ÑATO

Ignacio Porto
3 min readMay 12, 2024

--

Ilustración de Pablo D'Alio

La casa siempre estaba en silencio, con excepción de la radio que estaba en la cocina. Ése era el lugar de mi abuela, con la radio AM siempre prendida a buen volumen, ella iba de un lado para el otro de la casa mientras tarareaba tangos y milongas.

Yo jugaba en el patio, solo. No tenía amigos porque vivía en Tapiales pero iba al colegio en Ramos Mejía, así que mientras los demás iban a las canchas o al Pumper Nic, a mí me tocaba volverme en colectivo a lo de mis abuelos.

Cuando empezaba el calor pasaba algo raro por las noches. Mi abuelo Ñato, le decían así en una ironía por ser narigón, se iba en cueros al jardín y se acostaba boca arriba en el pasto, se quedaba así un rato largo y luego volvía a entrar y todo seguía como si nada.

De chico nunca me había preguntado bien el porqué, pero en el verano justo antes de terminar la primaria, me empezó a llamar la atención.

-¿Porqué te tirás en cuero en el pasto? ¿No te pica?- pregunté una noche de esas.

-Al principio sí, pero te acostumbrás.

-¿Y no es más limpio sentarse en una silla, o poner una toalla en el piso?

-La tierra no siempre es mugre Pablito, antes de todo íbamos descalzos por el mundo.

-Bueno, pero ahora no. ¿Porqué venís a la noche acá? ¿No preferís quedarte en el estudio leyendo, o charlando con la abuela?

-Vengo a ver las estrellas, a sentir el pasto en el cuerpo. Muchas veces nos pasa, Pablo, que de tanto hacer algo nos olvidamos de otras cosas. Por eso vengo al patio de noche. A mirar el cielo, a sentir el piso, a pensar en el mar.

-¿En el mar?

-Los marineros nos guiamos por las estrellas cuando estamos navegando y perdidos.

-Pero ahora no estás yendo a ningún lado, no estás perdido.

-Hay más de una manera de perderse, y no todas son viajando. Yo necesito sentir picor en el cuerpo para que no se me duerma la cabeza. La vida de los abuelos es muy tranquila, tanto que no hay siesta que te despierte. ¿Te querés acostar?

-Nunca hablás de cuando fuiste marinero, yo pensaba que eras como un pirata y tenías aventuras, pero resulta que no.- dije mientras me ponía junto a él.

-Es que la vida del marino no es como las películas, tenés que hacer lo que te dicen y estás mucho tiempo solo, aún con el barco lleno de gente. Todos andan con sus cosas.

-¿Y qué hacías?

-Leía, jugaba a las cartas, miraba el mar, pensaba mucho.

-Parece medio aburrido. –dije yo.

-Te acostumbrás. Hubo un tiempo que para cambiar un poco trabajé en el faro de Ushuaia.

-¿Y cómo fue eso?

-Más tranquilo todavía. Trabajaba solo durante semanas, y una vez por mes me iba a la ciudad a comprar las provisiones.

En el cielo las estrellas seguían quietas, de fondo mi abuela estaba escuchando un programa de juegos en la tele a todo volumen.

-¿Solo, solo? ¿No te aburrías, no extrañabas?

-De a ratos, pero cada vez menos. Salvo por encender el faro no tenía mucho que hacer, leía, y miraba el mar por horas. Hubo un punto,= en el que el silencio se me metió tan adentro que estuve un mes sin hablar. Cuando lo hice tenía la voz ronca, parecía que hablaba otro.

-¿Y porqué volviste? ¿Extrañabas?

-Volví porque tenía compromisos que ya no podía esquivar. Después me casé con tu abuela y nació tu mamá. ¿Te pica la espalda? -me preguntó sin mirarme.

-Un poco.

-¿Te molesta?

-Un poco, sí. Pero me estoy acostumbrando.

Volví a hablar con mi abuelo muchas veces más, pero esa fue la que nos acercó de veras. El tiempo pasó, yo crecí y el se fué.

A veces, muy a veces, me acuesto en el patio de mi casa como hacía Ñato y pienso en él.

Y con el pasto que me pica la espalda miro en silencio el cielo, y lo entiendo.

--

--

Ignacio Porto
Ignacio Porto

Written by Ignacio Porto

Cuentacuentos. Guionista. Amante de las historietas.

No responses yet