire?–al decir esto hizo con la mano como señalando a alguien muy bajito –Eso es magia. Pero lo disfrazamos de talento.

-Pero ¿porqué? ¿porqué negarle a la humanidad la verdad de que lo extraordinario está al alcance de sus manos?

-Eso no lo negamos Esteban. Lo extraordinario está al alcance de todos. Y siempre, SIEMPRE el mensaje que instalamos es el mismo, ¨con el esfuerzo hay resultados¨. El otro mensaje, y para eso hicimos los libros esos del maguito del pelo revuelto, es que la magia es para pocos, así funciona el dispositivo nuestro: fomentar y disuadir. –al decir esto le entregó una caja –Es para que la abras después -lo miró con ojos amarillos e intensos, e hizo otra pausa.

-Me parece cruel negarle a todos esa posibilidad.

-Es que, imagínate qué pasaría si todos pudieran convertirse en pájaros mágicos, o lanzar rayos de los dedos, o hacer que llueva en un desierto. Ya hay problemas de sobra por las medianeras y ligustrinas de vecinos comunes, pensá si le sumamos todo lo otro. Sería inviable. Más aún todavía, que sería de la vida y la salud de todos, en una guerra a gran escala. ¿Creés que un dron o un misil son malos? No sabés lo que se puede hacer con las palabras indicadas, no querés saberlo tampoco.

Esteban García se quedó pensando, algo de verdad había en lo que decía la mujer.

-Bueno, la audiencia terminó. Está prohibido hablar de estos temas fuera del ámbito designado por la subsecretaría. Empezás mañana a las diez. –Al decir esto, Esteban se encontró, de repente, en su casa.

Miró la cocina con los platos en el escurridor y la gotera que nunca había arreglado, y pensó que con algo de magia seguro no necesitara masilla. Recorrió la casa como perdido, como si su espacio le perteneciera a otro, ahora que sabía de esta verdad las cosas habituales empezaron a parecerle lejanas. Llegó a su cuarto, fotos de cosas y lugares que ahora no tenían tanto sentido, la cama sin hacer y la ventana de marco blanco con las quemaduras de esa ave que había visto un tiempo atrás.

Abrió para que entrara aire y se sentó a mirar el cielo. Siempre había sospechado, muy adentro suyo, algo como lo que le pasaba pero saberlo era distinto. Era mucho para procesar. Se dio cuenta que tenía la caja en las manos, por alguna razón no la había dejado en la mesa al llegar.

La caja era de madera de buena calidad, pesada y lisa, y algo tibia. Esteban la miró un buen rato pensando que quizá no hayan sido manos humanas ni robotizadas las que la habían construido.

Miró la tapa y pensó en qué habría dentro. Respiró hondo y la abrió. Una nota en perfecta cursiva decía ¨Todo es posible¨.

Un ave de fuego salió volando por la ventana, como una flecha roja.

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Written by Ignacio Porto

Cuentacuentos. Guionista. Amante de las historietas.

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