VERDULERO
A la noche mataría al verdulero.
Otto ya no soportaba las bromas y la mofa.
Desde que había llegado al barrio como estudiante de intercambio, Jorge el verdulero, lo molestaba con su nombre. Siempre convertía cualquier oportunidad en una joda.
Al principio creyó que él no entendía el chiste por venir de lejos y no ser de Casanova. El tiempo desbarató esa suposición. Los hechos confirmaron las sospechas. Jorge lo odiaba.
Aunque el verdulero fuera sólo un empleado, decidió que no gastaría su plata en ese lugar. Otto dejó de comprar allí.
Esforzándose por contener su carácter, y conociendo su temple, decidió no volver al local.
Pero cada vez que pasaba por la puerta la secuencia se repetía. Jorge lo veía y decía “¡Buenas! ¡Qué cara de Otto qué tenés!”, y reía a carcajadas.
En realidad la falta de ingenio del verdulero no era lo que lo enojaba, sino el ánimo de ofenderlo, de burlarse de él.
Empezó a cruzar la calle, pero su malicia lograba llegar hasta donde el estaba. Simulando un saludo a los gritos se escuchaba en el barrio “¡Qué cara de Otto qué tenés, che!”.
Pasaron años. Siempre esa burla. Siempre.
Lo que solamente la familia sabía era que junto con el carácter de su abuelo Otto había heredado cosas. No del abuelo que vivía con ellos en el fondo; sino del que había peleado en la Guerra contra el Eje, pero en el bando que perdió.
Y fué de él que Otto aprendió la virtud de la paciencia para la venganza.
Esperó la hora de cierre, donde ya no habría casi gente.
Se movió en silencio; escondió el cuchillo detrás de la espalda.
No había nadie en el local. Detrás se escuchó un ruido.
Atravesó el pasillo hasta el depósito. Ahí estaba de espaldas, acomodando cajas y silbando.
Éste era el punto de no retorno de Otto, y él lo sabía.
Tomó aire. Levantó la vista, y lo vió.
Un diploma que decía “Programa Integr.Ar. Este local emplea personas con discapacidad. Felicitamos a Verdulería Raúl por participar”.
Y todo cuajó.
Y como nunca antes o después, se avergonzó de sí.
Jorge se dió la vuelta.
-¡Hola! ¡Siempre con cara de Otto vos! -dijo el verdulero y lo abrazó.
-Tomá Jorge, éste era el cuchillo de mi abuelo. Te lo traje para vos, para los melones y las sandías.
Jorge le agradeció con abrazos.
-Y mañana te traigo un libro de chistes. Me tenés los huevos por el piso con “Cara de Otto”.